Todo estaba escrito, especialmente sobre gustos, pero no hicimos nada por leerlo.
Incluso habiéndolo leído, no hicimos nada por entenderlo.
Incluso habiéndolo entendido, no hicimos nada.
Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras.
Quizás Adriano no pudo presagiar entonces que la alienación del individuo actual no se produciría sobre el trabajo, sino sobre el ocio, carente este ya por completo de placer para el ser humano (esa capacidad plena de goce y disfrute) porque el exceso lo insensibilizaría.
Esclavos del trabajo o esclavos del ocio. ¡Qué más da!
Máquinas estúpidas y satisfechas en cualquier caso.
Así lo escribió Marguerite Yourcenar en 1951.
Así lo leímos en la traducción de Cortázar de 1954.
Así lo entendimos... ¿y otra vez nada?
Sirva al menos para alguna que otra tertulia entre simpatizantes de la resistencia.