viernes, 14 de octubre de 2011

Juntos otra vez


El verano de 1984 fue tan feliz como todos los de mi infancia y preadolescencia, pero lo recuerdo ahora por la particularidad de habérmelo pasado ahorrando para comprar una fabulosa BH "Running Bull".

No fue mi primera bicicleta. Mi abuelo nos había comprado una a cada nieto algunos años antes, pero a esa edad se crece rápido y hacía tiempo que se me había quedado pequeña. Además, mis primos ya tenían últimos modelos con neumáticos de tacos todo terreno, cambio de marchas y sillines siderales, y yo no quería ser menos.

Después de las vacaciones fui con mi madre a la tienda que había en la calle Casanova, justo delante del Mercat del Ninot. Si no recuerdo mal, era a principios de octubre. Al entrar le dije al dependiente: "Quiero esa bici gris y azul del escaparate". Llevaba algunos meses viéndola desde el otro lado de la cristalera. "¿Sabes cuánto cuesta?", dijo él. "Sí: diecinueve mil novecientas noventa y cinco pesetas" respondí, y puse mi hucha sobre el mostrador. "¿Te la llevas puesta?" me preguntó bromeando. "¡Por supuesto!" dije yo muy serio. Me ajustó la altura del sillín y la posición del manillar y me explicó el funcionamiento de las marchas (cinco piñones, ¡dos más que las de mis primos!). En la misma acera delante de la tienda me monté en ella y comencé a pedalear mientras oía a mi madre (cada vez más lejos) gritar: "¡Ve con mucho cuidado. Nos vemos en casa!".

Fue una de las mejores sensaciones de mi vida: pedalear calle arriba hasta llegar a la Diagonal, circunvalar la Plaza de Francesc Macià (entonces todavía de Calvo Sotelo para casi todos, y aún hoy para muchos) y subir después por Avenida de Sarrià avanzando a toda velocidad gracias al impulso de mis piernas y sobre todo de mi entusiasmo, arrastrado por la corriente del tráfico y de mi euforia. ¡Fue fantástico!

Durante un par de años fue mi vehículo para ir a todas partes, compañera inseparable y fiel cabalgadura, pero vinieron bicicletas más modernas y ligeras, con más piñones y más platos, y después el ciclomotor... y la BH "Running Bull" quedó olvidada en una cochera de la casa de mis abuelos.

Alrededor de una década después, cuando ya prácticamente me había olvidado de ella, nos volvimos a encontrar. Curioseando por la vieja cochera vi asomar una de sus cubiertas azules tan características de entre un montón de trastos viejos y chatarra. Estaba destrozada. Alguien le había arrancado de cuajo el cambio, le habían destripado el sillín, las ruedas estaban torcidas y completamente oxidadas... Literalmente hecha polvo. Me invadió una pena terrible. ¡Cómo han podido hacerte esto! ¡Cómo he podido dejar que te hagan esto! Recogí todas las piezas que encontré y así, desmembrada y mutilada, la llevé a casa de mis padres con la intención de restaurarla algún día.

Han pasado otros quince años desde entonces. Durante este tiempo habré oído a mi padre decir al menos un centenar de veces que si pensaba hacer algo con esa chatarra y que si no, mejor sería tirarla a la basura. Yo he ido respondiendo que, si no estorbaba demasiado en la caseta del jardín, me la guardaran ahí que algún día me la llevaría para arreglarla. Y eso ha sucedido por fin. Buscando una bicicleta para regalarle a mi sobrino de diez años he recordado la ilusión que sienten los niños por sus primeras bicicletas y la que yo sentí en su día por aquella BH "Running Bull". Así que me puse manos a la obra.

Quería restaurar, no reconstruir (ya hemos hablado aquí alguna vez de la diferencia), así que tenía que aprovechar todas las piezas que pudieran recuperarse para poner la bici en funcionamiento, rehabilitarla. Después de observarla detenidamente, pensé que salvo el sillín, la cadena, los cables y pastillas de freno y las cubiertas, todo lo demás podía salvarse. Eso si algún profesional me ayudaba a enderezar las ruedas. ¿He dicho profesional? He visto poner caras muy raras a esos tipos al verme aparecer con las llantas anticuadas y oxidadas, así que mejor no contar con ellos. No entienden que alguien pierda su tiempo y dinero arreglando algo que hoy tiene un fácil reemplazo, mejor y más barato. "Sí, sí, lo sé, pero yo quiero arreglar precisamente estas, que por qué, bueno, déjelo, cosas mías."

Han sido muchas horas de desmontar y montar, nanax y muñequilla, lubricante y pintura, volver a desmontar y volver a montar, estropajo y cepillo, probar, desmontar, ajustar, engrasar, montar... Pero sin duda, lo más complicado de todo ha sido encontrar unas cubiertas azules semejantes a las que tenía la bicicleta en origen. Ayer llegaron por fin a la oficina de correos desde Reino Unido compradas por eBay rezando para que fuera un modelo compatible, y sí ¡van perfectas! Era lo único que me faltaba desde hace días. Las coloqué a toda prisa y salí hacia la tienda de la calle Casanova. Quería rehacer el trayecto de entonces. Barcelona ha cambiado mucho en estos veintisiete años (me atrevería a decir que más que mi bicicleta y yo) y no estoy seguro de que haya sido siempre para mejor. La tienda de BH ya no existe. En su lugar no hay una sucursal bancaria, como suele suceder cuando se glosan estos recuerdos, pero tampoco nada muy distinto. El Mercat del Ninot está trasladado provisionalmente un poco más arriba, en la placeta que queda detrás del Clínico, estrechando la sección en este ámbito. El tráfico es más intenso y ruidoso y, como se supone que hay carriles bici, pasa al lado de los ciclistas con muy malas maneras e increpando. Este octubre en Barcelona se están batiendo récords de temperatura desde que se tienen registros, así que hacía muchísimo más calor y sentí la sudoración mucho más intensamente. El caso es que no conseguí repetir esas sensaciones que tan gratamente recuerdo.

También hay que decir que, a pesar del esmero que he puesto en la restauración y de haberla hecho lo menos profesionalmente posible, la BH "Running Bull" no va tan fina como el primer día: ha pasado de cinco piñones a uno, pero una marcha puede ser más que suficiente si se evitan los terrenos abruptos haciendo rodeos de perfil más favorable; no frena mucho, lo cual no es un grave inconveniente si se ha aprendido a hacer una buena gestión de la velocidad y de la inercia; y el eje del pedalier crepita un poco cuando se aumenta la intensidad de la marcha, pero basta con aplicar ritmos menos intensos que reducen la fatiga y permiten llegar más lejos. Así que todo pequeñeces sin importancia después de tantos años.

Por más que me niegue a aceptarlo, supongo que tampoco yo voy tan fino como iba aquel día de octubre de 1984. También a mí me crujen los meniscos ahora más que entonces, no le encuentro la utilidad a algunos desarrollos y ya van siendo muy poco habituales las paradas en seco. Pero lo importante es que, después de tanto tiempo, volvemos a estar juntos, haciendo camino.

martes, 4 de octubre de 2011

Una canción


Parece que
quizás
aproximadamente
tal vez
y mejorando lo presente
se dice que
aún así
después
por otro lado
es más
dicho lo cual
puesto que
dado.

Se pierde mi voz por los rincones,
y sin embargo escuchas las canciones
que canto para ti.


Parece que
quizás
aproximadamente
tal vez
y mejorando lo presente.
_

Creíamos creer
si acaso
en cierto modo
comentan
sin embargo
y pese a todo
se puede concluir
a modo de resumen
y para ir terminando
se presume.

Sigues viendo sólo un espejismo,
y sin embargo exploras el abismo
que habitas junto a mí.


Creíamos creer
si acaso
en cierto modo
comentan
sin embargo
y pese a todo.
_

Es cierto que
según
llegados a este punto
mejor nos olvidamos del asunto.
Sabemos que
al final
si nadie lo desmiente
y no hay explicación más convincente.

Se pierde mi voz por los rincones,
y sin embargo escuchas las canciones
que canto para ti.


Es cierto que
según
llegados a este punto
mejor nos olvidamos del asunto.
_

Sigues viendo sólo un espejismo,
y sin embargo exploras el abismo
que habitas junto a mí.


Parece que
quizás
aproximadamente
tal vez
y mejorando lo presente.

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Parece que quizás
Letra y música: Jose Lorente
Guitarra, palo de lluvia, celesta y voces
grabados en casa el 3 de octubre de 2011.

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