jueves, 24 de enero de 2013

Una física abreviada


O somos demasiado pequeños, o todo a nuestro alrededor, en la escala cósmica, sucede demasiado despacio.

Es posible que se den ambas circunstancias pero, tratándose de una física breve, siento que no dispongo de tiempo y me sobra espacio para desarrollar la conjunción de esos enunciados.

viernes, 4 de enero de 2013

La tesis de Whorf


No existe en este planeta ningún otro animal a parte del ser humano capaz de hablar de sí mismo y de analizar de forma consciente su existencia, y esto se lo debemos al lenguaje, el atributo más importante de nuestra naturaleza.

Desde un punto de vista antropológico se ha querido ver que, debido a ello, nuestras mentes están sujetas a restricciones culturales que no afectan a la vida mental de otros organismos. Esta es una visión que yo rechazo de plano, pues soy de los que celebra la conciencia como la gloria suprema de nuestra especie que, lejos de condicionarnos, moldearnos y canalizarnos conforme a la cultura en la que vivimos, nos libera. 

Pero los antropólogos a duras penas son capaces de diferenciar lenguaje y cultura. De qué otra manera se entendería si no que un tipo dedicara toda una carrera profesional a hacer hablar a los gorilas. Claro que, para ellos, los avances en ese sentido son muy relevantes. A mí me llena de orgullo y satisfacción que el más dotado de esos simios, después de toda una vida sometido a las lecciones de esos doctores en la niebla, no haya mostrado más bagaje que el de un niño de tres primaveras.

Hasta hace 45.000 años nuestra biología y nuestra cultura habían evolucionado en paralelo: poco más que monos jugando con piedras. Si el despegue cultural comenzó entonces fue gracias al desarrollo de la capacidad exclusivamente humana para el lenguaje y los sistemas de pensamiento por él asistidos. Así, no es la cultura ni las necesidades que esta conlleva lo que favorece la evolución del lenguaje, sino que es el lenguaje, cada vez más evolucionado, el que impulsa la cultura facilitando su desarrollo, tan importante hasta nuestros días, por usar una terminología temporal amplia, pues durante el último siglo es evidente que ha habido en este sentido una alarmante recesión, por no hablar directamente de involución.

En este contexto, el lingüista Bejamin Lee Whorf planteó que las formas de los pensamientos de una persona están bajo el control de leyes inexorables de las que no es consciente, y que toda lengua es un vasto sistema de pautas, diferentes de las demás lenguas, en el que están culturalmente ordenadas las formas y categorías con las que la personalidad, además de comunicarse, analiza la naturaleza, observa o ignora determinados tipos de relaciones y fenómenos, encauza su razonamiento y construye la casa de su conciencia.

A mí esta tesis (¿por qué se empeñan en seguir llamándola "hipótesis" si se trata de una proposición a la que hoy sobran argumentos para mantenerla razonadamente?) me sugiere que mi forma de estar en el mundo, tal como yo lo concibo a través del lenguaje que utilizo, no es la misma que la de un indígena americano o la de un miembro de una tribu africana, cuyos idiomas no comparten con el mío conceptos tan básicos como, por ejemplo, la división del tiempo y del espacio. Las lenguas se diferencian por ciertas categorías obligatorias estructuradas en sus reglas gramaticales que precisamente pueden ser indicativas de algún tipo de propensión psicológica, lo que nos invita a considerar estas reglas (llamadas por los antropólogos "convenciones") gramaticales como suficientemente trascendentes. El inglés exige que se especifique el número; en las lenguas romances se indica el sexo (género) de todos los sustantivos; en otras lenguas nativas americanas se debe señalar si las cosas están cerca o lejos de quien habla y si son visibles o invisibles. ¿No os parece que esto es muy significativo respecto a cómo conceptualizan unos y otros categorías tan relevantes como los números, el sexo, o la situación de las personas o las cosas, y que esto pone de manifiesto formas muy distintas de ser en el universo?

Las lenguas cambian. En mil años el castellano actual será difícilmente inteligible para los hablantes de nuestra lengua en el futuro, igual que lo sería para los de hace un milenio. Todas las lenguas modernas son "corrupciones" de lenguas más antiguas, en nuestro caso del itálico dentro de la familia de las indoeuropeas. En un mundo global todos acabarían hablando el mismo idioma (el inglés dicen los occidentales, el chino los orientales) y compartiendo una cultura indiferenciada. Si eso se ha dado alguna vez en la historia de la humanidad ha sido en el contexto ya citado de monos jugando con piedras, escenario en el que tan cómodo se siente el antropólogo, que no el filósofo al que el lenguaje da libertad de pensamiento y no concibe sentirse atrapado en las ilusiones y mitos que con las palabras crea.