jueves, 27 de mayo de 2010

La creación y los monos escribientes


Me gusta pensar que soy fruto del azar, pero hay gente que prefiere hacer responsable de su génesis a algún tipo de mago omnipotente y ocioso. Supongo que eso les hace sentirse más dignos, pero para mí, el hecho de haber tenido una suerte enorme es algo tan meritorio (o censurable, si lo preferís así) como haber sido creado por una varita mágica.

Infinitos monos con infinitas máquinas de escribir durante infinito tiempo podrán mecanografiar alguna obra de Shakespeare. (Émil Borel, "Mécanique Statistique et Irréversibilité", 1913)

En relación a la existencia de todo lo que conocemos, el tiempo es mucho, pero no infinito. Digamos que la cifra a barajar es la de la edad del universo, así que unos trece mil setecientos millones de años según los científicos de acuerdo con la Teoría del Big Bang. Lo dicho: muchísimo tiempo, pero no infinito.

La probabilidad de que un mono escriba a máquina "To be or not to be" simplificando el teclado a 26 letras, más la barra de espacio, sin mayúsculas, es de una partido entre 27 elevado a 18. Si tenemos en cuenta que Hamlet consta de unas ciento treinta mil letras, las probabilidades descienden drásticamente a una entre 27 elevado a 130.000. No ha habido suficientes instantes (asimilando instantes a las fracciones de tiempo necesarias para pulsar una tecla) desde el origen del universo para que algo así pueda darse, y perdón por el baile de números y por la imprecisión de esos instantes.

No mejora mucho el argumento del matemático cuando pretende aumentar el número de probabilidades aludiendo a que hay muchos monos (aunque no infinitos) y muchas máquinas de escribir. Seguimos en déficit de tiempo. Pero sí lo hace cuando plantea que, de algún modo, al pulsar un simio la letra "T", el resto del proceso continúa a partir de aquí, como si alguien o algo decidiera que esa letra era la adecuada. Lo mismo después para la "O" y así sucesivamente. De este modo sí que se ajustan las probabilidades al tiempo disponible.

¡Por supuesto!, dice el creyente creacionista: Ese alguien o algo es El Creador; la Inteligencia Suprema que no podría dejar nada en manos del azar; el Ser Omnipotente que nos ha diseñado de la mejor forma posible para que habitemos La Tierra, nos multipliquemos y marquemos la casilla de La Iglesia en la declaración del IRPF.

¡Por supuesto que no!, dice el evolucionista agnóstico amante de la razón: Ese alguien o algo es la naturaleza y el factor de necesidad que lleva implícita. Cualquier tecla pulsada de forma inadecuada se elimina a sí misma por su propia inutilidad. No tiene que intervenir para ello ninguna inteligencia superior más que las leyes naturales.

Y para que conste a los efectos oportunos, este escribiente da por triunfadora a la razón en esta contienda, que para eso soy yo el que teclea, confiando en que os creáis que he necesitado en tal quehacer menos pulsaciones que esos primates.

De todos modos, quedémonos con la metáfora, ya que cuando alguna vez se ha intentado preparar el experimento con simios y máquinas de escribir reales dentro de una jaula, lo más que se ha conseguido es una larga repetición de la letra "S" y numerosas deposiciones (antropoides, parece ser) sobre el teclado.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Pensamientos sobre una Vespa


Gran parte de los pensamientos más profundos que tengo suceden cuando me muevo por Barcelona en Vespa. Ves a la gente pasar en los semáforos, los escaparates, los lemas publicitarios en fachadas y quioscos, el pulso de la ciudad en sus aceras; la urbe a escala humana y tangible, en definitiva.

Algunas de esas reflexiones ya han ido apareciendo aquí sin reconocimiento de origen. Otras se volatilizaron inmediatamente como el humo del tráfico a mi alrededor. Pero la de hace un rato me ha parecido apropiado compartirla con vosotros con partida de nacimiento incluida, enseguida entenderéis por qué.

El caso es que iba detrás de un autobús, sin demasiada prisa, pensando en las tareas de la mañana, cuando mi mirada se ha posado distraídamente sobre el reclamo propagandístico impreso en su carrocería: "Segueixo creient (...)" ["Sigo creyendo (...)"].
Me ha parecido que no estaría nada mal aceptar como verdad algo de esa manera en que se hace necesario anunciarlo tan notoriamente, así que me he fijado con un poco más de atención en cómo seguía la frase: "(...) en política." ¿Cómo? ¡Por fin un sabio! ¡Alguien que se da cuenta definitivamente de que la política es una cuestión de fe! ¡Una elucubración irracional como pueda serlo la religión o el fútbol! ¡¡Oh visionario a idolatrar!!

Alguna otra mente privilegiada (a parte de la mía, claro) se ha percatado de la enjundia de la misiva y ha considerado necesario datarla y localizarla: Pinós, 10-04-2010, e incluso quien quiera puede leer el discurso completo publicado íntegramente en internet (a mí me falta estómago, sinceramente). Por supuesto también han identificado al autor, pero yo prefiero no nombrarlo aquí por no dejar mácula. Diré simplemente, en relación con la entrada anterior, que muy probablemente no fue el chico más brillante de su clase.

lunes, 10 de mayo de 2010

A esos me refiero, en tono menor


Recuerdo que mi clase del colegio estaba formada por un variado repertorio de chavales en el que no faltaba ningún año el empollón, el gordinflón, el malote, el nenazas, el as del fútbol, el tímido, el líder, el enfermizo, el guapo, el grandullón, el chistoso, el rebelde, el pelota, el geniecillo, el patoso, el poeta, el extranjero, el bajito, el bruto, el listo, el lunático, el repetidor...

Pero hoy quiero referirme concretamente a esos tres o cuatro gilipollas con los que todos hemos tenido que compartir aula y patio de escuela durante tantos años de formación, a esos zoquetes acomplejados de mediocridad ofensiva gris plomiza, resabiados y repelentes hijos de papá, no imbéciles técnicamente, pero sí coloquialmente subnormales y con una más que aparente oscura sombra de hijoputismo.

Hubiera preferido no hacer nunca mención de esos y sí de los otros (de los brillantes, de los capaces, de los carismáticos, de los emprendedores, de los creativos, de los generosos, de los artistas), y si lo hago ahora es sólo porque sospecho que son ellos (junto con otros tantos, más antiguos) los que se han posicionado y deciden sobre el rumbo que toma esta entelequia llamada sociedad que a todos nos engloba.

Hagamos lo posible por que las consecuencias sean leves y, ya puestos, en tono menor.