martes, 31 de enero de 2012

El poder de la música


Tocaba reinventarse. La ópera de gimnasia vocal había entrado en decadencia a partir del segundo tercio del XVIII, veinticinco años después de que Haendel llegara a Londres desde Hannover, en su Alemania natal,  con pasaporte de gran estrella y rodeado de castrati para triunfar con sus creaciones de estilo italiano ante el elegante público inglés. Y Georg Friedrich lo hizo como sólo los grandes genios saben hacerlo: sacándose de la manga una obra inclasificable de subtítulo tan concluyente como el que da nombre a esta entrada.

"El festín de Alejandro: o el Poder de la Música" es una obra a medio camino entre el oratorio y la ópera, que es poco más que decir que en terreno de nadie. Basada en una oda del poeta John Dryden para el día de Santa Cecilia, patrona de la música, se estrenó en 1736 con enorme éxito porque supuso la transición entre sus óperas espectaculares en estilo italiano y sus obras corales inglesas de mayor peso intelectual y religioso, especialmente los oratorios El Mesías (1742), Judas Macabeo (1746), Josué (1747) o Jefté (1751).

Yo tendría unos doce años cuando cayeron en mis manos dos cassettes BASF de 60 min. con una grabación que me cautivó ya desde la primera escucha. Enseguida me aprendí las canciones. En inglés resultaba muy fácil memorizarlas: "Happy, happy, happy pair!", un coro de jovialidad exultante que levantaba el ánimo a cotas insospechadas, "Bacchus, ever fair and young", himno a la fiesta y a la borrachera tan adecuado para el registro grave de bajo como inapropiado para un preadolescente en ciernes (...drinking is the soldier's pleasure), "He sung Darius, great and good", un aria hermosísima para soprano, pero de una tristeza tan honda y sobrecogedora que aún me persigue en los momentos melancólicos (...on the bare earth exposed he lies, with not a friend to close his eyes), "Revenge, revenge Timotheus cries", de nuevo el bajo nos rescata de la melancolía, seguramente aún espoleado por el tintorro...

Ese par de cintas me acompañaron incansablemente durante toda la adolescencia. Ahora me parece increíble que siguieran sonando después de tanto uso como les di. En segundo de BUP se las presté a una chica muy mona que había entrado nueva en nuestra clase y que aspiraba a hacerse cantante de ópera. Después de verano había engordado tanto (no sé si imitando a las sopranos de moda en aquel momento) que perdí el interés por ella y, lamentablemente, también por las cintas, así que ya nunca las recuperé.

Unos pocos años después, ya en la universidad, un día sentí la necesidad de volver a escuchar el Alexander's Feast. Era finales de los ochenta y en música clásica se empezaba a editar todo el catálogo en CD. Compré en Discos Castelló la versión de Gardiner con English Baroque Soloist y el Coro Monteverdi de 1988 que acababa de publicar Philips en tecnología DDD, pero al escuchar el primer acorde de la obertura me sonó un poco raro por no poder reconocer ni el timbre, ni la intensidad, ni el ritmo de la interpretación que yo había memorizado en decenas y decenas de escuchas en mi viejo reproductor de cassette. Aún así, era un buen disco y era El Festín de Alejandro de Haendel (seguramente entonces no se le diera tanta importancia a las distintas interpretaciones como la melomanía enfermiza -y consumista- actual le pueda dar), por lo que, a pesar de esa extrañeza inicial, lo he escuchado con placer hasta ahora.

Hace unos meses fui a una charla de ópera que organizaba una compañera en su estudio. Resulta que la conferenciante era la chica mona aspirante a soprano que conocí durante el bachillerato. No estaba tan mona como la primera vez que os he hablado de ella, pero tampoco tan gorda como la segunda. Nos reconocimos enseguida y comenzamos a hablar de las banalidades habituales en este tipo de reencuentros. Sin hacer mención (cortesía obliga) me acordé del par de cassettes BASF. Al llegar a casa busqué en internet otras versiones existentes de El festín de Alejandro. ¡Sólo dos disponibles en CD después de treinta años! (Lo dicho: una obra en terreno de nadie). La citada de Gardiner y otra de Harnoncourt de 1978 con el Concentus musicus Wien recientemente reeditada por Warner Classics del catálogo de Teldec publicado anteriormente sólo en vinilo. Las fechas cuadraban... ¡Tenía que ser esta!

Me llegó hace unos días por correo y desenvolví el paquete con cierto nerviosismo. No podía haber nada en la tapa o en los créditos que yo reconociera, pues sólo había tenido una grabación en cinta y no conocía el original. Había que hacerlo sonar y... ¡Sí! Ahí estaba el Poder de la Música transportándome al salón del piso de mi tío Ramón en Madrid donde escuché por primera vez esa obertura magnífica con el timbre, la intensidad y el ritmo que yo había hecho míos en las viejas cintas BASF que él me había dado sin ser del todo consciente del enorme aprecio que yo iba a hacer a ese regalo; al Peugeot 504 de mi padre donde tantas veces las habíamos puesto para cantar sus arias y coros; a nuestro piso en Barcelona y a la biblioteca con la pletina JVC que no consiguió desmagnetizar las cintas a pesar de todas las veces que las leyeron sus cabezales, esas y todas las otras que grababa de la discoteca para ir formando mi propia colección.

Por ahí deben andar esos cassettes, desmagnetizándose ahora sí en algún cajón por la falta de uso, pero aquí sigue el Poder de la Música latiendo en mi interior, el mayor de los regalos, el mejor de los legados, tal como lo experimenté con doce años, frescura que no se pierde, que no marchita con el tiempo, que nos hace más fuertes y valientes en cada evocación, que nos ofrece lo verdaderamente justo y valioso al rememorarla.

¡Cantad conmigo!

Non but the brave,
Non but the brave,
Non but the brave deserve the fair!

Quería escribir sobre Haendel y me parece que el texto ha ido derivando hacia el "panfleto de autoayuda - CD incluido" (me suele pasar, trato de enmendarme). Bueno, si aún os interesa ahí están sus cuarenta y seis óperas, la Música acuática, la Música para los reales fuegos artificiales, los veinticinco concerti grossi para orquesta, dieciocho conciertos para órgano, las varias docenas de sonatas y sonatas en forma de trío, las dieciséis suites, las seis fugas y otras piezas para clave, las ciento cincuenta cantatas de cámara, los duetos y canciones para una voz, los treinta oratorios y otras obras dramáticas de gran envergadura como Sansón, Saül y El Mesías, claro..., ¡El Mesías!, pero sobre todo El Festín de Alejandro, o sea: El Poder de la Música.

¡Otra vez!

Non but the brave,
Non but the brave,
Non but the brave deserve the fair!

lunes, 23 de enero de 2012

Descorrer el estúpido velo


Aceptar la muerte de mi padre me ha costado casi diez años, pues la vida no era concebible sin él; me lo había enseñado así y me había hecho creer que era inmortal... y le creí.

Así termina "Correr el tupido velo", la biografía de José Donoso escrita por su hija Pilar. Cierro el libro y un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Pilar, Pilarcita, se suicidó en su piso de Santiago de Chile el pasado noviembre, algunos meses después de haber estado en España presentando el libro y de acercarse por Calaceite, el pueblo de su infancia y el lugar al que ella sentía pertenecer. Se había quedado dormida y ya no despertó, dicen que debido a la ingesta abusiva de medicamentos.

Pero "Correr el tupido velo" es mucho más que la biografía del escritor chileno: es la búsqueda de la propia identidad, una terapia, una necesidad de sanación, el ejercicio de descorrer los velos que ocultan lo más oscuro y abrumador del alma, en este caso del padre y también, aunque en mucha menor medida, de la madre. Y Pilar Donoso lo hace con una serenidad que conmueve, sin afectación, con enorme delicadeza ética y psicológica, tomando distancia de forma tan lúcida que resulta admirable y casi causa extrañeza, pues cabría pensar que precisamente ella, por ser parte implicada y fundamental en esa biografía, no pudiera o no supiera hacerlo. Pero lo hace, y muy meritoriamente.

Aproximadamente dos terceras partes del libro las forman extractos de los escritos que José Donoso había dejado en sus sesenta y cuatro cuadernos de notas (a modo de diarios de escritor) y fragmentos de su correspondencia personal. El resto son los comentarios que la autora va intercalando para hilvanar la biografía de su padre. Esos escritos de José Donoso, además de interesantísimos para conocer el proceso creativo del artista en la elaboración de sus obras (documentos magníficos para el que quiera adentrarse en las relaciones entre escritor y literatura), son de una contundencia demoledora en lo meramente personal. Y lo son fundamentalmente por su sinceridad, por ser la textualización directa del pensamiento íntimo, la confesión que se manifiesta sin cortapisas pues se escriben para uno mismo. Esa sinceridad desinhibida resulta en muchas ocasiones cruel y ofensiva. Debió de ser muy duro para Pilar (y así lo expresó en repetidas ocasiones) leer un material tan delicado y hurgar en esa cartografía mental torturada, angulosa y abrupta.


José Donoso era un tipo muy inteligente además de un gran escritor, pero no parece que fuera una buena persona. Tanta inteligencia acompañada de una muy acentuada egolatría no le favorecía. Envidiaba al resto de colegas hispanoamericanos que sin ser tan brillantes comenzaban a destacar en las listas de autores más vendidos. Su literatura no vendía. Carme Balcells, su agente literaria, bromeaba diciéndole que él era un "long seller". No me extrañaría que, por el deseo de quedar incluido en esa élite, él mismo alentara la denominación del fenómeno editorial llamado Boom de la literatura latinoamericana que aglutinaba a escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes y Jorge Edwards entre otros, muchos de los cuales pasaron por su casa de Calaceite  (allí llegó a principios de los 70 de la mano de su traductor al francés de "El obsceno pájaro de la noche", Didier Coste, que tenía en esa localidad fijada su residencia, harto de aclararle "chilenismos" por carta), convulsión cultural que aún se recuerda en el pueblo (confesaré que de ahí me viene principalmente el interés por el autor y su obra. Aquí podéis ver un documental del año 2005 de Emilio Ruiz Barrachina titulado "Tinta y piedra" que ilustra magníficamente este fenómeno de convivencia cultural en esta pequeña villa en la comarca del Matarraña, en el Bajo Aragón, en la franja limítrofe con Cataluña). Él quería formar parte de esa élite, era tan buen escritor o mejor que ellos pero sus libros pasaban desapercibidos para el gran público. Precisamente en Calaceite escribió el ensayo "Historia personal del Boom" donde recoge sus reflexiones al respecto. También aquí da forma a "Casa de Campo", una de sus novelas más ambiciosas y en la que pretendió plasmar esa vena onírica y experimental de la literatura latinoamericana de aquella época, con crítica política en forma de metáfora escondida de por medio, por supuesto. Sigue sin vender, como no había vendido "El obsceno pájaro de la noche", quizás su novela más enjundiosa, como no había vendido "Este domingo" ni "Coronación", más accesibles, o "El lugar sin límites", mi favorita. Fue una lástima (y una enorme desilusión para José Donoso) que no se llevara a cabo con Buñuel la versión cinematográfica a pesar de lo mucho que lo hablaron en amistosos encuentros tanto en Calanda como en Calaceite, pero ni la temática ni el director eran bien vistos por los censores españoles de la época y, en consecuencia, tampoco por los productores que aspiraban a rentabilizar la inversión. Finalmente "El lugar sin límites" fue llevada al cine por el mexicano Arturo Ripstein en 1977, y después de ver el resultado cuesta imaginar que el turolense hubiera podido hacer una película mejor, pero es igualmente una pena que los proyectos con Buñuel (ni ese ni después el de "El obsceno pájaro") no se materializaran. La de Ripstein fue Premio de la Crítica en el Festival de San Sebastián, y aún se me ponen los pelos de punta al recordar la escena (añadida a la historia original en el guión de Manuel Puig) del baile de la Manuela cantando "La leyenda del beso".

En Calaceite sigue estando su casa. Donoso era un hombre de casas, meticuloso hasta el último detalle con la decoración, la configuración de los espacios y el mobiliario, incapaz de habitar de forma provisional ningún lugar, aunque acabaran siendo estancias cortas. Pero en Calaceite vivió permanentemente de 1971 a 1974 y después esporádicamente como refugio al cual volver mientras estuvo en España, y de retiros voluntarios para concentrarse en la escritura hasta su retorno a Chile en 1981, e incluso después hasta que su hija Pilar contrajo matrimonio. Así, las piedras ancestrales del hermoso pueblo aragonés fueron testigo mudo de la redacción de muchas de sus páginas (Historia personal del Boom (1972), Tres novelitas burguesas (1973), Lagartija sin cola (1974, aunque publicada póstumamente en 2007), Casa de Campo (1978), La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1981), El jardín de al lado (1981), Poemas de un novelista (1981)). La casa se convirtió en lugar de encuentro con diversos personajes de la cultura como los citados Luis Buñuel, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Jorge Edwards, además de Carlos Saura, Alfredo Bryce Echenique, Paco Rabal, Luis Goytisolo, Carlos Barral y Ana María Moix, entre otros, además de Mauricio Wacquez, Elsa Arana e Yves y Vigna Zimmermann que también quedaron afincados en el pueblo. Hoy la casa pertenece a Jane Alexander, una inglesa que la habita conservándola tal como la dejaron los Donoso, no está claro si por respetuoso conservacionismo o por falta de recursos. Ya afincado en su Chile natal, José Donoso se la vendió para disponer de metálico con el que hacer a su hija un buen regalo de bodas. Me han dicho que la actual propietaria es simpática y hospitalaria, así que espero poder visitarla algún día, antes de que se hundan los forjados.


Detesto a los que corren un tupido velo, por eso admiro el libro de Pilar Donoso, puesto que el título es una ironía de lo que realmente pretende y consigue: descorrer el velo, descubrir lo que esconden las máscaras, desvelar lo que ocultan las sombras. El precio que ha pagado ha sido muy alto, y ahora no me refiero tanto al suicidio como al rechazo de parte de la familia Donoso y al alejamiento de su marido (sobrino de José Donoso) y de sus hijos. Quizás haya llegado el momento de aclarar que Pilar era hija adoptiva, algo que hubiera podido ser irrelevante si no fuera por el desconocimiento del origen genético que emparentaba en el desamparo a Pilarcita y a José Donoso, atormentado este último por el síndrome del clochard, del eterno vagabundo, del que está en conflicto con su propia identidad que enmascara. Y nada más literario que enmascarar. José Donoso hizo de sí mismo un personaje literario y eso quiso hacer también con su hija Pilar.

Pero este libro no es una venganza contra ese intento de manipulación meticulosamente diseñado. Muchos lo han entendido así pero se equivocan radicalmente. Quizás esos familiares que le dieron la espalda a Pilar después de la publicación del libro no hicieron una lectura adecuada y entendieron que descorrer el tupido velo significaba empujar el cadáver del padre fuera del armario. Este es un error terrible. La homosexualidad del escritor se trata de forma muy aséptica, sin sutilezas, dándole la relevancia justa, y por lo que se desprende del libro ésta se ciñe a poco más que relaciones adolescentes y reminiscencias posteriores más bien volátiles. Sólo existe un documento, reproducido por Pilar en el libro, donde se cite textualmente la homosexualidad de José Donoso: "Mi homosexualidad pasiva y latente" escribe en una carta a su esposa María Pilar Serrano. En los cuadernos fue muy cuidadoso con este tema. Si alguien quiere leer entre líneas o sacar conclusiones más aventuradas allá él y sus intencionalidades, pero el testimonio vertido por Pilar en su libro, junto a la transcripción de los diarios de su padre, no invitan a ningún tipo de sensacionalismo al respecto. Otra cosa es que a algunos les convenga leer malintencionadamente para obtener algún tipo de beneficio para sus intereses maléficos de prensa amarilla, pero esa inclinación perversa no aparece por ningún lado en "Correr el tupido velo", al contrario, en todo caso trata de desmentirlos. Entiendo que el título está más relacionado con el hecho de quitar las máscaras al personaje que Donoso había creado literariamente para sí mismo y así afrontar mejor sus inseguridades, sus paranoias, sus hipocondrías, seguramente también sus conflictos sexuales, por descontado, pero esta era una máscara más, no "la" máscara. En este aspecto me inquieta que el título del libro hable de "el tupido velo" en determinado y no de "un tupido velo" en indefinido como se suele hacer en el uso habitual del lenguaje, pero ya me he referido al carácter irónico del mismo, y lo que pesa verdaderamente es el contenido de sus páginas. Por otro lado, se trata de una expresión que José Donoso utilizaba con frecuencia y que, por ejemplo, en "Casa de Campo" se repite constantemente.

Cuesta imaginar las causas que llevan a una persona al suicidio, pero en el caso de Pilar no creo que la razón última fuera la lectura de los diarios de su padre. Pilarcita los lee bien, no sin dolor, que conste, y saca conclusiones útiles para resolver sus conflictos tratando de explicarse la psicología compleja del padre. Nada en las reflexiones que vierte en su libro hace pensar lo contrario. Tardó ocho años en asimilarlos y en ordenar su discurso y se hace evidente que salió fortalecida de esa empresa. Sospecho que fue el rechazo de la familia Donoso y la separación de su marido y de sus hijos lo que la afectó hondamente, que los primeros no entendieran su libro, que no la aceptaran sin la máscara que José Donoso había diseñado tan literariamente para ella, pero es absurdo especular sobre el desencadenante último. También es especialmente inquietante, y más aún después de conocer lo sucedido, que José Donoso esbozara una historia en la que la hija se suicida después de leer los diarios personales que el padre había dejado para ella. Pilar la conocía y hablaba de ella como una anécdota más en las fantasías literarias del padre, pero confío en que no fuera el último pensamiento que atravesó su mente antes de rendirse con un sumiso "...vale, tú ganas".


En una entrevista para una revista de decoración publicada justo después de la edición chilena del "Correr el tupido velo" (ya hemos dicho que el interiorismo era una de las grandes pasiones de José Donoso, pero también de Pilar) contesta a las preguntas del cuestionario de Proust y nos la imaginamos razonablemente feliz*. Después de lo sucedido, se abren otras lecturas a esas respuestas.

* No quiero que nadie piense que hago trampas: la fotografía superior se publicó acompañando la entrevista de marzo de 2010 a la que me refiero, pero he podido saber que la instantánea fue tomada en mayo de 1999 para un reportaje aparecido con anterioridad en la misma revista ED, "Estilo de vida y Decoración", de Santiago de Chile. En imágenes más recientes no luce tan glamurosa, pero tampoco tanto menos como para sospechar semejante desenlace.

¿Cuál es su primer recuerdo doloroso?
Cuando me dijeron que era adoptada.
¿Qué se aprende del dolor?
Que uno está vivo.
¿Su mayor miedo?
La soledad.
¿Cuál ha sido su mayor atrevimiento?
Escribir un libro.
¿Cuál es su más preciada posesión?
La memoria, el recuerdo, la conciencia del pasado, del ayer, del antes.
¿Cuándo y dónde ha sido más feliz?
En España, en un pueblo llamado Calaceite, durante mi niñez.
¿Qué es lo que le hace llorar?
Los juicios, el rechazo, la mentira.
¿Cómo le gustaría morir?
La muerte del justo, durmiendo.
¿Qué persona le ha influido más?
Mi padre.


La muerte es la ausencia de palabra.
José Donoso

lunes, 16 de enero de 2012

Il Secondo Libro di Toccate de Girolamo Frescobaldi


Si un desconocido de repente te regala flores, eso es "Impulso". ¿Os acordáis del anuncio publicitario? Me ha venido a la cabeza pensando en cómo explicar que alguien de repente te suelte el rollo sobre El segundo libro de tocatas de Girolamo Frescobaldi. No sé si será impulso, pero desde luego mucha gente agradecería en ese momento al menos un empujoncito para salir disparado en dirección contraria.

Pero el caso es que a mí hoy me apetece escribir sobre este músico italiano nacido en Ferrara en 1583, una de las figuras más relevantes de la música para teclado anteriores a Domenico Scarlatti, que es como decir de la historia de la música en general. Espero hallar en alguno de vosotros un interlocutor interesado (no interesados pasar directamente al penúltimo párrafo).

Se conoce poco y mal la música anterior a Bach, y esto es especialmente injusto teniendo en cuenta que Johann Sebastian no inventó nada. Podría decirse que fue un sabio compilador, pero me horroriza escuchar en algunos corrillos que la música occidental comienza en él. ¿Qué hay de Palestrina, o de Victoria (otro de los nuestros, por cierto), o de Tallis, o de Desprez, o de Lasso, o de Dowland, o de Gesualdo, o de Machaut, o de tantos otros? Frescobaldi los asimiló a ellos como Bach después lo asimiló a él y a sus avances en contrapunto, jugando así un papel fundamental en la transición del Renacimiento al Barroco.

En 1627, un Girolamo Frescobaldi de 44 años estaba en la plenitud de sus facultades. Por esa época desempeñaba el cargo de organista en la iglesia más importante del mundo, la de San Pedro en Roma, y estaba muy solicitado tanto como intérprete como profesor. También los editores ansiaban publicar sus creaciones. Después del éxito conseguido en 1615 con su primer libro de tocatas, se siente con la confianza suficiente como para preparar un segundo volumen, una colección más ecléctica que la anterior. Contiene once tocatas para comenzar (el primero lo formaban doce, las diez primeras para clave y las dos últimas para órgano) y un madrigal que sustituiría a esa duodécima tocata del primer libro, pero continúa con seis canzonas, tres himnos y magnificats, un aria, cinco gagliardas, otro aria, seis correntes y dos partitas. Son estas últimas piezas las que marcan la diferencia, especialmente los cuatro conjuntos de himnos y magníficats en los tres modos eclesiásticos, variaciones para órgano intercalados con los versículos en canto llano de la liturgia de Vísperas. ¿Queda algún interlocutor interesado por ahí? Sigamos.

El término "toccata" proviene del italiano "toccare" (tocar), y el género se desarrolla a partir de las improvisaciones que los intérpretes ejecutaban en sus instrumentos de teclado (claves y órganos), tanto en la iglesia como en sesiones domésticas de cámara. Las tocatas de este libro segundo son más sólidas que las de su predecesor, más estructuradas y al mismo tiempo más variadas. Las dos primeras están en modo dorio común transportado de Re a Sol, parecido a nuestra moderna escala de Sol menor, ambas para ser interpretadas al clave. Después de Bach será difícil escuchar otros modos que no sean el jónico y el eólico (escala mayor y menor naturales), eso sí, desarrollados hasta la obsesión durante doscientos años por los más esforzados compositores occidentales. Tendremos que esperar hasta el impresionismo, especialmente con Ravel y Debussy, para recuperar con verdadera intención armónica estas escalas. Pero la riqueza que ofrecen estos otros modos arcaicos está bien presente en estas tocatas de Frecobaldi: la tercera y cuarta (llamdas de elevación por el momento de la liturgia en que son interpretadas) para órgano en modo dórico y eólico respectivamente (la cuarta en el registro de voz humana que consigue un efecto inquietante de inmaterialidad, atmósfera muy apropiada en este episodio de la celebración); la quinta y la sexta también para órgano en mixolidio y lidio respectivamente, deberían resultar impactantes en San Pedro con el instrumento a todo fuelle por su uso de escalas, arpegios y movimientos cromáticos; la séptima que vuelve al clave y al modo dórico es una de las más conseguidas de la serie, incluyendo un mini-ricercare (precursor de la fuga barroca) en el tramo central; la octava, al órgano, que para mayor claridad, lleva el subtítulo de "di durezze e lagature" ("con disonancias y suspensiones") rastreando las diferencias de intervalo en temperamentos no equivalentes, es en modo lidio, igual que la novena, para clave, que explora los ritmos reclamando una mayor independencia de ambas manos sobre el teclado; y las dos últimas, también para clave, vuelven al modo de las dos primeras, desarrollando figuras en modo de Re dórico y y Sol mixolidio respectivamente.

Las seis canzonas siguientes pueden interpretarse tanto al clave como al órgano, y sólo en las dos últimas podemos hablar del tan conocido y familiar modo jónico (el modo mayor natural, iba a decir "de toda la vida" pero dejémoslo en "de Bach a Brahms").

Los Himnos de Vísperas eran las piezas de canto llano mejor conocidas por los compositores del siglo XVII. Sabemos que Frescobaldi literalmente copió los de Palestrina y Victoria, los gigantes del estilo romano de finales del XVI, para este segundo libro de tocatas, alternando los versos en cantus firmus con las melodías estróficas en el contrapunto para órgano. Los himnos son Lucis Creator optime para las Víperas de domingo, Exultet coelum laudibus para las fiestas de los apóstoles, Iste confessor y la bien conocida Ave maris stella para las fiestas de la Virgen María. En los tres magnificats se aplica una técnica similar, tomando del canto llano las melodías para el órgano en elaborado contrapunto.

Las arias incluidas en este segundo libro de tocatas son variaciones sobre temas populares, la primera ("Aria detto Balletto") concebida para la danza, y la segunda ("La Frescobalda"), tratada de un modo similar, creada a partir de una melodía del propio compositor. Me resulta divertida esta autocita. Hemos oído hablar de las bachianas, o de las schubertiadas, pero se trata de homenajes hechos con posterioridad a la vida de los compositores a los que aludían. Parece que Frescobaldi se lo quiso hacer a sí mismo en vida, por si acaso. No me extraña nada de un genio que se deja retratar con esa mirada tan expresiva, me atrevería a decir incluso que con cierta guasa.

La primera edición de 1627 de este segundo libro continúa con cinco gagliardas y seis correntes, ejemplos de música de danza de su época que en manos de Frescobaldi resultan sofisticadas miniaturas decoradas con figuras similares a las utilizadas en las tocatas, y termina con dos partitas o variaciones sobre dos de las formas más comunes de su época, la ciaccona y la passacaglia, ambas de origen español y basadas en una línea de bajo de cuatro notas. Se trata de reelaboraciones de trabajos de juventud que aparecieron en la primera edición de este segundo libro, pero que en ediciones posteriores fueron sustraídas para pasar a formar parte de las ediciones revisadas del primer libro de tocatas de 1637.

Música que resume lo anterior a ella y anticipa lo que vendrá después. Una escucha necesaria para aquellos que piensan que antes de Bach no hubo nada y si lo hubo, no vale la pena escucharlo porque ya está incluido en él. La música modal queda limitada en Bach, constreñida a las tonalidades mayores y menores. Se adentró en dos puertas que a su vez abrían otras muchas con sus posibilidades exponenciales y que dieron muchísimo trabajo a doscientos años de músicos después de él, pero había cinco puertas más que quedaron cerradas y que nadie se atrevió a reabrir hasta mucho después, cuando su modelo quedó agotado.

Termino con una reflexión acerca de modelos que se agotan o que siguen vigentes o que se recuperan, sin ánimo de que se ofendan los aspirantes a modernos: falta todavía por escribir mucha buena música en Do Mayor.

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Ha muerto Gustav Leonhardt, él hubiera sido un interlocutor válido, pero parece ser que ni los especialistas más curtidos son capaces de soportar mis disertaciones.
Aquí tenéis una interpretación suya al clave de la Canzona Quarta.
Descanse en paz y gracias por todo.

lunes, 2 de enero de 2012

El regreso de las jangadas en Serra Grande


Bajar a media tarde en diciembre a la playa con un libro hasta la puesta de sol es una temeridad para la salud en nuestras latitudes, pero en Bahía se trata simplemente, como en cualquier otro mes, del prefacio de una lectura frustrada.

Hacia el ocaso despuntan en el horizonte las velas de las jangadas. Irlas identificando es la primera parte del entretenimiento para visitantes ociosos. Pudimos contar hasta ocho aproximándose simultáneamente a la orilla después de una jornada de doce horas en el mar. Las más cercanas van recogiendo lo que ahora se aprecia como trapos deshilachados y desmontando el palo del mástil para usarlo a modo de remo en las últimas maniobras. La tripulación suele consistir en un padre y un hijo, o en un par de hermanos, o en cualquier caso nunca más de dos miembros, normalmente de la misma familia, pues embarcaciones tan sencillas no permiten mayor carga. La parentela que no ha navegado aguarda en tierra con cualquier cosa parecida a un cilindro que ayude a deslizar esos troncos atados (y poco más con lo que se arma una de estas naves) sobre la arena para dejarlos aparcados hasta la siguiente jornada que comenzará antes del alba, en menos de diez horas.

Si he hablado de visitantes ociosos, en este momento podemos dejar de serlo (lo segundo, al menos) ayudando a empujar las embarcaciones hacia su lugar de descanso, colaboración que siempre es bien recibida puesto que la precariedad, como en tantos casos aunque en este no lo parezca, no significa necesariamente ligereza. Lejos de aliviar, incluso en las constituciones más enclenques cunde el desánimo al comprobar que la primera en arribar lo hace sin más sobrecarga que la de su tripulación y los aparejos de pesca. También en este aspecto el repertorio de improvisaciones ruborizaría a más de un dominguero aficionado a los sedales, pero no me entretendré en ello deseoso de analizar cuanto antes ese desánimo al que aludía: podría pensarse en el del que espera poder comprar barato pescado fresco para la cena de esa noche, pero a mí se me ocurre sobre todo pensar en el que deben estar sintiendo padre e hijo después de tanto tiempo y esfuerzo infructuosos en el mar en las más duras condiciones. Y sin embargo no hay nada en su actitud que lo manifieste. Entre todos empujamos con rapidez la jangada sobre los rodillos dejándonos dirigir por las instrucciones de los marineros, y apenas ésta ha quedado colocada en su sitio, son ellos los primeros en volver a la orilla para ayudar a las siguientes que van llegando. De todas ellas, ninguna, excepto la primera, lo hará de vacío, pero reina tal hermandad que todos los foráneos quedamos sorprendidos, básicamente por ser desconocida e inusual en nuestros hábitos. Nadie deja de colaborar hasta que llega la última y la generosidad en el esfuerzo es la misma independientemente de la suerte que  haya tenido cada cual con la pesca. Llego a pensar que todos forman parte de la misma familia, pero alguien que los conoce desde hace tiempo me aclara que no es así. De hecho, cada uno se lleva a casa sus capturas, sean pocas o muchas o inexistentes. ¿De qué depende que uno venga cargado de dorados, atunes y vermelhos y otro regrese sin nada? Parece ser que es una cuestión únicamente de suerte, todos son conscientes de ello y saben que mañana puede ser diferente sin que esté en su mano hacer nada al respecto aparte de salir a pescar como cada día de sol a sol.


Hay una familia que está de fiesta: su jangada ha vuelto con más de cuarenta kilos de pescado de todo tipo. Me llama la atención el dorado, que no tiene nada que ver con nuestras doradas: es un pez muy largo que en el mar presenta en sus escamas esa tonalidad que le da nombre pero fuera de él se va volviendo primero plateado y después grisáceo al ir yéndosele la vida. El ambiente festivo reina alrededor de esta embarcación a la que hoy ha favorecido la fortuna. Pero es una familia grande, seguramente la mayor de todas, y no tocarán a mucho en el reparto. Algunos visitantes hacemos nuestras compras. Los propios pescadores pesan las piezas en unos dinamómetros muy rudimentarios (os lo podéis imaginar, ¿no? Justo eso: ¡un muelle!) y allí mismo las trocean con habilidad, precisión y destreza. El pescado que no se ha vendido en la playa se llevará a la cooperativa de pescadores, así que todavía hay que subir la larga y empinada cuesta hasta el pueblo, algunos andando, otros en bicicleta, unos más cargados que otros, otros más acompañados que algunos, pero a pesar de todo resulta imposible encontrar un solo rastro de desencanto en esos rostros, o la más mínima sombra de tristeza, de desánimo, de amargura o de infelicidad.

Ya bien entrada la noche, al subir por la carretera, vemos desde el coche a algunos que todavía caminan de regreso a casa. Comentamos que nos gustaría recogerlos pero no disponemos de sitio en el vehículo para hacerlo. A pesar de todo, sigue sin haber en ellos el más mínimo gesto de pesadumbre. ¿Y por qué deberían tenerlo? ¿Por qué rastreo en sus miradas esas sombras? ¿Por qué me sorprende que no las haya? ¿Por qué me debería sorprender? ¿Por qué me extraño de que sean tan felices, tanto los que celebran como los que no? ¿Acaso no están todos celebrando su existencia? ¿Por qué me resulta tan extraña esa felicidad? ¿Será que estoy contaminado hasta el punto de no entender esa felicidad que debe de ser meramente existencial? ¿Será que he devaluado la mera existencia hasta el punto de atreverme a adjetivar con ella? ¿No es la existencia el sustantivo primordial, condición de posibilidad de todo lo demás que es accesorio respecto a ella ya sea sustantivo o adjetivo? ¿Y cómo es que no soy capaz de ver más que meras existencias cuando lo que se presenta ante mí es un repertorio de vidas bellas y gozosas, absolutamente plenas, eso sí, en un sentido tan distinto al que pueda tener la mía que apenas las reconozco como tales? ¿Qué maléfico veneno me hace sentir tan diferente o incluso, acentuando la insidia, superior? ¿Cuánto más creo que valga la mía y por qué?

Después de cenar un vermelho tan fresco como jugoso, repaso las fotografías tomadas durante la tarde y descubro esta última. Me sumerjo entonces en los ojos de la niña para ver si soy capaz de encontrar en ellos alguna respuesta. Éstas ya serían rotundas dejándome seducir por la mirada de la chiquilla que vuelve a casa en bicicleta abrazada por su enamorado que se ha pasado el día entero en el mar por un pescado que compartirá con ella, pero resultaron vertiginosas sintiéndome escrutado (aunque fuera yo el que escrutara) por el vistazo distraído de una madre de quince años satisfecha y orgullosa de poder llevar a su modesta chabola algo con lo que dar de comer a sus hijos y que después de haberlos alimentado se quedará dormida en ese mismo abrazo a la espera de que llegue un nuevo día que no dejará de celebrar porque cambie su suerte.