jueves, 26 de mayo de 2011

El arte en el aliento


Lo poco que conozco de Antonio López García me hace sentir hacia él una propensión como artista y como persona que va más allá del lejano vínculo de sangre que compartimos (su tío, Antonio López Torres, también pintor y tomellosero, era primo hermano de mi abuelo). Y esa simpatía nace del respeto que me merecen las gentes auténticas, transparentes y humildes. Y que conste que estoy hablando del pintor español vivo más cotizado, o al menos lo era en 2008 cuando "Madrid desde Torres Blancas" se subastó en Christie's por 1,38 millones de libras (1,74 millones de euros). Quizás a día de hoy ya haya sido superado por Tàpies o por Barceló. Recuerdo unas declaraciones de la agente de este último en las que manifestaba que en ocasiones había sentido el deseo de poner freno (cuantitativamente) al caudal creador del artista para mantener al alza la cotización de su obra. Este mercadeo no tiene nada que ver con el arte; es una perversión de la que el artista ha de saber mantenerse alejado. Así, entiendo que la forma de arte más pura es aquella en la que no queda constancia en una obra; sería por tanto una actitud, un posicionamiento, una vivencia, mera praxis. El verdadero artista, sin proponérselo, hace de su propia vida una obra de arte, intangible e inmaterial. Lo demás será accesorio y colateral.

El pintor establece una relación personal con el objeto que quiere representar y se deja seducir por él. No se trata de una lucha en la que el artista deba acabar imponiéndose. No es cuestión de resolver un enigma. Es ante todo un afecto, un trato de respeto en el que dejará que esa naturaleza se exprese por sí misma, en su forma, en su pulso, en su ánima. Y en esa comunión surgirá aquello que el artista identifique como digno de ser plasmado. En ocasiones esa belleza es efímera y al artista no le vale con la memoria fotográfica. Día tras día volverá a ese lugar y esperará que se produzca de nuevo ese milagro. Estrechará la convivencia entregándose en cuerpo y espíritu, sin dogmas pero con el enorme compromiso que ha adquirido en el ejercicio de su oficio.

Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades. (Antonio López García)

En el otoño de 1990 el artista tuvo una de estas relaciones con un membrillero plantado en el patio de su estudio en Madrid. Después de algunos meses de idilio y de entrega (pero nunca de confrontación) el ciclo estacional obligó a la separación sin que quedara testimonio en lienzo alguno. Supongo que la agente de Barceló, en semejantes circunstancias, hubiera empezado a ponerse nerviosa por tan escasa productividad, siempre que esta se midiera en términos mercantilistas, por supuesto. Sin embargo, fue una suerte para todos que Víctor Erice pasara por allí con una cámara y nos regalara esa obra cinematográfica en forma de película absolutamente maravillosa que es "El sol del membrillo", Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 1992.

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Esta última Semana Santa he aprendido a hacer gachas* con mis primos en Tomelloso. Siempre me ha fascinado este cuadro de Antonio López Torres, "Podador manchego". Me reconforta que esta imagen (y esta sensibilidad) formen parte del inventario de mis recuerdos infantiles, y que en días como hoy se hagan tangibles, incluso se materialicen para el gusto, en una sartén con patas.



* Gachas manchegas (receta para 4 personas):

300 g de tocino graso de cerdo.
4 dientes de ajo.
Media cucharada de pimentón.
4 cucharadas de harina de almortas.
Sal.
2 guindillas cayena.
1 litro de agua.
Pan de pueblo (corteza tierna, miga blanca y densa).
Guindillas picantes (opcional como acompañamiento).

Ponemos a freír el tocino cortado en tajadas en una sartén honda con los ajos. Cuando esté frito, apartamos el tocino y los ajos, y en la grasa que ha soltado ponemos el pimentón sin que se queme pues amargaría el plato. Nadie comerá el tocino frito hasta que no estén listas las gachas. Si el tocino no ha soltado grasa suficiente por ser muy magro, añadir aceite virgen de oliva, pero siempre mejor la grasa del propio tocino (elegirlo suficientemente graso). Echamos la harina de almortas y lo rehogamos todo un par de minutos a fuego lento. Tiene que quedar una masa espesa y tostada. Añadimos el agua poco a poco, mientras removemos de forma constante, para que no queden grumos. Añadimos la sal al gusto, teniendo en cuenta que el tocino ya suele ser salado, y un par de guindillas cayena y dejamos que cueza todo, removiendo con frecuencia, para impedir que se nos pegue. Cuando la masa espese dejamos de remover durante un rato, y permitimos que hierva un par de minutos, para que salga la grasa a la superficie. Dejar reposar fuera del fuego tres o cuatro minutos antes de consumir directamente de la sartén, cada comensal provisto de navaja en la que pinchará un trozo de pan entre la miga y la corteza, rebañando las gachas cada uno por su orilla. Acompañar si se desea con guindilla picante. Ahora se puede empezar a comer el tocino.

martes, 10 de mayo de 2011

Johann Sebastian Bach, en serio


He pensado que Johann Sebastian Bach merecía una entrada más seria que la anterior. Sé que muchos de vosotros venís aquí animados por el rigor con el que suelo tratar los temas relacionados con la música y sus creadores, por lo que he tratado de rectificar de inmediato el agravio causado al maestro de maestros.

Porque si hay alguien en la historia de la música que haya sido unánimemente así considerado, este no es otro que Johann Sebastian Bach. Su caso es el de aquellos compositores a partir de los cuales deja de tener sentido seguir haciendo música de la misma manera. Lo que venga después tendrá que ser otra cosa, abrir un nuevo camino. Sospecho que aún hoy se está explorando hacia dónde, aunque la imagen que se tiene de los compositores actuales sea más bien la de aquellos a partir de los cuales deja de tener sentido seguir haciendo música, de cualquier tipo.

Nació en Eisenach (Turingia) en 1685, octavo y último hijo del músico municipal Johann Ambrosius Bach, miembro de una saga de músicos que se remontaba hasta el siglo XVI, pero para ahondar en los detalles de su biografía os recomiendo cualquiera de los manuales que pueblan copiosamente las estanterías de librerías especializadas. Señalar simplemente que ese mismo año nacen también Scarlati (Domenico, no confundir con Alessandro) y Haendel, que pronto mostrarán ambiciones de estrellato; todo lo contrario que Johann Sebastian, infatigable artesano entregado devotamente a su oficio sin más aspiración que la de hacerlo lo mejor posible. Era la época de las óperas cortesanas y de los castratti, pero a Bach le tocó lidiar con músicos modestamente asalariados y coros infantiles parroquiales, todo dentro de la austeridad luterana. Nunca compuso una ópera ni nada que se le pareciera, por lo que no fue rival de los grandes divos de su época que viajaban por Europa en honor de multitudes presentando sus creaciones de volátiles florituras e insustancial ingravidez.

Resulta muy significativo el tratamiento que da Bach precisamente a la voz en la mayoría de sus obras, especialmente en las cantatas y pasiones, en contraposición a ese lucimiento efímero que se brindaba a los cantantes de moda. Sirva como ejemplo cualquiera de sus cantatas religiosas más conocidas (Jesus bleibet meine Freude de la BWV 147, o Wachet auf de la BWV 140, o Wie zittern und wanken Der Sünder Gedanken de la BWV 105, o las arias de la BWV 21, 30, 61, 127, 149, 199, ...), en las que la línea melódica de la voz es notablemente más pobre que la del acompañamiento instrumental. La voz es la herramienta transmisora del texto (normalmente un coral luterano en estas cantatas) y ha de ser lo más inteligible posible. Las hermosas melodías que nos quedamos tarareando después de escuchar estas piezas corresponden habitualmente al oboe, o a la flauta, en ocasiones al violín, pero nunca a la voz. Y sin embargo sentimos cómo la voz se eleva gracias a esa sublime vestimenta instrumental. Cuando hoy veo los lanzamientos discográficos de compilaciones de estas obras ensalzando exageradamente las interpretaciones de las sopranos de turno, divinizadas por el mercado editorial, no me cabe ninguna duda de que no era eso lo que Bach pretendía. Por no hablar de las propuestas del tipo contra-tenor mega estrella como Philippe Jaroussky, que no es un castrati ¡pero merecería serlo! (en mi opinión, siempre rigurosa y fundamentada, como ya sabéis). Con Bach padre no se ha atrevido más allá, que yo conozca, del Duo Et Misericordia del Magnificat, pero del menor de sus hijos, Johann Christian, sí lo hizo en 2009 con "La Dolce Fiamma", una recopilación de arias para castrato, tan impecable como repelente, tan agradable a nuestros oídos como rentable para su bolsillo. Una voz celestialmente deliciosa que detesto profundamente por pura manía (rigurosa y fundamentada, por supuesto, ya sabéis). Mucha pose y pocos huevos (disculpadme pero no he podido resistir la tentación de utilizar esta expresión tan vulgar al hilo de estas reflexiones). Recupero aquí una frase del "Viejo peluca" refiriéndose al más joven de su numerosa prole: "Mi Christian es tonto, por eso algún día tendrá fortuna en el mundo". Y la fortuna de ese tonto será también la de otros tontos, añado yo.

El hijo superó enseguida la fama del padre (muy escasa todavía en su época) gracias a este tipo de obras, mientras el Cantor de Santo Tomás seguía peleándose con el contrapunto en cánones y fugas de enorme complejidad técnica y formal que su propio hijo era incapaz de comprender. Cuentan que en una celebración en que acompañó a su padre para pasarle las hojas de la partitura mientras este tocaba el órgano ante una congregación de fieles absolutamente extasiada, al salir del templo le preguntaron por los detalles de la última tocata imposible que había interpretado. Johann Christian no supo qué responder, por lo que el público se sintió extrañado de que no pudiera satisfacer su curiosidad tratándose de su hijo y alumno. "Sí señores, aunque no conozco los motivos que llevan a mi maestro a escribir estas piezas tan admirables, soy su alumno y su hijo. ¡El vigésimo!" La multitud estalló en una exclamación al unísono "¡Veinte hijos! ¿Y todos con la misma?" A lo que Johann Christian respondió: "Sí, con la misma, pero con distintas mujeres."

Resulta curioso que el mismo cirujano ambulante que le causó la muerte en 1750 tras una intervención quirúrgica fracasada en un ojo, también lo hiciera con Haendel en circunstancias semejantes nueve años después. Me escandaliza que nadie hable hoy de ese tal John Taylor, un auténtico Yoko Ono de la música barroca occidental.

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Recomiendo no tomar como ciertos (para tesis doctorales sobre Johan Sebastian Bach o similares) todos los datos vertidos en este ensayo (riguroso y fundamentado, por supuesto, pero también humorístico y tendencioso, como ya sabéis). Si lo hiciera de otro modo no aportaría nada que no pudierais encontrar en esos manuales a los que me refería al principio.

La música es lo mejor, pero parafraseando a Manuel de Falla, el que sólo sabe de música, no sabe ni de música.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Si b, La, Do y Si a una mano


Suelo recurrir a la música como analgésico, y el desolador panorama de la actualidad me ha llevado en esta ocasión al coro con el que se inicia la Pasión según San Mateo de Bach, en la versión de Jochum que encuentro especialmente oscura y siniestra. Me divierto pensando en "La Pasión según San Bach" (obra homenaje de Mauricio Kagel en la que se utiliza el motivo de la secuencia B-A-C-H en la notación clásica alemana: Si bemol, La, Do y Si natural) ya que se está hablando tanto de canonizaciones últimamente. Paso después al aria para contralto "Erbarme dich" ("Señor ten piedad") de la segunda parte. Me abstraigo completamente y así me olvido de tanta farsa, de tanta mentira, de tanta cutrez... Citando de nuevo al compositor argentino, supongo que no todos los músicos creen en Dios, pero seguro que todos creen en Bach.


Hubo un tiempo en que un profesor entraba en el aula dando los buenos días y sus alumnos se levantaban marcialmente y respondían al unísono "Buenos días". "Si Dios quiere" decía el maestro.

Hubo un tiempo en que un profesor entraba en el aula dando los buenos días y sus alumnos murmuraban entre ellos distinguiéndose alguna voz sobresaliente que decía "Depende de para quién". "Pardillos respondones. Mucha pose pero en el fondo no saben con qué mano cascársela", pensaba el maestro para sus adentros.

Hubo un tiempo en que un profesor entraba en el aula dando los buenos días y sus alumnos anotaban presurosamente en sus cuadernos: "Buenos días". Esa fue la época que me tocó a mí.

Sospecho que lo que sucede hoy en día es más o menos esto: Un profesor entra en el aula y sin dar los buenos días enciende el monitor en el que se visualiza la emisión de un telediario. Los alumnos lo graban todo en sus móviles de última generación sin la más mínima reflexión ni espíritu crítico. El maestro dice de vez en cuando "Creéroslo todo".


Semana horríbilis. No quiero entrar ni someramente en comentario alguno sobre la actualidad nacional o internacional, pero en tardes como esta, y releyendo lo escrito hasta aquí, uno ya no sabe si poner a Bach o directamente cascársela para tratar de huir de la realidad circundante. En cualquier caso, que nadie (ni siquiera en las situaciones más desesperadas e independientemente de la mano con que se ejecute) piense en hacer ambas cosas al mismo tiempo, sencillamente por no cometer sacrilegio.