Los avances de la técnica nos han permitido ser más eficientes, o eso dicen, pero vamos a creérnoslo porque parece innegable. Así, con nuestros ordenadores, maquinaria industrial, medios de transporte, telecomunicaciones, etc., conseguimos hacer más rápido y mejor (no, mejor no, dejémoslo simplemente en más rápido) lo que hace unos años costaba sudor y lágrimas realizar a esforzadísimos y tenaces profesionales.
Yo recuerdo que cuando comencé en esto de la arquitectura aún se dibujaba a mano. Estoy convencido de que hoy, gracias a los ordenadores, programas informáticos e impresoras, voy ocho veces más rápido que entonces. Eso quiere decir que si antes tardaba ocho horas en dibujar un plano ahora tardo sólo una. Y algo parecido le sucederá a todo profesional que haya visto cómo los avances técnicos, sean estos cuales sean, han ido introduciéndose en su sector, ya se trate de cosechadoras para los agricultores, como de amasadoras para los panaderos, o de cualquier otro.
Esto es fantástico porque, volviendo a mi caso, por cada hora trabajada dispongo de otras siete para hacer lo que más me satisfaga (que no es precisamente seguir trabajando, claro), y eso sin contar las horas de ocio y sueño que ya me corresponden por la clásica distribución tripartita de las horas del día.
Como lo de trabajar una hora al día parece cuanto menos obsceno, diría yo, podemos trabajar un día de cada ocho, o una semana cada dos meses, o un trimestre cada dos años, o que cada uno haga sus cuentas y determine el momento en el que le corresponde (o casi seguro hubiera correspondido) dejar de trabajar. Y si no lo hacemos así, que alguien me explique por favor dónde va a parar todo ese tiempo.
Que conste que desde el comienzo de esta entrada me estoy refiriendo a profesionales "currelantes", pues ya sabemos que el artista no mira el reloj y no entra en este grupo. Y si alguien, como me consta, aún piensa que en los tiempos que corren la arquitectura es un arte, que le eche un vistazo al Código Técnico de la Edificación, please.