jueves, 23 de mayo de 2013

¿Dimitri? No sonríe Dimitri


No es fácil encontrar fotografías de Dimitri Shostakovich sonriente, y en las pocas que existen parece que ría mal. Lo habitual es que se muestre serio, como quien posa a disgusto para un retrato que le incomoda. Vendría muy al caso decir que con miedo, pero yo no veo ese rasgo en su rostro a pesar de que muchos lo han considerado el artista del miedo. Razones tenía para haberlo sido, desde luego, después de que el periódico oficial del Partido Comunista (Pravda) publicara un artículo en relación a una representación de su ópera Lady Macbeth a la que, en secreto, había asistido Stalin el 26 de enero de 1936 y en el que se decía que el compositor estaba jugando un juego que "podría acabar muy mal". Esa frase debió afectar muy hondo en el joven Dimitri (veintinueve años pero maduro compositor) pues venía directamente del dictador, y por aquel entonces ya se sabía lo que quería decir acabar mal en el régimen de terror stalinista: en el mejor de los casos quedar marcado como enemigo del pueblo, cuando no arrestado o desaparecido o enviado a los gulags o ejecutado.

Pero en las fotografías anteriores a la publicación de este artículo contra el compositor ("Confusión en vez de música") también figura extremadamente serio, con esa mirada inteligente y profunda que parece estar juzgando con severidad a su interlocutor, y esto sucede incluso en los retratos de adolescencia. Porque supongo que el conflicto interior de los grandes genios está ahí desde siempre.

Son conocidos y muy numerosos los casos de cineastas, literatos y dramaturgos que tuvieron que ingeniárselas para convivir con la censura. Diría que para un músico burlar esta vigilancia ha de ser más sencillo por lo inmaterial del formato en el que se expresa artísticamente. Siempre he defendido la universalidad de la música, así no acabo de entender que pretendan convencernos de la parcialidad de algunas partituras. Sabemos que Shostakovich no fue políticamente ingenuo, pero de ahí a que su música tome partido hay un abismo. Cualquier categorización que se quisiera hacer en este sentido sería malintencionada, incluso considerando que el autor pudiera ser cómplice, que tampoco es el caso.

Hace algunas semanas emprendí la búsqueda del primer compositor y quise compartir con vosotros las dificultades con las que me encontré. Respecto al último, si aplicamos criterios semejantes a los de aquella vez, lo tengo muy claro: es Shostakovich, aunque tengamos que superar el rechazo inicial que produce saber que se dejó amedrentar durante gran parte de su vida por un régimen injusto que desconfiaba de las artes y que consideraba el experimentalismo como contrario a los intereses del pueblo. Veámoslo como puro instinto de supervivencia: se sentía amenazado, y aunque otros optaron por el exilio y desarrollar su actividad lejos de su hogar, abandonar su patria no entraba en los planes del compositor ruso, igual que tampoco lo estaba renunciar a su ideario estético.

Pero apelando a lo meramente artístico, la importancia de su obra supera con creces a la mayoría de la de los grandes nombres del siglo XX, quizás a la de todos ellos atendiendo a la cantidad, calidad y diversidad de sus composiciones. Desde la primera sinfonía que presentó como ejercicio de graduación en el Conservatorio de Leningrado (entonces Petrogrado) deslumbrando al mundo entero, hasta la última (quince en total entre las que se incluye, obviamente, alguna página de compromiso) se mide con Beethoven, de tú a tú. De la Quinta, su Heroica, con la que rompe el silencio de casi dos años después de ser señalado, y en la que algunos aprecian un cambio de estilo significativo respecto a su obra anterior, él mismo contestará a las críticas diciendo: "Tengo razón. Seguiré el camino que yo elija."

Se puede leer en algún manual que su música oscila entre la inspiración y la trivialidad, y que escribió más música "mercenaria" que cualquier otro gran compositor del siglo, y gran parte de ella (las cantatas patrióticas, la sinfonía nº 12 sobre la Revolución, las bandas sonoras) no tiene ninguna calidad.  (Keneth y Valerie McLeish, "A Listener's Guide to Classical Music", Planeta 1986). Manifestaciones de este tipo no le hacen justicia. Está claro que no todas sus obras son igual de sobresalientes, pero hay que entender que su posición no era fácil y que tuvo que hacer algunas concesiones en momentos determinados. Yo, personalmente, no pienso que esas obras sean tan malas. Quizás algún pasaje sí sea menos brillante, y estoy pensando en los de aire más militar de alguna marcha a bombo y platillo para las celebraciones del partido, pero incluso estos salen airosos (digamos que dignos) en la pluma de Shostakovich.

En su extenso catálogo asimila legados tan dispares como el formal y técnico de Beethoven, los de las escuelas nacionales (especialmente la rusa, por supuesto, de Tchaikovsky a Stravinsky), los artificios de la Segunda Escuela de Viena (Schoenberg y Berg) y las aportaciones de Bartok y Debussy. Así, en los cuartetos de cuerda mira a la cara a Beethoven, pero también a Bartok; en el resto de su música de cámara dialogará con Brahms pero también con la modernidad de Ravel; en sus óperas (obras fundamentales en el desarrollo del género a lo largo del siglo XX) flirteará tanto con Berg como con Milhaud; en la música para películas (categoría en la que es pionero) y en la incidental, conversará con Prokofiev y Stravinsky; en las canciones con Britten y Debussy; en la coral desde Rachmaninov a Schoenberg; en las suites orquestales con Richard Strauss y con Gershwin y el Jazz; en los conciertos con Sibelius y Poulenc; y en la música para piano...

Es en la música para piano donde Shostakovich reta a la historia. Para este instrumento escribe dos de las páginas más memorables que se hayan compuesto jamás para teclado, y lo hace eligiendo rivales de altura en ambos casos; dos gigantes contra los que muy pocos músicos aceptarían batirse en duelo: nada menos que Bach y Chopin.

Que en pleno siglo XX alguien escriba 24 preludios para piano al modo de Chopin sólo puede entenderse como un alarde de atrevimiento. Existían antecedentes en Debussy y Rachmaninov, pero sólo Busoni y Scriabin lo habían hecho siguiendo al pie de la letra el esquema chopiniano que exploraba el ciclo de quintas: Do mayor y su relativo La menor, Sol mayor y su relativo Mi menor, y así hasta el Fa mayor y su relativo Re menor. Así es como lo hará también Schostakovich entre 1932 y 1933, estrenando él mismo al piano sus 24 Preludios op.34 en Moscú el 24 de mayo de 1933. Aunque la obra es posterior a Lady Macbeth, aún no se había producido el incidente con Stalin y la revista Pravda, por lo que no es correcto atribuir a un cambio intencionado de estilo el lenguaje más amable de estas piezas, aunque sí es cierto que son más fáciles de escuchar para las masas que la mayoría de sus composiciones de esa época.

En 1950 se celebra el bicentenario de la muerte de Bach y Schostakovich le hace su particular homenaje escribiendo los 24 Preludios y Fugas op.87. Aquí sigue otra vez el mismo esquema de quintas de Chopin y no el de semitonos ascendentes del Clave bien temperado en dos libros de 24 preludios y fugas (48 en total) del compositor alemán. La obra se estrenó en público en diciembre de 1952 por Tatiana Nikolayeva, aún en vida de Stalin, pero con un lenguaje más abstracto que el utilizado por el compositor en 1932, aunque no por ello menos agradable para el oído de los no entendidos.

Del op.34 os recomiendo la grabación de Oli Mustonen para Decca en 1991.
Del op.87 la de Keith Jarret  para ECM en 1992. 

Schostakovich es una buena puerta de entrada a la música del siglo XX, quizás el más accesible junto a Prokofiev, Copland y Britten. Quien tenga curiosidad por descubrir su universo sonoro y el de los demás compositores que frecuentan poco o nada los programas de conciertos en nuestros auditorios, que la abra sin miedo. Dicho lo cual, aún se me hace más doloroso que sea considerado por muchos el artista del miedo, si bien es cierto que nadie, ni siquiera yo mismo, se atrevería a decir que es el artista de la risa viendo su álbum de fotografías.

jueves, 16 de mayo de 2013

Sabemos lo que hacemos



No me gusta parafrasear catecismos, menos aún viendo a muchos que siguen apelando todavía al "perdónalos porque no saben lo que hacen" cuando, ahora sí, sabemos perfectamente lo que estamos haciendo.

Pero puestos a tirar de repertorio gnóstico (o teísta o como queráis llamarlo) y sin que sirva de precedente, diría que llegamos tarde a darle la vuelta a la sentencia, pues parece evidente que el "castígalos porque saben lo que hacen" se pronunció hace ya algún tiempo.

Basta mirar alrededor para entender que el castigo es precisamente esto que tenemos, pero para eso deberíamos sacar primero la cabeza del agujero donde la tengamos enterrada, aunque sea sólo para salvaguardar esas partes que hemos dejado tan expuestas.

jueves, 9 de mayo de 2013

Billete de sólo ida a Marte


Esta es una de esas noticias que nos hacen albergar alguna esperanza: 78.000 personas se han apuntado para habitar la primera colonia en Marte, entre ellos once españoles que han enviado su candidatura al proyecto "Mars One" que pretende crear un asentamiento humano sostenible en ese planeta. ¡Y esto sólo en las dos primeras semanas desde que abrieron inscripciones! Vaya, que ni el maratón de Nueva York. Dado que la compañía holandesa se ha comprometido a tener listo el chiringuito dentro de diez años, si continúa el ritmo de alistamientos para esa fecha pueden ser más de veinte millones. Yo espero que se animen muchos más (convendría que así fuera por el bien de la Tierra, que ya somos muchos aquí), dado que a partir de 2023 se seguirán haciendo envíos cada dos años y entre las condiciones requeridas no se precisa ni formación militar ni experiencia en pilotar aviones ni siquiera estudios científicos.

Sí se requiere a los solicitantes que sean inteligentes, tengan una buena salud mental y física, y estén dispuestos a dedicar ocho años a formarse y aprender, antes de alejarse para siempre hacia su nuevo hogar. Deberán, además, tener al menos 18 años, un profundo sentido del propósito, voluntad de construir y mantener relaciones saludables, capacidad de auto-reflexión, resistentes, adaptarse con facilidad, curiosos, creativos e ingeniosos.

Oye, oye: ¡que a esos figuras los queremos con nosotros a ver si nos ayudan a arreglar algo por aquí! Porque un aspecto determinante de esta aventura es que el billete que la organización entregará a los voluntarios será sólo de ida, lo que significa que los que vayan no volverán. Parece ser que esto es debido a una serie de alteraciones en la masa ósea y muscular de los astronautas como resultado de un viaje de ocho meses en una nave espacial y por estar mucho tiempo sometidos al campo gravitacional de Marte, más débil que el nuestro, lo que les imposibilitaría adaptarse de nuevo a las condiciones de la Tierra. Así que nadie piense que están intentando ahorrarse el coste del billete de vuelta, que dinero va a haber, pues todo se va a financiar con lo que generen los derechos televisivos de la retransmisión del evento. Sí señores: un "reality show". Esa es la idea. Un presupuesto de 6.000 millones de dólares para la primera expedición y 4.000 millones para las siguientes que se conseguirán a lo gran hermano "style". Preparémonos a ver la bandera de alguna marca comercial ondear en el balcón de la Casa consistorial del primer poblado marciano cuando nos lleguen las imágenes.

Sobran personas en nuestro planeta, la Tierra, nuestro hogar y fundamento de la condición humana hasta que se demuestre lo contrario; y parece ser que algunas se han propuesto demostrarlo. Pero qué mal suena eso de "sobran". Mejor sería decir "sobramos", para que nadie nos tache de querer estar en posesión de la verdad con inclinaciones totalitarias excluyentes. En cualquier caso parece evidente que la deriva demográfica actual, con el ritmo que llevamos en el consumo (saqueo) de recursos naturales, es insostenible. Esto no va a dar para todos durante mucho más tiempo, y no resultaría muy decoroso (democrático) que alguien, una élite de vete tú a saber qué (sabios en el mejor de los casos), llegado el momento, tuviera que apuntar ideas para seleccionar a esa casta privilegiada que garantizara la supervivencia de la raza humana. Así que si alguien piensa que va a estar mejor en Marte: ¡adelante!, más aún sabiendo que el pasaje no nos cuesta ni un duro a los demás porque lo paga la tele.

Yo, por el momento, me quedo en la Tierra. No es que me guste mucho cómo la estamos dejando, pero confío (y sé que es mucho confiar, pero me anima a ello la noticia) que no llegaremos a deteriorarla hasta el punto de preferir abandonarla sacando billete de sólo ida a Marte.