miércoles, 30 de junio de 2010

Una vez fuiste el tipo más rápido


Junto a la colección de fracasos que uno va acumulando a lo largo de su existencia, suele aparecer siempre el patoso jaleador de turno que pretende levantar la moral con eso de que al menos una vez fuiste el espermatozoide más rápido.

A mí nunca me ha servido de consuelo esa frase tan bienintencionada, pues en este planeta no he encontrado aún a ser humano alguno (incluso mamífero en general) ante el que poder presumir de semejante mérito.

Hoy se cumplen cuarenta años y aproximadamente nueve meses de la brillante carrera al sprint en la que dejé atrás a todo ese pelotón de histéricos cabezones de colas flagelantes, y quiero agradecer especialmente y con todo el cariño a mis padres el haberme convocado aquel día a esa prueba, confiando ciegamente en mis opciones de triunfo.

Las trompas de Falopio maternas son el mejor lugar posible para echar el resto y dejar así al gran competidor que uno lleva dentro. Después, la vida (el premio al campeón) mejor tomársela con algo más de calma, digamos que andante moderato, un buen tempo para disfrutar del paseo al margen de triunfos y fracasos.

lunes, 21 de junio de 2010

El poema del éxtasis y la helada invisible


Cuando un creador emprende su tarea, los objetivos a alcanzar pueden ser muy diversos en función de cuáles sean sus pretensiones iniciales. Los hay que se conforman con que agrade lo justo para obtener una remuneración que les garantice el sustento; algunos van más allá en su conformismo y pretenden simplemente que su obra no resulte molesta (ojalá hubiera más de estos viendo cómo está el panorama actual); y otros miran más arriba y aspiran a trascender, que se les recuerde por la importancia de su legado, y de este modo lanzan al mundo sus producciones con la intención de que el público se emocione con ellas, ya sea por su belleza, por su capacidad de conmover, o por ser sublimes sea cual sea la interpretación que queráis hacer de este apelativo. Y la emoción máxima a la que se puede aspirar es el éxtasis, o eso dicen.

Viendo el lugar que cada uno ocupa hoy en la historia de la cultura, a muchos les sorprenderá que Bach fuera de esos primeros y Scriabin de estos últimos; el luterano leyendo las sagradas escrituras y creyendo en Dios, y el ruso leyendo a Nietzsche y creyéndose Dios. Y si de ese estado del alma completamente dominada por un profundo sentimiento de admiración hablamos, yo casi me quedo con La Pasión según San Mateo antes que con el Poema del éxtasis, aunque sin llegar nunca a la suspensión temporal de las funciones corporales como sucedió a Santa Teresa cuando unió su espíritu con el altísimo.

Lo que me resulta del todo admirable es que alguien haga de ese afán de éxtasis ajeno el motor de sus creaciones. Tanta ambición parece condenada de entrada al más rotundo de los fracasos, pero entiendo que hay un matiz de visceralidad muy interesante en este planteamiento: ¡Voy a hacer algo tan increíblemente bueno que cuando la gente lo perciba quedará tan intensamente embelesada que se mirarán unos a otros con la sensibilidad excitada hasta el punto de no poder contener las ganas de ponerse a follar allí mismo!

Süskind lo narra brillantemente en El perfume: "Mujeres recatadas se rasgaban la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos los miembros rígidos como por una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas más inverosímiles, anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado, aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venía. El aire estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos." *

Pero esta escena pertenece a una novela, y aunque sabemos de la capacidad de algunos perfumes para embriagar, dudo que nadie considere verosímil que pueda sacarse del ámbito de la ficción, aunque por lo que parece, tipos como Scriabin (y perdón por el anacronismo) sí llegaron a considerarlo posible. Para ellos otro pasaje del mismo relato: "Nadie sabe lo bueno que es realmente este perfume. Nadie sabe lo bien hecho que está. Los demás sólo están a merced de sus efectos, pero ni siquiera saben que es un perfume lo que influye sobre ellos y los hechiza. El único que conocerá siempre su verdadera belleza soy yo, porque lo he hecho yo mismo. Y también soy el único a quien no puede hechizar. Soy el único para quien el perfume carece de sentido." **

Respecto a las dos últimas frases del fragmento, yo diría que se pueden aplicar a la inversa: el perfume sólo cobra ese sentido para ellos que murieron (y morirán) hechizados por su propia pretenciosidad.

Por la experiencia que he tenido hasta la fecha, existe un único genio capaz de provocar en mí el efecto de la helada invisible con sus creaciones: la naturaleza cuando se expresa materializándose en belleza de mujer.

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* Patrick Süskind, El Perfume (1985), fragmento cap. 49
** Ídem, fragmento cap. 51

miércoles, 16 de junio de 2010

Cerebros en un tarro


Igual que ya os he hablado de esos actos de reflexión que hago montado en mi Vespa o exprimiendo naranjas, hoy quiero hacerlo de las contiendas dialécticas en las que me enfrasco ocasionalmente con amigos alrededor de una mesa poblada de cervezas.

En general, existen foros en los que las partes manifiestan ser partidarias de uno u otro posicionamiento sin necesidad de grandes argumentaciones. Se trata de porfías como las que genera el fútbol, la política o la religión. Basta con ponerse la bufanda que más guste y expresar a voz en grito las inclinaciones propias, que la audiencia se entere bien de qué parte se está, y cuáles son las virtudes del equipo o afiliación al que se pertenezca y los defectos del bando contrario. Lo habitual en este tipo de circos es que se dialogue poco y se vocee mucho.

Pero existen otros debates (estos sí propiamente diálogos) en los que uno necesita argüir, aunque sea someramente, su parcialidad, lo cual puede ser muy peligroso en función del perfil de los interlocutores. La cerveza se hace por tanto del todo imprescindible, como combustible para unos y como analgésico para otros.

Viene aquí muy al caso la disputa que desde el inicio de la filosofía ha enfrentado a empiristas e idealistas. Estos desprecian el conocimiento sensible negando la realidad del mundo exterior tal como nos lo muestran nuestros sentidos mientras que aquellos arremeten contra todo lo que no provenga de deducciones lógicas basadas en la propia experiencia.

La conversación transcurre con cierta calma al pasar por el nominalismo y el principio de simplicidad. Acerca del racionalismo y la lógica empírica aún se puede prestar algo de atención. Arribados al concepto de certeza cartesiana hay que dar un trago bien largo. Con los juicios kantianos y los apriorismos se hace necesario pedir otra ronda. En el idealismo y la dialéctica hegeliana un par más. Con las posturas radicales del positivismo lógico se reclama ya de forma urgente ser anestesiado. El empirismo lógico y la filosofía analítica espabilan ligeramente al desmayado, pero con la fenomenología vuelve irremediablemente el desvanecimiento.

La dispersión total se produce cuando alguien saca el argumento escéptico de que toda nuestra experiencia sensible podría deberse a las manipulaciones que un científico loco opera en nuestros cerebros que flotan en una solución acuosa (dicen que de formaldehído) dentro de un tarro.

Llegados a este punto en el que los contertulios comenzamos a liarnos al cuello las bufandas, se hace absolutamente necesario que las jarras sean lo suficientemente grandes como para poder sumergir en ellas las masas encefálicas de todos nosotros, aspirantes a filósofo de pacotilla.

miércoles, 9 de junio de 2010

Prefiero que me mientan


Cuando de engañar se trata, lo de menos es si se miente o si se dice la verdad. Lo habitual es mentir, por supuesto, pero ese es un procedimiento ya caduco por trivial y, hasta me atrevería a decir que, por honesto.

Más sibilinos son los ardides que hacen gala de veracidad. Esos son los más obscenos compinches de la farsa. Porque lo cierto, cuando inconcebible, conmociona y paraliza, y ese es un recurso psicológico que los gurús del engaño saben manejar a la perfección.

Cansados de ser cogidos antes que los cojos, esos mentirosos adoradores de séptimos de caballería dejaron que por una vez ganaran los indios, pero los buenos seguían siendo los mismos y los cojos volvían a llegar primero. Hoy los indios pierden de nuevo, como nos consta que ha sucedido siempre, pero esos virtuosos de la argucia tienen además la desfachatez de poner en nuestro conocimiento, ahora sin tapujos ni vergüenza, que los buenos eran realmente Nube Gris y sus feroces secuaces, mientras que los malos hemos sido y seguimos siendo nosotros.

Esas son las historias que hogaño nos explican con frescura, ciertamente veraces pero demasiado increíbles como para dejar de comer palomitas mientras nos las cuentan. Así nos hacen cómplices y ellos se legitiman y arman de impunidad para seguir aniquilando, envenenando, conquistando, saqueando, explotando, expoliando, arrasando, esquilmando, enriqueciéndonos..., aunque ya sin necesidad de ocultarlo.

Si ha de ser así, prefiero que me mientan, sinceramente.

miércoles, 2 de junio de 2010

El esplendor tras la cortina


Suele decirse que la melancolía es un estado de ánimo propicio para la creatividad, y seguramente Robert Schumann es el gran paradigma de este postulado. Pocos entendieron como él que la música es esa forma de expresión que se diferencia del lenguaje verbal en que revela inmediatamente los sentimientos. A juicio de muchos críticos fue el más romántico de los románticos, si bien él mismo entendía que ese calificativo era sólo aplicable a los músicos que llevaban dentro de sí a un poeta. Pero un poeta que no se manifestaba mediante palabras, ya que cuando el verbo alcanza cierta altura, deja de decir... ¡y canta!

Desde este punto de vista, el dolor queda vinculado estrechamente a la música a partir del momento en que se sumerge en el ámbito de lo que no puede decirse, del silencio, y este es un elemento básico en el romanticismo schumanniano: la estética del dolor (que no del sufrimiento, pues éste da paso al placer cuando se extingue, mientras que aquél persiste sin esperanza). Buscaba el refugio que le ofrecía la música utilizándola como terapia en sus procesos psicóticos, y el principal efecto de ese silencio es la escisión que conduce al despiece, al culto por el fragmento y por el aforismo.

El Schumann más genuino es el de estas pequeñas piezas anteriores a la sinfonía "Primavera", previas al matrimonio con Clara Wieck a partir del cual comenzó a batallar con las grandes formas heredadas de la tradición clásica. Que nadie piense que minusvaloro las obras posteriores al op. 38, pero se trata ya de un compositor sustancialmente distinto: un loco que escribía como un cuerdo; una cordura que, a la postre, le haría enloquecer.

Otros muy cuerdos adoptaron el papel de genios locos, de inspirados talentos elegidos por la generosidad de los dioses, amigos íntimos y confidentes de las musas. Robert Schumann los despreciaba a todos por igual, adoradores de fuegos fatuos, siervos de la pirotecnia, grotescos divos que hubieran perdido todo su encanto presentándose en público ocultos tras una cortina. Aunque es muy probable que ellos, en su necedad, interpretaran ese desprecio como uno más de sus desvaríos.

Y puestos a desvariar de puro deleite, acompañemos este homenaje con el andante del cuarteto para piano en mi bemol mayor, op.47, para que veáis que no me olvido, ni mucho menos, de su producción posterior a 1841, lo cual sí sería, a todas luces y en el sentido más clínico de la palabra, una verdadera locura.