martes, 23 de diciembre de 2014

Gastando zapatillas


Mis mejores deseos para todos en estas fiestas y en el año que está a punto de comenzar. Que sigamos venciendo las dificultades y sacando partido de los buenos momentos como hasta ahora, con la ilusión del que se coloca por primera vez en la línea de salida, pero también con la prudencia de quien ya conoce cuál es el ritmo adecuado para disfrutar de cada una de las zancadas que han de llevarle hasta la meta o que le permitan, simplemente, seguir avanzando, aunque no siempre se sepa con exactitud hacia donde.

En cualquier caso, que sigamos gastando zapatillas.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Experto músical


Es fácil encontrar en la red advenedizos disertando sobre cualquier materia sin que podamos saber si están cualificados para ello. Por eso hay que ir con pies de plomo antes de dar por válidos algunos artículos, verificando pormenorizadamente sus contenidos y, en la medida de lo posible, recurrir a fuentes originales o de solvencia contrastada.

Aquí os dejo el título que me legitima a explayarme sobre música. Es posible que haya otros de mayor prestigio, obtenidos tras cursar estudios superiores, o condecoraciones provenientes de los altos estamentos como el Premio Nacional de Música o reconocimientos semejantes pero, para mí, este Diploma honorífico que en día 1 de julio de 1995 expidió con registro nº 61 el Boletín Informativo Discoplay (BID), es tan digno como el que más.

Atended a que se me concede por la calidad y buen criterio musical demostrado a través de los títulos adquiridos. Todavía estoy esperando que Amazon o Fnac me distingan del mismo modo. Sigo comprando discos tan compulsivamente como entonces. Quizás en esa época Emilio Cañil, presidente de la compañía de venta por correo que él mismo fundó a principio de los ochenta, había notado un descenso en la cantidad de pedidos, y consideró que esta sería una buena estrategia comercial para estimular a sus clientes, pero lo cierto es que yo adquirí títulos imprescindibles gracias a ellos. Sería imposible recordarlos todos, pero por citar algunos pocos diré que iban desde las grabaciones que hizo Harnoncourt de Bach para Teldec reeditadas en CD a principios de los noventa en la colección Das Alte Werk, al Weld de Neil Young en el 91, pasando por el Scapegoats de Green On Red de ese mismo año en versión cassette o los Lieder ohne Worte de Mendelssohn interpretados por Annie D'Arco para Erato. Y tantos otros, ...el EP That is Yo La Tengo, previo al May I Sing With Me del 92, auténtica pieza de coleccionismo muy cotizada hoy en día (Fans de Yo La Tengo, sabed que yo lo tengo).

Buenos títulos todos ellos, sin duda, seleccionados con buen criterio, por supuesto. Nunca compré en Discoplay nada que no fuera música: esas camisetas horribles o el merchandising tan casposo que aparecía en las últimas páginas del Boletín. Tampoco esos lotes a ciegas que ofrecían de 10 ó 20 ó 50 discos a precios de risa pero que no podías saber lo que contenían hasta que abrías la caja. Eso hubiera sido adquirir sin criterio, justo lo contrario de lo que yo hacía (dicho por ellos mismos, que conste). Pero el buen empresario ha de saber llegar a todos los segmentos del mercado. Quizás hoy en día se distinga (con menos honores probablemente) a otro tipo de compradores. Lo desconozco, pero el caso es que Discoplay cerró en 2007.

En 1995 ya no vivía en Alella. Allí el boletín me resultaba muy útil porque en un pueblo (aunque cercano a Barcelona como es este) no tienes tan a mano tiendas especializadas. Recibir el BID y hojearlo enseguida era como pasear por delante de mostradores repletos de discos. Creías estar oliendo las portadas que podías acariciar en las reproducciones impresas en miniatura. ¿Quién de los que lo recibieran no se ha forrado una carpeta con sus favoritas? La condición para seguir suscrito era comprar con cierta regularidad. En los mejores momentos llegaron a hacer tiradas de más de un millón de ejemplares. Aquí los tenéis todos digitalizados. Algunos originales se subastan hoy en internet a parir de cinco euros la unidad. Y aquí un interesante artículo del periodista musical Diego Manrique sobre Emilio Cañil después de su fallecimiento en 2010. Vale la pena leerlo, también para comprender mejor esta entrada.

Yo estuve algún tiempo sin hacer ningún pedido y después me enviaron el Diploma, seguramente también algunos boletines más, pero en la Barcelona de entonces tenía las tiendas a mano, y luego las grandes superficies y ahora el comercio electrónico, por lo que es comprensible que no lo echara a faltar. Hoy ha aparecido este documento honorífico en una vieja carpeta en la que guardo algunos recuerdos y me he acordado con nostalgia de aquella época. Sigo comprando discos. Sigo comprando entradas para conciertos. Sigo comprando libros. Sigo comprando películas. Sigo sacando entradas para el cine. No descarto que en ocasiones haya en ello un rastro de consumismo, pero he intentado hacerlo con el mejor de los criterios, aunque también, es natural, haya patinado muchas veces. Aun así, entiendo que, de un modo u otro, el balance ha sido siempre enriquecedor. Pero más allá de ese beneficio propio, espero que también haya servido para que tipos como Emilio Cañil creyeran que valía la pena divulgar la cultura y me alegro de que, en su intento, tuvieran el atrevimiento de distinguir a alguien como yo que, homenajes a parte, la consume y la disfruta.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Claude Debussy: Contra una teleología de la historia de la música


La música ha seguido su curso desde el inicio de los tiempos y parece evidente que ha evolucionado, enriqueciéndose, desde la sencillez de la monodia medieval, pasando por la polifonía del Renacimiento y por la exploración cromática y contrapuntística del Barroco, hasta la sofisticación de las técnicas de escritura que comenzaron en el Romanticismo alargándose hasta la época moderna. Y según parece, el fin último de todo este proceso era llegar a la atonalidad en primer término, y al dodecafonismo como culminación. Al menos eso es lo que postulan algunos entendidos. Todo lo que no conduzca al dodecafonismo queda anclado, vuelve la mirada atrás o es neoclásico y retrógrado.

Debussy se desmarcará de esa lógica y esto incomoda a un buen número de historiadores que habían diseñado perezosamente un trazado en el que todo encaja en un trayecto que va de Wagner a la atonalidad terminando en el dodecafonismo. Claude Debussy será el germen de una modernidad diferente que se cimentará en la tradición y en el folclore, pero también de las derivas estéticas que se manifiestan al mismo tiempo en otros campos artísticos de ese comienzo de siglo XX, como el impresionismo en la pintura y el simbolismo en la poesía. Es un momento de lucha entre dos corrientes muy distintas, si bien ambas consideran al hombre como centro del universo. En el romanticismo había una necesidad de expresar las pasiones en un mundo animado y en movimiento constante. En el impresionismo, el autor, figura igualmente central, experimenta y registra las impresiones que la naturaleza le produce. De aquí la noción de un todo estático e inmóvil, como en pintura, y la relación tan estrecha de ésta con la música.

Debussy quiere superar el fraude de ese wagnerianismo disfrazado aún de posromanticismo en busca de un lenguaje musical más honesto y veraz. Aquí cito textualmente a Alex Ross que lo explica magistralmente en El ruido eterno: "En esencia, estaban formándose dos vanguardias, una junto a otra. Los parisienses se encaminaban hacia el mundo brillante y luminoso de la vida cotidiana. Los vieneses avanzaban en la dirección contraria, iluminando las terribles profundidades con sus antorchas sagradas".

Tenemos claro quiénes son los vieneses: Schoenberg, Berg y Webern, herederos de Mahler y, simplificando, del romanticismo germánico que llega a Richard Strauss después de Wagner. Pero tratemos de seguir el rastro de aquellos a quienes pudiera estar refiriéndose Alex Ross bajo el apelativo de "los parisienses". Ravel es evidentemente uno de ellos, aunque en este contexto tengo que considerarlo una prolongación de Debussy, y soy muy consciente de la tremenda injusticia que estoy cometiendo, porque si, como dije de Ravel en una entrada anterior, con él sentimos que la música por fin adquiere rango de trascendentalidad, con Debussy esto sucedió antes. También tenemos a Paul Dukas, a Albert Roussel y a Florent Schmitt, pero sus audacias, y aquí sé que no estoy siendo injusto, no llegaron tan lejos. O antes a César Franck y Camile Saint-Saëns, y sus discípulos D'Indy y Fauré, pero Debussy supo ampliar el lenguaje de estos antecesores, del mismo modo que supo separarse de Wagner y sus sucesores, a pesar de haber caído inicialmente, como tantos otros jóvenes aspirantes a artistas de su época, bajo el hechizo de Parsifal.

Este dualismo es muy significativo y determinante en el devenir del arte musical del siglo XX. aunque la tradición específicamente francesa venga del clasicismo. Esta se basa en una concepción de la música como forma sonora, mientras que la concepción romántica alemana es como expresión. El orden y el comedimiento en contraste con los alardes emocionales. Sutiles esquemas de sonidos, ritmos y timbres frente a la épica. No hay mensaje, ni referencias al destino del universo ni al estado de ánimo del compositor. Y esta forma de hacer ya se apreciaba en compositores tan antiguos como Couperin, Rameau y, mucho más tarde, Gounod. Berlioz sería la excepción en esta tradición: el autor de la Sinfonía Fantástica tuvo éxito en todas partes menos en Francia, precisamente por preferir, como muchos de esos románticos alemanes, el dramatismo y la grandilocuencia al matiz y la serenidad, la pesadez a la gravedad, el regocijo al ingenio, la solemnidad a la calma, cualidades, todas las segundas, que destacarán en el impresionismo.

Pero más que el impresionismo, será el simbolismo lo que termine de perfilar la estética de Debussy, considerando la música como el medio de acceder a un mundo superior donde se encuentra la belleza pura y la verdad. De este modo, Debussy pretende sugerir más que decir, y en este sentido, sabemos que la música es sin duda, como lenguaje artístico, el camino más recto.

Después de Debussy vendrán otros compositores interesantísimos que harán sus aportaciones muy meritorias o incluso geniales, pero él no es un eslabón entre dos periodos, ni un antecesor, ni una plataforma, ni una puerta de paso, ni un peldaño. En su música se da cita todo lo anterior, junto con el exotismo de los trópicos, el flamenco y los ragas, y los gongs resonantes vietnamitas con los que entró en contacto en la Exposición Universal de París de 1889, donde también tuvo oportunidad de conocer a un grupo de gamelán javanés con sus escalas mínimas, su delicada estratificación de timbres y su sensación de tiempo detenido.

El tiempo se detiene en las creaciones de Debussy, igual que se detiene la historia de la música que pretendamos hacer a partir de él. Porque a partir de él no se llega ni al dodecafonismo ni a nada que podamos considerar culminación o destino. El dodecafonismo viene después en la secuencia cronológica, pero la música de Debussy es un final de trayecto en sí misma. Y seguramente a él no le hubiera gustado este apelativo, porque también es origen, y revisión, y parada (tiempo detenido), y contemplación de una naturaleza que es soberana, que nos impresiona y que, por tanto, nos afecta (en el sentido de no salir indemnes), y que el compositor observa desde su punto de vista, privilegiado y central, que experimenta y registra en esa condición de hombre; hombre atento pero hombre simplemente, que no es poco a pesar de lo que a algunos les pueda parecer así, sin superlativos ni heroicidades.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Complejo de mal nadador


Hace quince años que nado y en todo este tiempo apenas he notado mejora alguna. Me esfuerzo en ir perfeccionando mi técnica concentrándome en cada gesto y tratando de mecanizar los movimientos adecuados, pero apenas soy capaz de rascar unas décimas al crono. El otro día lo comentaba con un compañero del club al que considero un buen nadador. Le decía que aún esperaba que llegara el día en que, sorprendiéndome a mí mismo, descubriera ese aspecto de mi estilo mal ejecutado y lo corrigiera para conseguir una mejora instantánea y notabilísima. Me respondió que eso no sucedería nunca, que cualquier mejora se produce muy lentamente y sólo después de mucho perseverar.

Diría que con la escritura sucede lo mismo y estoy cometiendo ese mismo error. Es más, a veces pienso que ni siquiera me he tirado a la piscina.

Hoy charlaba de esto con una buena amiga. Espero que el tiempo la siga (nos siga) mejorando como hasta ahora, lenta pero inexorablemente.

lunes, 3 de noviembre de 2014

El caso era llegar a Bolaño


El tesoro que nos dejaron nuestros padres o aquellos que creímos nuestros padres putativos es lamentable. En realidad somos como niños atrapados en la mansión de un pedófilo. Alguno de ustedes dirá que es mejor estar a merced de un pedófilo que a merced de un asesino. Sí, es mejor. Pero nuestros pedófilos son también asesinos.

No llegué a Bolaño por Patti Smith, llegué a él por Javier de Torres. Pero el caso era llegar, aunque fuera tarde. Supongo que yo, a estas alturas, no estoy haciendo que nadie descubra al escritor chileno, ni a la cantante norteamericana que dijo que quería aprender castellano para poder leerlo en su lengua original. Quizás sí al músico madrileño que los citó a ambos en "Pastel de manzana", una de sus canciones. En cualquier caso espero que lleguéis al músico antes que al abogado, pero eso ya no depende de mí, sino del buscador que vayáis a utilizar.

Cada uno paga las facturas como puede, es lo que tiene la herencia recibida. Bolaño tampoco lo tuvo fácil. Es posible que a Patti le esté yendo algo mejor, pero ¿quién querría tener su nariz?

martes, 28 de octubre de 2014

Correr de Echenoz


Una lectura que me atrevo a recomendaros, tanto si os gusta correr como si no.

Versa sobre la figura de Emil Zátopek, corredor mítico de los años 50, y por eso puede interesar también a corredores, pero esta es una recomendación que hago especialmente dirigida a lectores.

Nunca trataría de convencer a un lector de los beneficios del ejercicio físico, del mismo modo que no lo haría con un atleta respecto a las ventajas de la lectura. Sin embargo qué fácil y gratificante resulta animar a un corredor a que siga corriendo, tanto como al lector para que siga leyendo.

¿Y qué decir a los "lectores-corredores" o "corredores-lectores", que los hay y muchos? Quizás lo mejor sería darles un único consejo: no queráis hacer ambas cosas al mismo tiempo pero salid corriendo a por él ahora mismo.

Edición original francesa de 2008 en Les Éditions de Minuit, publicado en castellano en 2010 por Anagrama y en 2014 en catalán por Rayo Verde.

martes, 23 de septiembre de 2014

Perturbable


Soy fácilmente impresionable: me dejo persuadir por argumentos sutiles sin oponer apenas resistencia, cualquier simpatía me seduce al instante y ante el menor atisbo de felicidad recupero inmediatamente el juicio.

Hay quien cree que nadie convence a un alma que no sea joven.

Pues eso.

martes, 9 de septiembre de 2014

"Pulsaciones" (Relato breve)



Lo había intentado todo para recuperarla: concederle el tiempo de reflexión que le pidió; recapacitar sobre sus defectos e inventariarlos con honestidad; disculparse humildemente tanto por las faltas como por los excesos; prometerle fidelidad y respeto eternos; admitir las desatenciones con sincero arrepentimiento y voluntad de enmienda; confesar que enloquecería si continuaba apartado de ella; aceptar que su vida había dejado de tener sentido y que prefería morir antes que seguir así, cada cual por su lado, el uno sin el otro, pero especialmente él sin ella.
Y todo esto en un aluvión de llamadas, notas y mensajes tan incesante y desmesurado que podría parecer que la estuviera acosando. Ella le pidió entonces silencio, además del tiempo ya demandado en un principio, y a él no le quedó más remedio que aceptar sus condiciones a cambio de mantener viva la esperanza de que volviera con él. Fueron días terribles sin poder apartarla de su pensamiento.
Por las noches, tendido en la cama, era incapaz de conciliar el sueño notando en su pecho las palpitaciones irregulares de una agitación convulsa. Durante este periodo interminable no dejó de sentir ni un instante el vacío en su interior, la tristeza más intensa que jamás hubiera podido imaginar. Pero era consciente de que, después de haberlo probado de todas las maneras y de haberse dejado el alma en cada tentativa, sólo le quedaba apostar por esta posibilidad que ella le ofrecía ahora: dejar de insistir y mantenerse al margen en muda espera.
Alguna vez preguntó por ella a amigos comunes que le daban siempre respuestas vagas, cuando no evasivas discretas. En contadas ocasiones, vencido por la desesperación, había llegado a marcar su número de teléfono, pero sin acabar de dar nunca salida a esas llamadas; también le escribió cartas que no fueron enviadas. Incluso más de una noche se acercó hasta la casa de los padres donde ella se había ido a vivir tras la separación, y aguardaba oculto entre los arbustos del jardincillo delante del portal; pero antes de que apareciera claudicaba del afán por verla y se retiraba cabizbajo y meditabundo, envenenado de autocompasión y vergüenza, buscando el amparo de las sombras, como quien huye del eco de sus propios pasos errantes.
Transcurrieron los meses sin lograr calmar ese desasosiego; melancolía que acabó enraizando en lo más hondo de sus vísceras y que, en su ofuscación, identificó con la más pura y auténtica de las pasiones; ansiedad febril que lo condujo a creerse por fin, ahora sí, inequívocamente encadenado a su destino.

Al cabo de un año ella fue a buscarlo.

Cuando llamaron a la puerta tardó en reaccionar, absorto como estaba en la redacción de un pasaje complicado. Se levantó de su asiento sólo después de que ella insistiera con el timbre. Abrió y se quedó mirándola como si le costara reconocerla. En lo relativo al aspecto no habían cambiado tanto, podría decirse que apenas nada. Eso mismo dijo ella abrazándolo cariñosamente, arrumaco al que él correspondió con normalidad.
Conversaron de forma amistosa y muy relajada. A ella le sorprendió tanta placidez después de lo ocurrido, pero siguieron charlando en ese tono amable tocando sólo tangencialmente los temas más escabrosos. Después, ahorrándose otros preámbulos, hicieron el amor con solvencia, poniendo él la afición enérgica de un gimnasta, como quien se resarce después de una dilatada abstinencia en la que el deseo ha estado al acecho y el ardor contenido. Quizás ella esperaba mayor ternura, pero le satisfizo suficientemente la entrega y prefirió dejar para más adelante cualquier otro análisis.

Ahora, sentada al borde de la cama, mientras termina de abotonarse la blusa, se fija en la mirada ausente, en la ingravidez de la postura y en la insustancialidad del gesto, así recostado entre los almohadones. Permanece impasible, ajeno a todo cuanto le rodea, también a ella, por supuesto, como esperando una señal que ha de llegar de otro lugar, de otra presencia o quién sabe si de esta ausencia interrumpida. Entonces, sin causa aparente, él se activa como arrastrado por los hilos que ponen en movimiento las distintas partes de una marioneta.
Desde su posición en el dormitorio puede ver toda la salita. Recuerda perfectamente la distribución del mobiliario: enseres baratos que ella misma ayudó a montar. Le resulta curiosa la nueva ubicación del escritorio junto a la ventana. El sol de tarde se filtra a través de las cortinas acariciando sutilmente la superficie de trabajo con cálidos centelleos, como si del refulgir de musas inspiradoras se tratara. Junto a la máquina de escribir hay una pila de folios en blanco y al lado otra de papeles a medio emborronar. Una botella de agua mineral casi vacía, un paquete de galletas, un rotulador de punta fina apoyado sobre el cuaderno de notas y un diccionario enciclopédico completan este bodegón fascinante. Él entra en el cuadro con su pelo desaliñado y la camiseta de algodón puesta del revés, con un brillo tan intenso en los ojos que parece otra persona, muy distinta a la que yacía junto a ella hace un momento. Mira los últimos apuntes, se sienta y se pone a teclear como un poseso.
Después de un buen rato ella sale del dormitorio y cruza la estancia. De camino a la salida termina de colocarse la chaqueta con ademanes exagerados, pero no consigue llamar su atención. No quiere marcharse así, sin despedirse. Con la puerta entreabierta retrocede un par de pasos y grita un seco “¡Me voy!”. Él la mira fijamente sin levantar las manos del teclado y en la profundidad de sus ojos resplandece el alma de un hombre apasionado. Ella aparta enseguida la mirada por comprender que ha dejado de ser la causante de ese destello. Permanece un instante inmóvil bajo el umbral, observando en la pared del recibidor el gotelé que tanto detesta, concediéndole aún unos segundos para romper aquel mutismo insoportable.


Tras esta breve interrupción se escuchará de nuevo la percusión decidida de caracteres mecanografiados, y también un portazo, pero quizás ella aún no sepa que él ya no está en situación de dejar que nadie altere el ritmo de sus pulsaciones.


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Publicado en el nº 19 de la revista KALAT-ZEID (Calaceite, Agosto 2014)
Muchas gracias a la Asociación de Mujeres de Calaceite por la confianza y considerar que valía la pena publicar este relato.

jueves, 3 de julio de 2014

Schoenberg: música de la emoción pura


Quien busque al culpable de la música contemporánea aquí lo tiene: Arnold Schoenberg (1874-1951), austriaco que huyendo de los nazis se nacionalizó estadounidense; experimentador incansable, inquieto, insatisfecho, obsesionado por expresar en sonido la emoción pura, convencido de que para conseguir la verdad en el arte había que dejar que la mente inconsciente se expresara libremente. En esta búsqueda, a principios del siglo XX, sustituyó las tonalidades y escalas ordinarias por una textura continuamente cambiante. Sus admiradores, en su mayor parte músicos profesionales, llamaron a esta técnica "atonalidad", mientras que el resto del público se tapaba los oídos. Después la iría perfeccionando hacia el sistema dodecafónico y para el oyente ordinario continuaba la pesadilla. Pero desde entonces casi todos los compositores serios han seguido su camino.

Ahora, el que se atreva, que trate de definir lo que es un oyente ordinario o un compositor serio. Yo no me considero parte de un auditorio extraordinario, pero su obra me parece enormemente seductora, no porque comparta sus obsesiones (eso se lo dejo a los entendidos, serios o no), sino porque en audiciones repetidas (y atentas), lo que en principio parece desordenado y caótico como los sueños, se va haciendo evidente en su lógica y se aprecia el impacto emocional de una música que se ofrece poderosa y cambiante.

Música que gusta cuando se escucha, pero quizás no tanto cuando se oye, aunque eso sí: siempre resulta difícil silbar sus melodías. Por eso algunos la consideran aleatoria o casual, pero en ella todo es inapelable, exacto e incluso obligado, como en el tercer cuarteto para cuerdas, op. 30 (1927), una de las obras más brillantes de todo el dodecafonismo, o el Pierrot Lunaire, op.21 (1912), veintiún poemas expresionistas para voz y cinco instrumentistas acerca de un payaso lunático y enfermo de amor, la más parecida a un sueño de todas sus composiciones, de fácil comprensión para oyentes de todo tipo gracias a la brevedad de los poemas y al cambio constante de estado de ánimo. Una buena forma de introducirse en el universo de este compositor, para lo cual se recomienda seguir a Pierrot de la mano del texto.

No faltan los que se consideran admiradores suyos habiendo escuchado sólo Noche transfigurada, op. 4 (1899), pero aunque sin duda contiene alguna de las texturas más logradas que jamás se haya escrito para orquesta de cuerda (originariamente para sexteto), el estilo es demasiado cercano al Wagner de Tristan e Isolda, con evidentísimos anclajes en el postromanticismo germánico del XIX. Y Schoenberg comprendió perfectamente lo que significaba cambiar de siglo. Schoenberg es siglo XX, como Munch, como Kandinski; puro siglo XX, rabioso siglo XX, todo un clásico para nuestros oídos del siglo XXI que ya deberían estar preparados para esta música de la emoción pura.

miércoles, 18 de junio de 2014

Cita de Pessoa para una abdicación


Busco en Google alguna imagen de Pessoa con la que ilustrar la entrada. Termino de teclear "Fernando" y me aparecen cinco opciones: Alonso, Torres, Tejero, Colunga y Esteso. No son estas las que me interesan, pero marco con curiosidad "Colunga" por no saber de quién se trata: actor mejicano de telenovelas. Hilaridad silenciosa frente a la pantalla, faltaría más. Vuelvo atrás y aprieto la P. Ahora sí me sale como primera opción lo que busco. Elijo las figuras repetidas en tres planos a distinta profundidad que ilustran la portada de la última edición de Seix Barral del Libro del desasosiego. Pueden quedar bien a modo de metáfora como peones que pasan de largo junto a la sombra de un rey.

La cita, del nº 13 de la edición de Ángel Crespo:

Leo y soy liberado. Adquiero objetividad. He dejado de ser yo y disperso. Y lo que leo, en vez de ser un traje mío que apenas veo y a veces me pesa, es la gran claridad del mundo exterior, (...).

Leo como quien abdica. Y, como la corona y el mundo regios nunca son tan grandes como cuando el Rey que parte los deja en el suelo, depongo en los mosaicos de las antecámaras todos mis trofeos del tedio y del sueño, y subo la escalinata con la nobleza única de la mirada.

Leo como quien pasa. (...)

Pero me temo que, en la pantomima de hoy, ni claridad ni nobleza.
Y ya ni hablemos de la de mañana.

martes, 17 de junio de 2014

A gozarla


Quiero ver las  películas más oscuras: las de Dumont, Béla Tarr o los hermanos Dardenne. Quiero leer sobre el desasosiego y la desesperación. Quiero escuchar las canciones más tristes: los réquiems; los últimos cuartetos; las sonatas crepusculares. 

Siento que estoy a punto de tocar fondo y esta vez me gustaría gozarla.

martes, 10 de junio de 2014

Condenados a elegir


Pocas veces nos duele el dolor.

El dolor dura poco, pero lo sufrimos por adelantado anticipándolo en la expectativa o, con posterioridad, dilatándolo en el recuerdo.

Valdría la pena considerar que con el placer sucede algo parecido: dura poco pero disponemos de mecanismos para extenderlo. Así será cuando no esperemos en vano (por ejemplo, deseando imposibles) y siempre que la memoria seleccione con buen criterio.

viernes, 23 de mayo de 2014

Que se oigan las voces, todas las voces


Que el Liceu sea capaz de traer a las más importantes voces wagnerianas del panorama actual habiendo reconocido un déficit presupuestario de 14 millones de euros es, cuando menos, sorprendente. Quizás los cantantes, incluso las grandes figuras, estén rebajando su caché para no perder bolos, pero en cualquier caso, y siempre que no suponga un descalabro para las arcas públicas, los abonados nos felicitamos de poder asistir a funciones con semejante reparto: Klaus Florian Vogt en el papel de Siegmund, Albert Dohmen como Wotan, Anja Kampe en el de Sieglinde, Iréne Theorin como Brünnhilde y Mihoko Fujimura interpretando a Fricka... de lujo.

Cantar a Wagner ha sido siempre un reto, hasta el punto que podía llegar a condicionar la carrera de los artistas que se decidían a abordar sus obras. Se exige una fortaleza de voz especial, que sea capaz de sobresalir por encima de la orquesta, siempre densa y potente en las óperas del genio alemán. Así, pocos son los casos de cantantes que han podido especializarse en el universo wagneriano y destacar también en el resto de repertorio operístico. Sólo las voces más enérgicas son capaces de hacerse oír frente al gran dispositivo orquestal, y eso resta matices para interpretar otros roles. Especialmente en dramas musicales de esta envergadura, después de cuatro horas desgañitándose, incluso los atletas vocales más fornidos flaquean en los últimos pasajes, de pura fatiga. Si a esas escenas el oyente medio ya llega con ciertas dificultades de atención, cuando el cantante renquea ostensiblemente, estos tramos finales pueden resultar lamentables.

Es muy probable que Josep Pons, director musical de este ciclo del Anillo, viendo la plantilla vocal con la que contaba, decidiera hacer una propuesta en que los cantantes destacaran por encima de la orquesta, Orquesta Simfònica del Gran Teatre del Liceu, muy meritoria, pero que es la que hay. Y que quede claro que en Wagner la orquesta no es un mero acompañamiento, ni mucho menos: es un elemento fundamental y no puede quedar en segundo plano. Josep Pons no quiso que quedara relegada, pero tampoco quiso perder la oportunidad de que esas voces de primer nivel dejaran de oírse, y más teniendo en cuenta que la escenografía de Patrick Kinmonth, tan abierta y dispersa, no favorecía que llegaran fácilmente al público.

No soy un wagneriano entendido, aunque esta sea mi tercera Valquiria en el Liceu, la segunda después del incendio. Recuerdo perfectamente aquella primera hace treinta años, en un palco al que pudo invitarme un amigo porque la novia de su hermano mayor era hija de militar. Tuve que alquilar una corbata a la entrada para que me dejaran pasar. Quedé maravillado por el espectáculo, aunque todos dormían a mi alrededor y sólo despertaban cuando los metales rasgaban el aire justo debajo de nuestros asientos. Desde mi localidad tan próxima al escenario podía ver las gotas de sudor de los cantantes, que acabaron todos exhaustos, arrastrándose por el escenario con sus pesadas corazas de guerreros míticos al final del tercer acto, sin poder articular palabra.

Pero resulta que Barcelona sí es un feudo wagneriano enormemente experto, que el pasado lunes en el estreno, capitaneado por un nutrido sector de los pisos superiores, se sintió ofendido por la propuesta del director y se permitió abuchearlo sin compasión. Pues sabed una cosa, despreciables sabiondos de pacotilla: al que suscribe no le cuela vuestra pose de eruditos. Quizás leísteis algo de la representación del prólogo (El oro del Rin) de la temporada pasada y pensasteis que lo teníais muy fácil para haceros los listillos.

Y que conste que me alegra oír quejas, que se escuchen todas las voces (y nunca mejor dicho), que la crítica se haga patente (siempre con respeto y con ganas de aportar, claro). En el Liceu hemos visto representaciones infames de todo tipo sin que nadie dijera ni pío, haciendo gala de tragaderas olímpicas, por eso no entiendo que con Josep Pons, un grupillo no sé si muy numeroso, pero sí al menos muy aullador, se ensañara con él en esta función inaugural.

A mí me gustó la representación: las voces estuvieron sobresalientes, maravillosas, de principio a fin; la orquesta digna (es la Orquesta Simfónica del Gran Teatre del Liceu, recordémoslo, no la Gran Orquesta Simfónica del Teatre del Liceu), sin desmerecer; la dirección de escena de Robert Carsen muy interesante, con las matizaciones que siempre podríamos hacer a estas apuestas descontextualizadas; y por encima de todo ello, pero sin querer sobresalir, ni destacar, ni que su batuta tuviera más protagonismo del necesario especialmente en esta ocasión, una dirección musical que supo sacar el máximo partido de las voces con las que contaba, "las mejores voces wagnerianas del momento" según algunos medios.

Señores abucheadores, es necesario y me gusta que se oigan las protestas (desearía oírlas también cuando se producen desastres flagrantes sobre el escenario del Liceu en otras ocasiones), pero permitid que se puedan escuchar también los aplausos de los que disfrutamos con el planteamiento musical de Josep Pons para La Valquíria. Esas quejas sonaron a gesto ensayado, a querer demostrar al mundo que sabéis mucho de Wagner, y me da la impresión de que, además de haber sido maleducados con alguien que no se amedrentó después de la primera bronca y aún quiso salir a dar la cara una segunda vez (vosotros os escondéis en las sombras de los balcones), no tenéis ni idea; ni de Wagner, ni de ópera, ni de música en general. Abuchead, sí, pero dejad que se oigan todas las voces.

jueves, 15 de mayo de 2014

Condición de posibilidad


Definir lo que es la vida se ha convertido desde siempre en una aspiración recurrente para poetas, trovadores, filósofos y tertulianos. Hay un intento muy divertido escrito en chapa de acero junto al río Besós como bienvenida a Santa Coloma de Gramanet en el parque fluvial al que voy a correr de vez en cuando. Dice así: "Viure es provar-ho infinites vegades." (Vivir es probarlo infinitas veces.)

Ya se esté refiriendo a intentarlo o a degustarlo (por el contexto del poema de donde se ha extraído la frase, creo que el autor va más por lo de tentativa), lo controvertido aquí es el cuantificador: ¿disponemos de tiempo para que nuestros intentos sean infinitos? Diría que pueden ser muchos, pueden ser constantes, pueden ser tenaces e intensos, podemos intentarlo hasta la extenuación, podemos intentarlo todo, pero nunca infinitas veces. Algo así sólo cabría en una vida infinita y, si hay algo que sabemos con certeza acerca de la vida, es su finitud. (Creyentes absténganse de participar en esta discusión, o pidan cita para la otra vida.)

Correr, sin música, como yo lo hago, invita a pensar, y al pasar por el punto en que se encuentra la frase, a la ida y a la vuelta, y a veces a la reída y a la revuelta, hago estas reflexiones sobre su significado. Algunos me dirán que me quede con la intención literaria, con el sentido poético, pero eso sería tanto como renunciar al valor de verdad que pueda tener, y a la poesía, como a toda literatura, hay que exigirle valor de verdad, por lo menos a la buena.

Yo también hice aquí mi aportación. Dije entonces que la vida era un regalo, un premio, quizás por haber sido, al menos una vez, el espermatozoide más rápido. Miro alrededor y no veo más que premiados, todos con su regalo debajo del brazo. ¡Y yo que me creía un privilegiado! ¡Un escogido! La vida ha de ser otra cosa, puesto que existe gente que no se siente agraciada por el mero hecho de vivir. Todos disponemos de ella, ya sea premio o castigo, y de nosotros depende convertirla en un regalo o en una putada. Para ello tenemos todo el tiempo del mundo, una existencia entera, que es mucho, pero no ilimitado. (Pongamos que la mitad de todo el tiempo del mundo para los que se encuentren, como yo, entre la primera y la segunda parte.)

Lo intentaré de nuevo, quizás más prudente que hace cinco años, pero no menos vitalista, y lo vuelvo a intentar, y volví a intentarlo, y lo habré intentado, y lo intentaré, y podré decir que lo sigo intentando, porque la vida es precisamente eso, simplemente eso, sobre todo eso: condición de posibilidad.

lunes, 5 de mayo de 2014

A veces los detalles


A veces no es necesario saber si hay una puerta y si estás dentro o estás fuera, pero otras es imprescindible explicar con detalle cómo es el picaporte, describir el leve sonido que emite el mecanismo que acciona los muelles del resorte que empuja el resbalón, no omitir nada respecto a las particularidades de la piel que cubre el dorso de la mano crispada, tensa por la contracción de los músculos que responden al impulso de abrirla cuando desesperas por encontrarte con él.

martes, 29 de abril de 2014

Quién es quién


Que haya sabios es necesario: ellos saben diferenciar lo verdadero de lo falso y su consejo sirve para avanzar a los que vivimos perdidos en la duda constante. ¿Quién si no da por potable el agua, o por nutritivo el alimento, o por eficaz el fármaco, o por bueno el oro frente a la imitación?

La experiencia bien gestionada y el entendimiento nos van sacando poco a poco de la ignorancia dotándonos de un relativo conocimiento, pero hace falta mucho de eso para poder considerarnos a nosotros mismos sabios, o simplemente entendidos.

Mejor que sean otros los que nos asignen ese mérito cuando corresponda, si es que alguna vez llegara a corresponder, aunque reconozco que yo no tengo semejante pretensión. Es más, estaría dispuesto a dejar sin réplica las palabras de un necio que me dijera lo contrario.

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Y ahora la observación inevitable: ¿Cómo saber si es un necio el que nos increpa? Muy sencillo: no se conformará con nuestro silencio por respuesta. ¿Y si la necedad está en nosotros? También lo sabremos fácilmente, pues ningún sabio perdería su tiempo hablando con quien no quiere escuchar más que sus propias opiniones.

¿Y si son dos necios los que rivalizan? Se trata de enfrentamientos apasionados, tanto como los que puedan darse entre sabios. En apariencia, unos y otros son difícilmente diferenciables, a no ser que se disponga de una cierta intuición y sagacidad en el análisis de la dialéctica. Careciendo de tal perspicacia (merma que también puede corregirse con la experiencia y el entendimiento a los que aludía al principio), para saber quién es quién habrá que preguntar después, a cada uno de ellos por separado, si ha aprendido algo en la confrontación; choque de trenes (o de carretas) para unos, intercambio de bienes (o de argumentos) para otros.

viernes, 14 de marzo de 2014

A la expectativa


No se puede vivir todo el tiempo en éxtasis, pero sí a la expectativa del éxtasis, así que mejor aprender cuanto antes a dejar ese estado de ánimo enteramente embriagado por un sentimiento intenso de alegría sólo para el de vez en cuando o el a ratos, estando siempre muy atentos a que se presente la posibilidad de alcanzarlo.

martes, 11 de marzo de 2014

Asímptota horizontal: un espejismo de perfección


Una obsesión recurrente en toda labor creativa es la optimización de la dedicación vinculada al rendimiento. Lo que se consigue está siempre en función del trabajo, pero no necesariamente en relación directa o de proporcionalidad, sino más bien exponencial o logarítmica. Lo he representado en el gráfico superior, en el que el eje de las abscisas (X) sería el correspondiente al esfuerzo y el de las ordenadas (Y) el de los resultados. Es muy intuitivo, incluso para los poco familiarizados con las funciones racionales, pero le iré dando una forma más literaria en los próximo párrafos confiando en que los alérgicos a las matemáticas se sientan atraídos también a reflexionar conmigo sobre estas cuestiones.

Sin esfuerzo no hay resultados, está claro. Por eso nuestro gráfico arranca en la intersección de los ejes de coordenadas (0,0). Así, si x=0, y=0. Que no se engañen los talentosos pensando que ellos parten con variable positiva (y=n, siendo n>0). Por más dotados que estén, siempre necesitarán un impulso inicial para que aflore ese potencial. Igualmente, que no se arruguen los torpes por creer que ellos parten de bajo cero. Los resultados acabarán llegando tarde o temprano, aunque quizás haya que esforzarse con mayor ahínco al principio. En cualquier caso siempre pueden permanecer inactivos en esta gráfica adversa y buscar alguna más favorable en la que se manifiesten sus otras aptitudes.

Las tareas mecánicas son funciones lineales: si me esfuerzo x en fijar un remache, esforzándome 2x fijaré dos remaches. En este caso nuestra gráfica sería una línea recta, pero fijaos en que no lo es. En esto radica lo inquietante, o lo trágico, o seguramente lo fascinante de la creación: no todo esfuerzo obtiene un resultado proporcional. El que prefiera lo lineal, lo seguro, lo proporcional, lo geométrico, que busque un trabajo por horas en una cadena de montaje y viva tranquilo seguro de que su salario llegará puntualmente a fin de mes. (Con todo mi respeto, incluso, por qué no decirlo, en ocasiones envidia, por este tipo de trabajadores).

Podemos diferenciar tres fases en los procesos creativos: el inicio, la formación y el término, dividiéndose la formación, a su vez, en una primera etapa de materialización y en la siguiente de desarrollo.

Los inicios cuestan. Se parte de la nada y hace falta un impulso que no encuentra apoyos ni anclajes. A veces hay que saber esperar que llegue la inspiración, pero siempre estimulándola de algún modo. Al comienzo puede parecer que los resultados no llegan y nos esforzamos sin obtener gran cosa, pero hay que ser persistente, especialmente en esta fase, no caer en el desánimo y confiar en que acabarán llegando. En nuestra gráfica se trata de la A en el eje de las abscisas y de la P en el de las ordenadas. Aquí la función sería del tipo exponencial (y=x") con índice mayor de uno y positivo en el exponente. Así, si perseveramos en el esfuerzo, llega un momento en que los resultados aumentan cada vez más. Al llegar a este punto damos por terminada la fase inicial y nos lanzamos a la fase de formación.

La fase de formación es más agradecida que la de inicio. Llevamos una cierta inercia, que además encuentra apoyos en lo conseguido hasta ahora. En nuestra gráfico coincide con la B en el eje horizontal y la Q en el vertical. Es, o debería serlo como veremos más adelante, la etapa más extensa y más fructífera. Aquí la inspiración no juega un papel tan importante y hay que aprovechar que los resultados se obtienen con aparente facilidad. Fijaos en que hay un punto de inflexión en esta fase; es el que coincide con el paso de la materialización al desarrollo, para los matemáticos, aquel en que el exponente de la x en nuestra función es la unidad (pendiente unitaria de la tangente a la curva). A partir de aquí la tendencia no es tan favorable, aunque los resultados sigan llegando a buen ritmo, pero ya va apareciendo en el horizonte la sombra de la asímptota horizontal, de la que hablaremos enseguida.

Hemos partido de la nada confiando en la inspiración que nos ha puesto en marcha; hemos materializado la idea y la hemos desarrollado; nos encontramos así en un punto óptimo, pero hay que finalizar. Aquí es donde el perfeccionista suele enloquecer si no se da cuenta a tiempo de la existencia de esa asímptota horizontal que nos marca el límite máximo e inalcanzable al que nunca podremos llegar. Es una referencia pero no está ahí, o está ahí pero sólo como referencia, señalándonos que podemos dedicarnos al perfeccionamiento de lo conseguido hasta ahora pero nunca a conseguir la perfección. En nuestra gráfica es la C en el esfuerzo y la R en los resultados. Observad que la C puede dilatarse tanto como queramos, hasta el infinito, en el eje horizontal, pero que la R es limitada, y relativamente corta, de modo que aumentará muy poco por más que nos esforcemos, sin llegar nunca a la ordenada (r) que señala el nivel máximo e inalcanzable: lo perfecto.

Por ello hay que ser prudente y dedicarle a esta fase de término (o perfeccionamiento) el esfuerzo justo. En muchos casos un observador externo apenas diferenciará la (q) de la (r) en el resultado final, pero es importante para el autor-creador ir un poco más allá, sobre todo si considera que con el desarrollo no basta y un cierto perfeccionamiento es necesario antes de dar su obra por terminada. Sin embargo, es un absurdo dedicarle a esta fase más que a todas las anteriores, aunque fuéramos capaces, porque ese mismo esfuerzo podríamos dedicarlo a emprender nuevos proyectos a los que convendría llegar cuerdos, y acaba siendo perturbador y lastimoso observar el rendimiento escasísimo obtenido después de tan desmesurado empeño.

De todos modos, ¡ay del que no haya perdido alguna vez parte de su cordura coqueteando con ese espejismo de perfección!

lunes, 27 de enero de 2014

Por cada grado la temperatura de un gramo


El hombre prehistórico cazador estimaba el coste energético que emplearía en abatir cada una de sus presas. Las piezas capturadas deberían justificar el esfuerzo dedicado a esa tarea. Tres días de persecución significaba que ese animal tenía que reportar el alimento suficiente de, al menos, tres días para él y los miembros de su grupo dedicados a otras labores. De modo que se calibraba muy bien ese trabajo y su coste calórico en función de la manduca obtenida. El alimento era caro de conseguir y había que dosificar muy bien el esfuerzo.

No es que quiera compararme con aquel hombre primitivo, pero me da la sensación de que ahora el despilfarro energético está fuera de control. Me refiero a las calorías desaprovechadas en el ejercicio físico que hacemos únicamente con el objetivo de estar en forma. No es que esta sea una pretensión baladí, ni mucho menos; cuidar la condición física es fundamental, pero es una lástima que todas esas zancadas de tantos y tantos corredores, o las pedaladas de tantos y tantos ciclistas, o las brazadas de tantos y tantos nadadores no se aprovechen, además, para devolver al sistema las calorías consumidas.

Un corredor gasta alrededor de 2.000 calorías en una tiradita de hora y media, el equivalente a lo que para un nivel medio de actividad requiere la dieta del europeo común (no sólo eurodiputados, que conste). Está claro que aquí hay un desequilibrio importante, pero como nuestro sistema de excedentes produce más de lo que necesitamos, no hay problema para corregirlo. Lo que me parece realmente lamentable es que el esfuerzo del maratoniano, a parte de los supuestos beneficios en su salud, se dedique sólo a desgastar asfalto y zapatillas. ¿Os imagináis si esas 2.000 calorías (y ahora uso la unidad de medida no en relación al contenido energético de los alimentos, sino a la energía térmica equivalente a la cantidad de calor necesaria para elevar la temperatura de un gramo de agua un grado centígrado - de 14,5ºC a º5,5ºC - a presión normal) multiplicadas por miles y miles de deportistas aficionados se emplearan en obras civiles, o en trabajos agrícolas, o en producir electricidad haciendo girar dinamos?

Poned a los 40.000 corredores del maratón de NY a repartir paquetes, o a los 20.000 ciclistas de la Quebrantahuesos a mover molinos, o a los nadadores de nuestras piscinas a amasar pan. Y estamos hablando sólo de pruebas deportivas. ¡Cuánta energía desperdiciada en el entrenamiento diario de millones de corredores que salen a trotar sus 10 km, o ciclistas que ruedan su etapita de tres horas, o nadadores piscina va piscina viene!

Se me ha ocurrido organizar el primer gimnasio de la historia no sólo gratuito, sino que devolverá a sus abonados parte de los beneficios que la energía generada por su esfuerzo reporte. Así, pagaré  0,1 céntimos de euro por cada caloría de energía térmica (más de lo que se paga a los redactores por palabra escrita). Se buscan colaboradores con espíritu empresarial. Si sabéis de alguien que emprenda esta iniciativa a mis espaldas a partir de hoy 27 de enero de 2014, que tenga muy en cuenta que yo fui el autor intelectual y que si no se pone en contacto conmigo para acordar justamente los términos de la patente, ya puede empezar a correr que lo acabaré pillando tarde o temprano, en bicicleta, a nado o a pie.