jueves, 23 de febrero de 2012

El mundo en un pentagrama


Gustav Mahler es el compositor más importante que ha existido después de Beethoven, y me asombra pensar que la composición no fuera su ocupación principal. Sí fue su primera ambición: escribir obras de gran tamaño equivalentes a los escritos filosóficos de Nietzsche, pero no tardó en darse cuenta de que no había público para ellas y se dedicó a la dirección, siendo ya a los veinticinco años uno de los directores más importantes de su tiempo. Durante el resto de su corta vida (falleció sin llegar a cumplir los cincuenta y uno) pasó nueve meses por temporada en las salas de conciertos o en los teatros de ópera, dejando para las vacaciones de verano el tiempo que dedicaría a sus creaciones. Parece poco, pero sin embargo su legado es inmenso. Podríamos maldecir las horas empleadas por él en todo lo que no fuera escribir música, pero quizás esa fue la fórmula para que la obra que nos dejó sea sublime del primer al último compás.

Se dice que fue alumno de Bruckner, pero su influencia más determinante fueron los escritos de Goethe, Schiller, Nietzsche, Hölderin, E.T.A. Hoffman, Jean Paul, Kant, Schopenhauer y Dostoyevski. De este último llegó a decir que su lectura era más importante que las lecciones de contrapunto, significativa declaración en un estudiante de composición que fue liberado de esta materia después de su primer año en el conservatorio. Hoy es unánimemente reconocido como la gran referencia de toda la música posterior, desde la segunda escuela de Viena (declarados devotos suyos) hasta la música contemporánea, pasando por las vanguardias del siglo XX. Los que piensen que todo eso ya no es música, aceptarán al menos que Mahler sí lo era, lo que lo convierte en el último gran creador del la música occidental, lo cual, si bien no deja de ser una burda y absurda simplificación, yo mismo sería capaz de encontrar argumentos a su favor para defenderla en alguna que otra tertulia. Sin entrar en polémicas, dejémoslo en que después de él nadie ha hecho nada tan grandioso.

Diez sinfonías (inacabada la décima), Das Klagende Lied ("Lamentación") y Das Lied von der Erde ("La cacnión de la tierra") algunos ciclos de canciones con orquesta ("Canciones de un camarada errante" y "Canciones de los niños muertos"), arreglos de poemas populares, un cuarteto para piano y algunas docenas de canciones con piano forman el corto pero monumental conjunto de su obra. De estas últimas me gustaría hablaros, especialmente de los Rückert Lieder de 1902, también interpretados habitualmente con orquesta. Se trata de cinco cacniones basadas en textos del poeta alemán Friedrich Rückert (1788-1866), muy influido por la literatura oriental. Mahler quedó fascinado por estos poemas y en el verano de 1901 comenzó a ponerles música, junto al mismo lago en que Brahms había encontrado inspiración para su concierto en Re mayor. Fue la época de la Quinta sinfonía, en la que se aprecia la atmósfera de este impulso poético, de los Kindertotenlieder, también con textos de Rückert, y directamente emparentados en lo musical, y del enamoramiento con Alma.Schindler

En 2011, aprovechando el centenario y medio de la muerte de "el compositor veraniego" (así se llamaba jocosamente a sí mismo Gustav Mahler), fueron muchos los lanzamientos discográficos de su obra conmemorando el aniversario. Deutsche Grammophon y EMI lanzaron sendas integrales tirando de los registros históricos  de sus extensos archivos. Nada nuevo bajo el sol, pero imprescindibles para cualquier melómano aún a riesgo de repetir muchas de las grabaciones. La de EMI, además, ofrece un impagable guiño a esa melomanía con un último compacto dedicado precisamente a los Rückert Lieder, y en concreto al número más conocido de la serie, Ich bin der Welt abhanden gekommen ("Me he alejado del mundo"), que aparece en siete versiones diferentes. Lo dicho: enorme regalo para coleccionistas perezosos. En el CD 8 ya aprece toda la serie en la versión de Janet Baker y Sir John Barbirolli con la New Philharmonia en 1969 (referencia absoluta) junto a los Kindertotenlieder de Kathleen Ferrier y Bruno Walter con la Wiener Philharmoniker en 1949 (igualmente imprescindible), pero no contento con eso, el compilador de esta caja conmemorativa (un tal Richard J. Bradburn hacia el que quiero manifestar aquí mi envidia más enfermiza) añade el disco referido en que Thomas Hampson y Wolfram Rieger interpretan el ciclo completo para voz y piano, y después ¡el despiporre!, lo que alguna vez todos los fanáticos coleccionistas hemos hecho con alguna pieza favorita: grabar todas las versiones que teníamos, una detrás de otra, en una mismo CD (comprendo que no todos los que lean esto lo entenderán, pero los que sí lo hagan, sentirán la misma euforia que yo, además de igual simpatía por este tipo). Así:

- Pista 6: otra vez Janet Baker y Sir John Barbirolli, pero aquí con la Hallé Orchestra en 1967.
- Pista 7: Christa Ludwig con Gerald Moore al piano en 1957.
- Pista 8: de nuevo Christa Ludwig, en esta ocasión con Otto Klemperer y la Philharmonia Orchestra en 1964.
- Pista 9: Fischer-Dieskau con Daniel Barenboim al piano en 1978.
- Pista 10: Thomas Allen y Jeffrey Tate con la English Chamber Orchestra en 1989.
- Pista 11: Brigitte Fassbaender con Irwin Gage al piano en 1980.
- Pista 12: Katarina Karnéus con Roger Vignoles al piano en 1998.

Y es que esta pieza sin duda merece aparecer nueve veces (o noventa) en un volumen como este. Si en la serie de cinco canciones el tono predominante es la belleza, especialmente en esta pieza Mahler consigue alcanzar un nuevo nivel. Imposible no acordarse del Adagietto de la Quinta sinfonía tan célebre gracias a Visconti (he escuchado a algún presentador de telediarios referirse a este movimiento directamente como "Muerte en Venecia" de Mahler), el amor, la belleza, la muerte, el mundo entero en un pentagrama. "Me he alejado del mundo", dice el poema, sin amargura, pues de esos retiros ("veraniegos") obtuvo el compositor la paz y el aislamiento tan necesarios para sus creaciones. Obra que fue despreciada en vida y sólo décadas después fue reconocida en su justa medida. Mundo que fue poco generoso con él al margen de haberle dotado con el genio de la composición. Pero a pesar de sus circunstancias personales teñidas de tragedia, de una relación matrimonial desigualmente apasionada, de la muerte de varios hijos a temprana edad y de su enfermedad precoz, siempre se sintió agradecido a la vida, convirtiendo cada una de sus obras en el más elevado homenaje al hombre, a la naturaleza, al poder de la creación y al modo en que la propia esencia trasciende sobre lo mundano.

Me he alejado del mundo
en el que malgasté mucho tiempo,
hace tanto que no se habla de mí
¡que bien se podría pensar que he muerto!

Y muy poco me importa
que me crean muerto;
no puedo decir nada en contra
pues ciertamente estoy muerto para el mundo.

¡Estoy muerto para el bullicio terrenal
y reposo en un lugar tranquilo!
¡Vivo solo en mi cielo,
en mi amor, en mi canción!

martes, 14 de febrero de 2012

Guitarras afinadas


Pasa el tiempo y el cirujano no logró dar con el alma
el soñador sigue confundiendo a las libélulas con hadas
y nosotros nos estrellamos contra el muro de nuestros deseos
y afinamos cada día, por si acaso, las guitarras.

José Ignacio Lapido
Ladridos del perro mágico, 1999



Soy de los que afinan cada día, por si acaso, la guitarra, aunque debería hacer una reflexión más profunda para saber si mis deseos levantan un muro contra el que sigo estrellándome. Creo que ya no, pero lo meditaré con más calma, por si acaso...

Siempre me ha seducido la idea de tocar en el metro, pero ahora, por lo menos en Barcelona, no puedes hacerlo así sin más: es necesario pasar una prueba de selección y después presentarte a unos sorteos quincenales en los que se asignan las estaciones y los horarios más solicitados. El examen consiste en preparar un repertorio variado de unas veinte canciones e interpretar algunas de ellas escogidas al azar ante un jurado que evalúa las capacidades del aspirante.

Hay gente que ve en esta actividad muchos parecidos con pedir limosna, pero yo no lo entiendo así. Es cierto que la mayoría de músicos que la practican dejan la funda del instrumento abierta para que el que quiera eche unas monedas al pasar y así se sacan un dinerillo, pero esto no deja de ser muy diferente de como ha de obtener su paga un profesional liberal a día de hoy en esto que llamamos España, y hablo desde la experiencia del arquitecto que, a pesar de no ejercer desde hace ya algún tiempo,  aún no se olvida de sus impagados, especialmente de los que no han satisfecho los honorarios acordados en su momento porque no les da la realísima gana.

La próxima convocatoria es dentro de un par de semanas y estoy tentado de asistir. Si llegara el momento de dejar la tapa de la funda de mi guitarra abierta en alguna de las estaciones del metro de Barcelona, creo que sería interesante presentarme al público exhibiendo algún título que ilustre mis actuales circunstancias, pero no querría en ningún caso despertar lástima en mis potenciales patrocinadores, y por eso estoy dudando qué cartelito poner, si el de ESCRITOR o el de ARQUITECTO. ¿Cuál de los dos pensáis que provoca menos conmiseración hoy en día?

lunes, 6 de febrero de 2012

De la indignación a la desesperanza


De la indignación a la desesperanza hay un abismo mucho mayor que el existente entre la indignación y la complacencia. Se ha visto a muchos indignados (últimamente menos porque ya no interesa enseñarlos) pero aún no estaban suficientemente desesperados; aún tenían mucho que perder, y eso reprime.

No sé cuánto tardará en salvarse ese abismo, pero estoy convencido de que el rugido de la desesperación será menos silenciable que el del descontento, más violento, más irracional, menos contenido, menos manipulable... Y cada vez van quedando menos cosas que perder.

Yo me andaría con ojo, que la indignación es reversible pero de la desesperación no se regresa tan fácilmente.