martes, 28 de diciembre de 2010

La música que llegó del frío


En 1874 el gobierno noruego concedió a Edvard Grieg un salario anual que le permitió dedicarse por entero a la composición. En 1897 Jean Sibelius recibió una beca del estado finlandés con la que pudo consagrarse exclusivamente a escribir música.

Se suele decir que la necesidad agudiza el ingenio, pero por lo que parece en el caso de estos dos grandes maestros nórdicos, con las necesidades cubiertas gracias a una atípica clarividencia gubernamental, debió de ser el frío lo que les inspiró a crear su genial obra. A mi entender, iluminado yo también hoy por las bajas temperaturas que nos acompañan estos días, pocas veces un erario público tuvo mejor destino.

Evitando insistir en sus obras más populares (y absolutamente fundamentales: concierto en la menor y piezas líricas para piano, canciones, suite Holberg y suites Peer Gynt de Grieg; sinfonías, concierto para violín, Finlandia, En saga, Kullervo, Tapiola y Vals triste de Sibelius) dejo una recomendación de su repertorio menos conocido para ir entrando en calor, o en frío, como prefiráis. Se trata de sus cuartetos de cuerda recogidos en el álbum "Intimate voices" del sello Deutsche Grammophon, interpretados con sobrecogedora intensidad por el Cuarteto Emerson en 2004. Nunca brisas llegadas de los gélidos fiordos escandinavos habían resultado ser para nuestros oídos tan cálidas caricias.

martes, 21 de diciembre de 2010

El mejor de los escenarios para el 2011


Me comentan que se ve poco lo de "José Alfonso Lorente Torres, arquitecto" en la felicitación navideña de este año (especialmente lo segundo), y me preguntan si había intención por mi parte en que así fuera cuando seleccionaba una imagen de fondo para el diseño de la tarjeta.

Puede ser, aunque preferiría no responder taxativamente; el escenario por el que transita nuestra identidad y sus circunstancias podemos elegirlo o puede sernos dado. La primera opción suele ser la más deseable, aunque tampoco garantice que vayamos a hacer una mejor actuación. Pero, volviendo a la felicitación, lo que os puedo asegurar con rotundidad es que dejarla como está sí ha sido intencionado.

Valga, en cualquier caso, para desearos a todos, con las mejores intenciones, unas felices fiestas y un feliz año 2011 en el mejor de los escenarios posible.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Un rastro de jazz antes del mordisco



BERNSTEIN
Preludio, Fuga y Riffs (para clarinete solo y jazz ensemble), 1949.
Prelude (for the Brass): Fast and exact.
Fugue (for the Saxes): Exactly the same beat.
Riffs (for Everyone).

SHOSTAKOVICH
Jazz Suite No.1, 1934
Waltz
Polka
Foxtrot


SATIE
Le Picadilly, 1905
Marche

TIPPETT
Piano Sonata No.1, 1936/8 rev. 1942
I Allegro

BRITTEN
Sinfonia da Requiem, op.20, 1940
II Dies irae

JANACEK
Capriccio "Vzdor" (para piano mano izquierda y chamber ensemble), 1926
III Allegretto

PROKOFIEV
Sinfonía No.5 en Si bemol mayor, op.100, 1944
II Allegro marcato

COPLAND
Concierto para Clarinete y Orquesta de Cuerda, con Arpa y Piano, 1949
II Rather fast

STRAVINSKY
Concierto para Piano e Instrumentos de Viento, 1923/4 rev. 1950
III Allegro

RAVEL
Valses nobles y sentimentales, 1912
I Modéré
IV Assez animé
VI Assez vif
VII Moins vif

BARTOK
Dance Suite Sz 77, 1923
II Allegro molto
III Allegro vivace

GERSHWIN
Concerto in F, 1925
III Allegro agitato

DEBUSSY
Images pour orchestre, Iberia, 1905/8
III Le matin d'un jour de féte

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Para todos aquellos a los que gusta buscar un motivo para seleccionar una serie de piezas musicales y grabarlas en un CD que regalarán a un amigo.

Y para esos amigos que sugieren los motivos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Una frase huérfana de sujeto


La razón no siempre acierta al delimitar la frontera entre el bien y el mal, o de otro modo hubiera sido muy fácil para seres inteligentes como nosotros, los humanos, dotados además de un lenguaje rico y preciso, redactar provechosas listas enumerando todo aquello que es bueno y todo aquello que es malo y así establecer las pautas por las que se debe guiar siempre y en todo lugar nuestra conducta. Si hasta ahora no hemos sido capaces de hacerlo es porque, como decía, la razón no es suficiente en lo que a juicios morales respecta.

Andaba yo enmarañado en estas cábalas cuando me topé con la siguiente frase: "Dios prefiere al hombre que elige hacer el mal, antes que al hombre que es obligado a hacer el bien." (A Clockwork Orange, Anthony Burgess, novela 1962). Sentí un escalofrío sacudir instantáneamente todo mi cuerpo, pero no puedo decir que en ese momento se desenmarañaran mis pensamientos, más bien al contrario, pues dudo que nuestras intenciones vayan a ser juzgadas algún día por ninguna divinidad, no tanto porque no crea en ellas (que no creo) como porque entiendo que, de existir, tendrían cosas mejores a las que dedicarse. Pero en cualquier caso quise ponerme inmediatamente a reflexionar sobre ese enunciado a ver si era capaz de aclarar un poco la maraña.

Lo primero que traté de hacer fue sacar de la frase el término "Dios", lo cual ya indica un altísimo grado de temeridad por mi parte, y más sabiendo que alguien tan racional como Kant se vio obligado a introducirlo como sujeto cuando se encontró con un predicado parecido en semejantes circunstancias de orfandad. Pero la suya era una ética deontológica y una moral basada en intenciones. ¿Y quién puede juzgar nuestras intenciones sino Dios o nosotros mismos? Si lo que yo pretendía era eliminar el término "Dios" enseguida me pareció atractivo y coherente sustituirlo por "Nosotros mismos" como sujetos individuales de la acción moral obrando libremente según nuestra voluntad, lo cual no era menos temerario, pues reconozco que suele resultar complicado ser parte y juez, aunque sólo sea por esa inclinación natural que tenemos a autojustificarnos, por no decir a autoengañarnos. Pero vamos a pensar que siempre somos sinceros con nosotros mismos y que, en ese supuesto, preferimos obrar según nuestra propia voluntad independientemente de la bondad o maldad de nuestros actos. Tampoco así se salva el intercambio de términos ya que se está entendiendo la moral como algo individual, y eso va en contra de su propia definición. Difícilmente nos pondríamos de acuerdo si hubiera tantas morales como individuos. Habrá que buscar otro candidato para la sustitución. Pensé entonces en "Conciencia colectiva" aún a riesgo de que algunos argumentaran que ese término es lo más parecido a "Dios" a lo que podemos llegar conducidos por la racionalidad agnóstica.

Es obvio que no hay acción moral si ésta no es libre y voluntaria, pero en lo que respecta a la vida en sociedad y a la convivencia entre seres voluntariosos y libres, es preferible siempre que se haga el bien independientemente de cuales sean las motivaciones que originen aquellas acciones. Esto se plantea magistralmente en La Naranja Mecánica, donde no importa si las acciones son morales con tal de que el mal sea erradicado. Esa antiutopía daría lugar a una sociedad ("Conciencia colectiva") en la que sus miembros enferman ante la mera imagen del mal, sintiéndose obligados (quizás no tanto a hacer el bien, pero sí) a evitar el mal. Luego habría que ver sobre quién recae la responsabilidad de hacer el inventario de lo maligno, porque ya hemos visto que ese es un aspecto especialmente controvertido, y ninguno de nosotros querría acabar aborreciendo (ni tan siquiera el malo malote de Alex) la Novena de Beethoven por asociaciones terapéuticas mal establecidas.

La maraña comenzaba a espesarse desesperanzadoramente. Me seguía gustando el predicado pero no estaba siendo capaz de cambiar el sujeto por otro más próximo a mi gramática. Existe alguien que prefiere a quien obra libremente independientemente de las consecuencias de sus actos para los demás, y ese alguien no es ni Dios, ni la Conciencia colectiva, ni Yo mismo como sujeto individual de la acción moral obrando libremente según mi voluntad... Al ponerle la mayúscula a "Yo" me dí cuenta del error pueril que había estado cometiendo hasta entonces: por un lado reivindicar la figura de ese sujeto que se juzga a sí mismo por encima del bien y del mal como ente único e individual, y por otro convertirlo en sujeto de una acción moral que no se entiende sino dentro de una red compleja de hábitos y tradiciones comunitarias. Así, el individuo juzgándose a sí mismo sí puede ser sujeto de esta oración, pero siempre que prescinda de lo moral. Me pregunté entonces por el sentido de seguir obrando moralmente cuando se ha conseguido prescindir de Dios y de la Conciencia colectiva, y a continuación también por el sentido de seguir condicionando nuestros actos a un conjunto de normas y costumbres si, en la mayoría de los casos, estos nos resultan ajenos, cuanto menos extraños.

Aquí pensé que quizás sería mejor dejar la maraña como estaba, ya que esto no pretendía acabar convirtiéndose, ni mucho menos, en una invitación a la amoralidad (la Conciencia colectiva me libre). Se trataba simplemente de una frase que me hizo pensar, y quise aceptar el reto de jugar a los desenmarañadores con el escaso éxito que habréis podido comprobar los que hayáis llegado a leer hasta aquí. Kant se vio obligado a aceptar la existencia de Dios para que alguien hiciera justicia con las intenciones de nuestras acciones. Quizás Dios hubiera preferido que lo aceptaran libremente, pero en cualquier caso yo no quiero hacerlo ni voluntaria ni condicionadamente sólo para poder apropiarme de una frase que me pareció filosóficamente atractiva.

Por lo que a mí respecta, y puestos a hacer predicados con sujeto conocido, digamos simplemente que soy de los que prefiere a los que hacen libremente el bien, desprecia a los que hacen libremente el mal, respeta a los que se ven obligados a hacer el bien y se compadece (aunque la compasión sea un sentimiento que prefiera no practicar) de los que se ven obligados a hacer el mal.

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Y por darle un tono algo más lúdico (que no amable) a este final de entrada, os recomiendo a parte de la película The Clockwork Orange (Stanley Kibrick, 1971) ya citada y basada en la novela de Anthony Burgess que contiene la frasecita de marras, otras dos que también invitan a reflexionar sobre estas cuestiones: La Cérémonie (Claude Chabrol, 1995) y Funny games (Michael Haneke, 1997) (existe otra versión americana, también dirigida por Haneke, de 2007 con distintos actores, pero me atrevería a decir que idéntica a la anterior, fotograma a fotograma).

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sobre defectos asumidos


¿Cuál es la cualidad que más admiras en una mujer?
La inteligencia.

¿Cuál consideras que es tu principal defecto?
Haber mentido en la respuesta anterior.


Fragmento de entrevista tipo test a un prestidigitador.
Suplemento dominical de La Vanguardia, mediados de los '90.

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Si el interpelado manifiesta haber mentido en la primera respuesta es porque realmente piensa que la cualidad que más admira en una mujer no es la inteligencia, aunque admite en la segunda reconocer en esto un defecto propio. Parece obvio que tiene en mente la belleza porque si fuera cualquier otra virtud (bondad, honradez, sinceridad, fidelidad, honestidad, lealtad, etc.) no resultaría controvertido hasta el punto de verse obligado a mentir.

Si no lo dice directamente es porque debe de considerarlo políticamente incorrecto. Así, puestos a hacer un análisis de la segunda respuesta, nos veremos en la necesidad de aclarar cuál es verdaderamente ese principal defecto suyo al que se está refiriendo: considerar que la cualidad más admirable de las mujeres sea la belleza y no la inteligencia, o el hecho de haber mentido para salvar el juicio de lo correcto políticamente.

Ojalá se tratara de la segunda opción, porque volviendo a la primera pregunta, fijaos en que ésta apela a lo que se admira, no a lo que se valora, se pondera, se alaba o se aplaude. Sin ánimo de complicarnos en exceso con matices semánticos, admirar implica una cierta sorpresa y asombro ante algo extraordinario o inesperado. Supongo que el entrevistado no llegó tan lejos en la interpretación del significado último de la cuestión e hizo la típica lectura de "te gustan listas o guapas". No creo que nadie se asombre hoy en día ante una mujer inteligente por considerarla como un fenómeno extraordinario de la naturaleza. Desde luego no creo que fuera el caso de nuestro prestidigitador que demostró con sus respuestas ser un tipo despierto, lúcido y sutil.

Y en el mío he de deciros que soy plenamente consciente de vivir rodeado de ellas y que valoro, pondero y alabo hasta la ovación cuantas virtudes me muestran, incluida la inteligencia, por supuesto. Pero puestos a admirar cualidades femeninas, puestos a quedarme extasiado como un bobo con la boca abierta y babeando, admiro sobre todo la belleza de mujer en todas sus posibles y múltiples manifestaciones, y nunca consideraría este acto de admirar como un defecto propio, salvo en el caso de no haberlo hecho suficientemente y en su justa medida.

martes, 16 de noviembre de 2010

Bienhallado Sr. Berlanga


Hace ya algunos años programaron en la Filmoteca de Barcelona "Los jueves milagro" con la presencia del director. Fuimos Paloma y yo con un amigo y llegando a la puerta vimos que justo en ese momento venía él caminando solo por la acera en sentido contrario al nuestro. Supongo que al reconocerlo se nos notó en la cara el gesto de admiradores entregados (el mío era más que evidente como puede verse) porque parecía esperar con toda naturalidad que nos pusiéramos a su lado para tomarnos entre sus brazos. Le di a nuestro amigo rápidamente la cámara que suelo llevar para el trabajo y disparó esta fotografía entrañable que guardo celosamente en un lugar muy especial de mi archivo de mitomanías, aunque de ese encuentro y de esa velada tengo sobre todo el recuerdo de un hombre lúcido, cercano y amable, que habló de su obra sin presunción y nos dio a todos una auténtica lección de integridad y actitud crítica frente a la intolerancia en una época en que sólo con inteligencia y verdadero talento se podía burlar los férreos mecanismos de la censura.

Descanse en paz y gracias por todo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Rehabilitarse o reconstruirse


En ocasiones el deterioro es tan importante y tan generalizado que no vale la pena plantearse una rehabilitación. Asumida la reconstrucción se hace necesario tomar una decisión sobre qué hacer con las viejas ruinas: completar la demolición y eliminar todo rastro de lo anterior; dejarlas como testimonio y esperar que el tiempo haga el resto; conservarlas asumiendo lo que de grotesco tiene el mantenimiento de una ruina (aunque sepamos de muchos ejemplos en la línea del parquetematismo, tan al uso). Y en relación a la nueva obra, podemos edificar encima de los antiguos escombros o buscar otro emplazamiento más o menos alejado del anterior. Supongo que en este punto cada cual dará un valor determinado a la memoria. No querría bajo ningún concepto hacer juicios de valor al respecto, pero sí me atrevería a decir que encuentro un cierto matiz morboso en convivir con los cascotes resultantes de esos derrumbes, porque una cosa es el olvido y otra muy distinta es no perder nunca de vista el desolado paisaje de la destrucción.

Espero poder levantarme cuantas veces sea necesario y no olvidar nunca las circunstancias que dieron lugar a esas caídas y a esas remontadas, pero cada vez que me ponga en pie sacudiré el polvo de mis ropajes para presentarme incólume a recibir lo que esté por venir, tanto los lustres como los embrutecimientos.

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La imagen pertenece al pueblo viejo de Belchite tal como puede verse hoy en día. En él se desarrollaron durante la guerra civil una serie de operaciones militares que arrasaron por completo el núcleo urbano. Pasada la contienda se levantó el pueblo nuevo de Belchite colindante a las ruinas del viejo, cuyos últimos habitantes no las abandonaron hasta 1964. Durante algún tiempo se consideró la posibilidad de conservarlas para el turismo y se instalaron vallas para preservar la zona, pero actualmente es un área abierta y visitable sin acondicionar.

Antes de la guerra civil española fue una villa de cierta importancia, con vistosos edificios civiles, varias iglesias y dos conventos. En los libros de historia se pueden encontrar todos los detalles y así poner nombre a los bandos responsables de la destrucción del viejo y de la costrucción del nuevo que, desde mi punto de vista y sin querer entrar en otras consideraciones, mostraron ambos un pésimo gusto estético.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La mirada encontrada


La experiencia va transformando poco a poco nuestra mirada, en ocasiones afianzándonos en un determinado punto de vista, pero en otras ofreciéndonos una nueva perspectiva.

Por supuesto no me estoy refiriendo a que los demás reconozcan en nuestros ojos un estado de ánimo cambiante, ya sea de melancolía, de entusiasmo, de enamoramiento o de pérdida, sino a que la realidad que nos envuelve pueda cobrar para nosotros un nuevo sentido al ser mirada de otra manera. Así, no se trata tanto de lo que vemos ni de cómo lo vemos, sino de cómo lo miramos, y en esa mirada intencionada se explica el modo en que hemos decidido relacionarnos con el mundo.

No creo que las cosas (el universo sensible) hayan mudado tanto de un tiempo a esta parte como para que yo perciba que son tan distintas, radicalmente otras. Pero es cierto que esa sensación de cambio a mi alrededor existe y acabo pensando que lo diferente, por fin, es mi forma de mirar.

martes, 19 de octubre de 2010

Listo para el mordisco vampírico del jazz


A menudo el jazz ha sido considerado una amenaza como manantial de goces estéticos bastardos, manifestación de espíritus primitivos y rebeldes ajena a toda reflexión y esfuerzo, a toda contemplación y meditación. Los tesoros culturales acumulados por nuestra civilización gracias al trabajo, valor y energía de carácter de concentrados compositores en prolongada evolución secular, tambaleándose por esa excitación puramente física, desprovista de profundidad, dionisíaca y espuria, visceral y repentizada.

Han sido demasiados años distinguiendo tonos mayores y menores, estructurando armonías sólidas sobre ritmos que dejaban poco margen a la espontaneidad, pautando y codificando de modo que el intérprete fuera un mero ejecutante en la mayoría de casos anónimo. Y de repente todo eso no sólo se pone en cuestión, sino que se obvia absolutamente, se prescinde, y el resultado es radicalmente nuevo, tremendamente atractivo, próximo y arrebatadoramente sensual.

El vampiro se presenta ante mí y se burla de todas esas obras vetustas que en lujosas ediciones pueblan mis estanterías: Bach, Mozart, Beethoven, Brahms..., brillantísimas, por supuesto, pero reinterpretadas hasta la saciedad por músicos para quienes el mundo de esos autores resulta completamente lejano y extraño. El engaño de un aquí y ahora que no les pertenece. La aparición improvisa para mí una rara melodía, desconocida pero cautivadora. Me invita a seguirle y miro de reojo esos discos tan queridos. Percatándose de mi desasosiego trata de consolarme diciendo que allí donde vamos no los voy a echar de menos. Tengo mis dudas pero me siento hechizado por el dulce susurro que emite esa endiablada trompeta y ofrezco mi cuello a su dentadura espectral. Que hinque sus colmillos y ya veremos qué queda en pie después del mordisco.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El gran carnaval


Hay una pregunta que los grandes hombres suelen hacerse de vez en cuando con un deje de amargura ("¿Por qué siempre he de tener razón?") pues, a pesar de todo, en esas determinadas ocasiones les hubiera gustado equivocarse.

Pero los grandes hombres aciertan, y vuelven a acertar... Y el dolor se convierte en un gran carnaval porque la audiencia es morbosa, el espectáculo mercancía, y nadie quiere quedarse fuera de ese mercadeo, ni siquiera las víctimas.

martes, 5 de octubre de 2010

El otoño es Brahms


Soy de los que piensan que se podría escribir una historia de la música omitiendo a Brahms, pero preferiría que esa historia no se escribiera jamás ya que se trata de uno de mis compositores favoritos, seguramente el más admirado por mí cuando comencé a escuchar música.


Entonces toda la carne
es como la hierba
y todo el esplendor del hombre
es como la flor de los prados.
La hierba está seca
y la flor está marchita.


Ein Deutsches Requiem. II, Den alles Fleisch ist wie Gras.
Primera epístola de S. Pedro, 1-24


Fue un tipo solitario e introvertido, y esos rasgos de su carácter marcaron su estilo compositivo. Sin duda tenían razón los que apreciaban en él "virtudes anticuadas". Berlioz compuso la Sinfonía Fantástica antes de que él naciera, y contemporáneos suyos como Liszt, Wagner y Bruckner estaban llevando la música hacia nuevos terrenos de forma, armonía y expresión, superando los esquemas tradicionales en favor de un nuevo romanticismo.

Johannes Brahms, mientras tanto, levantaba sus composiciones sobre los viejos fundamentos de Bach y Beethoven, aunque eso sí, reinterpretados y desarrollados de manera muy personal. Así, combinó la estricta construcción y la densidad intelectual de las formas tradicionales (sinfonías, cuartetos, sonatas) con ese melodismo anhelante y sinuoso tan característico suyo, sumamente expresivo y desconocido hasta entonces.

Música de esfuerzo y trabajo más que de inspiración y agudeza, pero de gran consistencia intelectual y de enorme melancolía romántica. Un estilo seguramente poco innovador, pero en cualquier caso profundamente conmovedor, tan contenidamente otoñal.

martes, 28 de septiembre de 2010

De Isolda a Carmen por culpa de Parsifal


Cuando alguien encuentra en Carmen el refugio anhelado después de haber sido embrujado previamente por los encantos de Isolda, parece que está haciendo el viaje al revés o, al menos, esa sería la conclusión a la que podríamos llegar si hiciéramos un análisis meramente formal de las obras de Wagner y Bizet. Pero ese no es el caso del que sentenció en alguna ocasión que sin música la vida sería un error, y tampoco del que no concebía el espíritu, la esencia de la música, sin relacionarla directamente con el amor. Y aunque fuera razonable pensar que estos enunciados hubieran podido salir de la misma pluma, en realidad fueron pronunciados desde posicionamientos radicalmente enfrentados en lo que hoy se recuerda como uno de los duelos más encarnizados y, por tanto, fructíferos (sobre todo si tenemos en cuenta que partió de una admiración mutua) en la historia de la estética. Porque si para el primero el arte era liberación, para el segundo era homenaje; lo que para uno era voluntad de poder, para el otro era redención en el sentido religioso del término; si el filósofo asumió sin complejos el papel de verdugo de Dios, el músico quiso resucitar los viejos mitos erigiéndose en apóstol de la castidad.

Carmen es una gran ópera, llena de momentos brillantísimos y pasajes inolvidables, y este es un juicio incontestable que seguramente compartirán la mayoría de aficionados al género, pero fue escrita treinta años después de Tannhäuser, y dieciséis después de Tristan e Isolda, obras con las que Wagner había establecido las bases de un nuevo lenguaje, no sólo para el mundo de la ópera, sino para el arte y la estética en general. Estas innovaciones fascinaron a Nietzsche que pasó pronto a formar parte del reducido círculo de amistades del compositor. Para el filósofo, aún una joven promesa, Wagner, ya en la cima de su carrera creadora, representaba el renacimiento del espíritu dionisiaco encarnado en la filosofía de Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación fue el texto que cambió la vida de ambos). Para el músico, Nietzsche había de ser el que llegara para fundamentar filosóficamente toda su teoría estética, que en definitiva era la razón de ser de los grandes cambios conceptuales introducidos en sus óperas, entendidas ya como obra de arte total, unión entre música, poesía y acción, rompiendo la idea unidimensional del artista. Ambos coincidían en la necesidad de recuperar los valores de la tragedia griega, en el rechazo al sentido hedonista de la música como elemento simplemente accesorio sino como camino para desmitificar la realidad, no como un arte más entre las artes, sino como una categoría del espíritu humano. Fruto de estas ideas comunes será la obra de Nietzsche El nacimiento de la tragedia (1871). Wagner, buen vanidoso, alabó enérgicamente el texto (y a su autor) al verse reflejado en ella a la perfección.

Pero una vez pasado el deslumbramiento inicial, Nietzsche, al ir madurando como filósofo (y al mismo tiempo que también, por qué no decirlo, Wagner envejecía mal como compositor e ideólogo), fue viendo también las diferencias que subyacían en su relación con ese artista que entiende la música como un medio del que servirse y no como un fin en sí mismo, que entiende el mito en su significación religiosa (que aparecerá jactanciosamente en Parsifal) y no como un elemento consustancial al servicio del arte.

También hubo un Nietzsche compositor (algunas de sus obras musicales pueden encontrarse actualmente publicadas), autor de un Oratorio de Navidad, tres fantasías para piano, unos Poemas rapsódicos a la señorita Anna Redtel y un Himno a la amistad, que llegó a presentar estos trabajos a Wagner sin que el maestro llegara a prestarles la atención que su creador hubiera deseado. Aunque esto bien podría interpretarse como causa suficiente de su ruptura, pienso que no debería dejar de entenderse como una mera anécdota (tanto como la incredulidad ante dragones, yelmos mágicos, anillos todopoderosos y santos griales) ya que resulta evidente que hay razones más profundas para justificar el distanciamiento.

Así, Wagner acabará personificando en el pensamiento del filósofo la décadence que tanto detestaba, pero tuvo la cortesía de no publicar en vida del músico sus obras más polémicas al respecto: El caso Wagner (1888) y Nietzsche contra Wagner (1889), si bien no pudo contenerse de regalarle un desplante al abandonar prematuramente Bayreuth en la inauguración oficial del festival a la que había sido invitado personalmente por el compositor. Y entiendo que este gesto no tenía tanto que ver con las vanidosas ínfulas que se daba el músico (que necesitó hacerse un teatro a su medida para que se representaran sus óperas) como con el desacuerdo respecto a intentar hacer de estas representaciones una posibilidad de redención mística ofrecida magnánimamente a la humanidad.

¿Y por qué Carmen después de Isolda? Me duele pensar que se trate simplemente de una ironía de Nietzsche, pero así es. Bien mirado, la célebre opera de Bizet no va mucho más allá de las de Rossini compuestas medio siglo antes, pero es maravillosa y también recoge ese deseo carnal imposible de racionalizar, esa pulsión tan arrebatada que habita en las pasiones humanas que no dejan de ser la manifestación de lo dionisiaco que hay en nosotros y que no deberíamos reprimir mojigata y sistemáticamente para ser redimidos. Pero me temo que estos no son los rasgos fundamentales que hicieron a Nietzsche ensalzar esta obra de Bizet, defendiéndola a ultranza en sus textos en contra de Wagner. Estas características ya se encontraban en Tannhäuser, y en Tristan e Isolda, y él buscaba un contrapunto irónico a El anillo del nibelungo y a Parsifal para desmitificar filosóficamente a Wagner, así una música más liberadora, aquella que se asienta en la realidad, una música mediterraneizada, serena, cuya dicha es breve, y todo esto lo encuentra materializado en Carmen de Bizet. Esta ópera es contemporánea con la inauguración del Festival de Bayreuth, pero alejada del mito, estructurada en números independientes y cerrados con arias y recitativos frente al desarrollo dramático initerrumpido de Wagner, melodía infinita frente a melodía finita, la agilidad de los cambios emocionales frente al simbolismo dramático-psicológico del leitmotiv, la recuperación del modelo formalmente establecido frente al concepto de obra de arte total, el artista unidimensional frente al artista integral.

Supongo que esta contemporaneidad propició que Nietzsche se fijara especialmente en Carmen para desmitificar a Wagner, pero igualmente podría haberse servido de Fiordiligi, Susanna, Adina, Lucia, Norma, Lisa, Rosina...

"Lo que digo acerca de Bizet no debe usted tomarlo en serio. Tan cierto como que existo, Bizet -lo diré mil veces- no me interesa, pero actúa fuertemente como antítesis irónica contra Wagner." (Carta a su amigo y crítico musical Carl Fuchs del 27 de diciembre de 1888, poco antes de su hundimiento mental sin retorno.)

A mí sí me interesa Carmen (y no tendré el mal gusto de argüir que Frederich ya dio muestras de enajenamiento mental al redactar esta carta), y no me refiero a la de cigarreras despechugadas y folclore de charanga y pandereta como la que nos sirvió Vicente Aranda en su versión cinematográfica, ni seguramente (aún no la he visto) a la que Calixto Bietio nos pueda ofrecer ahora en Barcelona, con bandera española y toro de Osborne incluidos, buscando una provocación que ya no consigue con las groserías y las vulgaridades escatológicas a que nos tiene acostumbrados, sino a esa música perfecta, rica, precisa, refinada, ligera, dócil, gentil y amable de esa partitura sublime que cautiva irremisiblemente. Pues "lo bueno es leve y lo divino discurre con pie grácil" (Frederich Nietzsche, El caso Wagner. Carta desde Turín, mayo de 1888).

lunes, 20 de septiembre de 2010

Que pierda siempre el perdedor


He visto con cierta pesadumbre cómo durante los últimos meses se hacían obras en el Paseo de Santa Coloma, y esa aflicción no se debía tanto al desafortunado urbanismo de la intervención (que también) como a pensar que estaban preparando la vía para que Manolo Reyes (el Pijoaparte) llegara puntual a su encuentro con Teresa Serrat.

Y que conste que me encantaría que alguna vez vencieran los olvidados, los desaventajados, los menesterosos, los necesitados, los desamparados..., pero sería complicado manejarse en un mundo en el que ganaran los perdedores, dijeran la verdad los mentirosos, se jugaran la vida los cobardes, pagaran ronda los tacaños, sentenciaran con imparcialidad los injustos, callaran los charlatanes, se deleitaran en caricias los brutos...

Consuela pensar, al menos, que aunque el pringado no pasó del Besós en su carrera hacia la Costa Brava a por la chica, Luis Trías (el niño bien) tampoco consiguió acostarse con ella. Todo un detalle por parte del autor al que nunca le gustó escribir sobre ganadores, pero tampoco quiso que sus perdedores, aunque sólo fuera por pura coherencia semántica, ganaran alguna vez.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Con las raíces a otra parte


Y puestos a echar, mejor música.

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No me gusta la expresión "echar raíces" ni en el sentido de pertenencia a un lugar, ni en el de permanencia, pero quería escribir algo sobre esas raíces que la gente dice que tiene o echa en algunos sitios. Después de un par de intentos he tenido la sensación de estar poniendo letra a una canción de Alberto Cortez, por lo que no he podido pasar de este sencillo juego de palabras.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Larga espera


Lo mejor que le puede suceder a una larga espera es que uno acabe olvidando aquello que esperaba. De este modo, si alguien responde que nada al preguntarle sobre lo que está esperando, cabe la posibilidad de que se trate de un sabio.

Yo soy de los que aún siguen esperando algo, aunque ya no sabría decir exactamente el qué.

viernes, 20 de agosto de 2010

Filias emparentadas


Esta noche he observado por primera vez la luna desde un telescopio barato que he adquirido recientemente, y la sensación ha sido de vértigo mareante. He comprendido en toda su hondura el significado del término filosofía y no he podido dejar de pensar en el bueno de Galileo tratando de convencer a los escépticos ignorantes de su época para que miraran a través de ese invento holandés que él perfeccionó y comprobaran por sí mismos las irregularidades del cosmos supralunar, las fases de Venus, los satélites de Júpiter y el paralaje de los planetas sobre la esfera celeste.

Es esa filia por la sophia la que hace que algunos hombres no podamos permanecer impasibles ante el sublime espectáculo que en ocasiones nos brinda la naturaleza.

Desmontando ya el juguetito, el visor ha ido azarosamente a enfocar la ventana de una casa que queda delante de la mía, justo en el momento en que una atractiva chica semidesnuda tendía la colada. Ella ha desaparecido enseguida del cuadro, pero la curiosidad me ha hecho utilizar al máximo el aumento de la lente para visualizar con detenimiento los detalles de la ropa interior colgada de ese tendedero.

Entiendo que las sophias alcanzadas en ambas contemplaciones (la cósmica primero y la vouayerística después) han de ser radicalmente distintas, aunque sienta que, al menos en lo que a mí respecta y sin sentirme especialmente satisfecho de ello, las filias motrices estén inequívocamente emparentadas.

jueves, 12 de agosto de 2010

Ternasco al horno


Estos días en la comarca del Matarraña suelo salir cada mañana con la bicicleta a perderme por los caminos, y si coincido con algún pastor de la zona me siento con él a charlar un rato a la sombra de una higuera o de una carrasca. Son todos grandísimos conversadores, de una sabiduría profundamente humana de la que ya va quedando muy poca. Hay uno en especial con el que he hecho muy buenas migas, un tipo apacible y campechano de más de setenta años que entiende mucho de todo menos de jubilaciones.

La última vez que lo vi acababa de parir una de las ovejas. El rebaño se movía pastando libremente por el campo pero la madre se mantenía separada de él, ajena a todo, sólo pendiente de su corderito recién nacido. Tenía apenas media hora de vida y ya se levantaba sobre sus cuatro patas buscando las ubres maternas. A ambos les colgaba aún el cordón que hasta hace tan sólo unos minutos los había mantenido unidos.

Se acercaba el momento de volver a la granja con el rebaño y me ofrecí a cargar el corderito al hombro dentro de un saco para aliviar en algo el trabajo de mi amigo. El animalito balaba dulcemente en mi espalda mientras la madre lo hacía más gravemente a cierta distancia. Pronto volvió a incorporarse al rebaño y sus balidos se confundieron con los del resto de animales.

Una vez en el corral, con todas las ovejas dentro, dejé suavemente el saco en el suelo y mi amigo cogió al animalito por el pescuezo muy certeramente. Con él en volandas se metió en medio de las ovejas que dejaron un espacio vacío a su alrededor. Dejó caer el corderito en el suelo con indiferencia y volvió hacia mí para continuar la charla mientras se dedicaba despreocupadamente al resto de tareas. Yo escuchaba sin perder de vista lo que sucedía con el corderito. Todas las ovejas seguían a lo suyo pero enseguida apareció la madre para invadir ese círculo vacío que las demás seguían respetando entorno a su hijito.

Cuando madre e hijo se han reencontrado, hay que tomar de nuevo al corderito y llevarlo hacia unos cubículos donde se separa del resto a los recién nacidos y sus madres. Me adelanté al pastor y yo mismo tomé al animalito en brazos sujetándolo como si fuera un bebé para que la madre nos siguiera. Mi amigo se rió al verme tratar al animal con tanta delicadeza, y me hizo saber que en mes y medio alguien, quizás yo mismo, se lo cruspiría sin miramientos en alguno de los restaurantes de la zona que lo preparan al horno tan sabrosamente.

Volví pedaleando a casa con la sensación de que los acontecimientos de la mañana habían causado impresiones muy diferentes en mi amigo pastor y en mí, y también, por qué no decirlo, con un cierto cargo de conciencia por ser un carnívoro voraz y gozoso.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Recordar o imaginar


Me he dado cuenta de que con cuarenta años soy capaz de hacer muchas más cosas de las que hacía con veinte. No entraré a relataros mis hazañas físicas y mentales porque entonces pensaríais definitivamente que estoy en plena crisis de cuarentón, pero sí os pondré un ejemplo muy claro: puedo recordar lo que hacía con treinta.

Aunque cabe hacer una puntualización que presumo no habrá escapado a vuestra perpsicacia: con veinte años lo podías imaginar, y ahora ya no.

Que cada uno haga balance y decida si prefiere recordar o imaginar.

martes, 27 de julio de 2010

Aquellos artesanos


La arquitectura es un arte totalmente degenerado. Cualquier inepto sin vocación puede matricularse en una escuela técnica superior y después de algunos años en los que se pondrá a prueba no su talento, sino su tesón, obtener el título que le legitima para llamarse a sí mismo y a boca llena "ARQUITECTO" y pulular por el ambiente profesional como un experto respetable.

Si tiene suerte, con el tiempo acabará dándose cuenta del engaño y hará lo posible por formarse convenientemente, o incluso tal vez, por reorientar sus inclinaciones si ha enfermado de hastío. Pero en cualquier caso, llegado el momento, deberá afrontar la necesidad de sacarse de encima toda la mugre que un sistema educativo, académico y profesional nefasto le ha ido colgando encima a modo de lastre: ocho años de enseñanza general básica, tres años de bachillerato unificado polivalente, un año de orientación universitaria y unos cuantos más de desorientación, primero universitaria, por supuesto, y después en el medio laboral.

Porque esa pesada carga que se nos dio para ser armadura, no tardó en oxidar y hoy se ha convertido en una costra roñosa que entorpece y limita. Convendría desprenderse de ella cuanto antes y, limpios otra vez, experimentar que la piel transpira de nuevo y nuestros sentidos recuperan su sensibilidad primigenia y llegan por fin hasta nuestros oídos las enseñanzas de los viejos maestros, aquellos artesanos... o calesquiera otros.

martes, 20 de julio de 2010

¿Cómo explicar que me vuelvo vulgar...


...al bajarme de cada escenario? *

Entendamos vulgaridad como mediocridad y escenario como el sitio en el que uno se siente autor y tendremos una de las reflexiones fundamentales que cualquier creador (o pretendiente a serlo) pueda hacerse sobre su existencia.

Yo no aspiro a tanto, me conformo con sentirme moderadamente feliz y discretamente digno, quizás por eso evito hacérmela la mayor parte del tiempo. **

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* La frase pertenece a la canción "Ojos de gata" de Enrique Urquijo, inspirada en unos versos de Joaquín Sabina. Resulta muy interesante comparar los temas que ambos compusieron tras desarrollar de forma independiente sus ideas partiendo de unas mismas estrofas y entender así el tipo de artista que cada uno era o ha acabado siendo. Es igualmente curioso observar el lugar que el destino tenía reservado para ellos: el de Sabina está por ver pero se intuye; Enrique murió de sobredosis en un portal de Malasaña el 17 de noviembre de 1999 a la edad de treinta y nueve años.

** Falsedad execrable. No me conformo con sentir una felicidad moderada. Deseo la felicidad absoluta y debería al menos luchar por ella para sentirme mínimamente digno. Esa es mi verdadera aspiración y por ello no dejo de martirizarme con la dichosa pregunta que resuena en mi cabeza incesantemente una y otra vez.

viernes, 16 de julio de 2010

Cobrando al pasar por la casilla de salida


Tan importante como el nacimiento biológico es el nacimiento social. Difícilmente entenderíamos nuestra existencia separados de la comunidad de la que formamos parte desde el momento en que nos inscribieron en el registro civil con la esperanza de que acabáramos convirtiéndonos en elementos útiles al sistema. A la postre, y salvo contadas excepciones (algunos antisociales, que siempre los hay, por supuesto), todos acabamos siendo rentables; basta con que nos movamos por el tablero al ritmo que podamos en función de los dados y de cómo gestionemos cada una de nuestras jugadas.

Pero ya que no parece haber alternativa posible a dar vueltas y más vueltas sobre las casillas que alguien con anterioridad delineó para nosotros, entiendo que merecemos una recompensa por formar parte del juego, más allá de las supuestas ventajas que la partida nos ofrece, ya sea en forma de seguridad, de bienestar, o como queráis llamarlas.

Yo cada día soy más escéptico respecto a esas virtudes de las que deberíamos beneficiarnos por el mero hecho de ser ciudadanos, aunque no por ello estoy dispuesto a renunciar a la contrapartida que me corresponde. Y es por ello que, llegados a este punto de mi discurso, me viene a la mente el concepto de renta básica universal, ese controvertido derecho de ciudadanía que algunos intelectuales, economistas, filósofos, sindicalistas, políticos e, incluso, empresarios, independientemente de sus inclinaciones, sean de derechas o de izquierdas, conservadores o progresistas, proclaman como paga que el estado debería ingresar a cada miembro residente de la sociedad para que sus necesidades básicas quedaran cubiertas.

No quiero tomarlo a la ligera, pues hay gente muy seria y cualificada reflexionando sobre este tema, y precisamente por ello ahora mismo me ofrezco voluntario para que experimenten conmigo la viabilidad de la propuesta, poniendo a disposición del organismo que corresponda mi número de cuenta bancaria para que con la mayor brevedad comiencen a ingresar en ella mensualmente los 700 € que han calculado resultarían suficientes para atender las necesidades básicas de un individuo en Cataluña.

Y que no se hagan los remolones que me salgo ahora mismo del Monopoly y me pongo yo solito a jugar a la rayuela.

miércoles, 30 de junio de 2010

Una vez fuiste el tipo más rápido


Junto a la colección de fracasos que uno va acumulando a lo largo de su existencia, suele aparecer siempre el patoso jaleador de turno que pretende levantar la moral con eso de que al menos una vez fuiste el espermatozoide más rápido.

A mí nunca me ha servido de consuelo esa frase tan bienintencionada, pues en este planeta no he encontrado aún a ser humano alguno (incluso mamífero en general) ante el que poder presumir de semejante mérito.

Hoy se cumplen cuarenta años y aproximadamente nueve meses de la brillante carrera al sprint en la que dejé atrás a todo ese pelotón de histéricos cabezones de colas flagelantes, y quiero agradecer especialmente y con todo el cariño a mis padres el haberme convocado aquel día a esa prueba, confiando ciegamente en mis opciones de triunfo.

Las trompas de Falopio maternas son el mejor lugar posible para echar el resto y dejar así al gran competidor que uno lleva dentro. Después, la vida (el premio al campeón) mejor tomársela con algo más de calma, digamos que andante moderato, un buen tempo para disfrutar del paseo al margen de triunfos y fracasos.

lunes, 21 de junio de 2010

El poema del éxtasis y la helada invisible


Cuando un creador emprende su tarea, los objetivos a alcanzar pueden ser muy diversos en función de cuáles sean sus pretensiones iniciales. Los hay que se conforman con que agrade lo justo para obtener una remuneración que les garantice el sustento; algunos van más allá en su conformismo y pretenden simplemente que su obra no resulte molesta (ojalá hubiera más de estos viendo cómo está el panorama actual); y otros miran más arriba y aspiran a trascender, que se les recuerde por la importancia de su legado, y de este modo lanzan al mundo sus producciones con la intención de que el público se emocione con ellas, ya sea por su belleza, por su capacidad de conmover, o por ser sublimes sea cual sea la interpretación que queráis hacer de este apelativo. Y la emoción máxima a la que se puede aspirar es el éxtasis, o eso dicen.

Viendo el lugar que cada uno ocupa hoy en la historia de la cultura, a muchos les sorprenderá que Bach fuera de esos primeros y Scriabin de estos últimos; el luterano leyendo las sagradas escrituras y creyendo en Dios, y el ruso leyendo a Nietzsche y creyéndose Dios. Y si de ese estado del alma completamente dominada por un profundo sentimiento de admiración hablamos, yo casi me quedo con La Pasión según San Mateo antes que con el Poema del éxtasis, aunque sin llegar nunca a la suspensión temporal de las funciones corporales como sucedió a Santa Teresa cuando unió su espíritu con el altísimo.

Lo que me resulta del todo admirable es que alguien haga de ese afán de éxtasis ajeno el motor de sus creaciones. Tanta ambición parece condenada de entrada al más rotundo de los fracasos, pero entiendo que hay un matiz de visceralidad muy interesante en este planteamiento: ¡Voy a hacer algo tan increíblemente bueno que cuando la gente lo perciba quedará tan intensamente embelesada que se mirarán unos a otros con la sensibilidad excitada hasta el punto de no poder contener las ganas de ponerse a follar allí mismo!

Süskind lo narra brillantemente en El perfume: "Mujeres recatadas se rasgaban la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos los miembros rígidos como por una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas más inverosímiles, anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado, aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venía. El aire estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos." *

Pero esta escena pertenece a una novela, y aunque sabemos de la capacidad de algunos perfumes para embriagar, dudo que nadie considere verosímil que pueda sacarse del ámbito de la ficción, aunque por lo que parece, tipos como Scriabin (y perdón por el anacronismo) sí llegaron a considerarlo posible. Para ellos otro pasaje del mismo relato: "Nadie sabe lo bueno que es realmente este perfume. Nadie sabe lo bien hecho que está. Los demás sólo están a merced de sus efectos, pero ni siquiera saben que es un perfume lo que influye sobre ellos y los hechiza. El único que conocerá siempre su verdadera belleza soy yo, porque lo he hecho yo mismo. Y también soy el único a quien no puede hechizar. Soy el único para quien el perfume carece de sentido." **

Respecto a las dos últimas frases del fragmento, yo diría que se pueden aplicar a la inversa: el perfume sólo cobra ese sentido para ellos que murieron (y morirán) hechizados por su propia pretenciosidad.

Por la experiencia que he tenido hasta la fecha, existe un único genio capaz de provocar en mí el efecto de la helada invisible con sus creaciones: la naturaleza cuando se expresa materializándose en belleza de mujer.

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* Patrick Süskind, El Perfume (1985), fragmento cap. 49
** Ídem, fragmento cap. 51

miércoles, 16 de junio de 2010

Cerebros en un tarro


Igual que ya os he hablado de esos actos de reflexión que hago montado en mi Vespa o exprimiendo naranjas, hoy quiero hacerlo de las contiendas dialécticas en las que me enfrasco ocasionalmente con amigos alrededor de una mesa poblada de cervezas.

En general, existen foros en los que las partes manifiestan ser partidarias de uno u otro posicionamiento sin necesidad de grandes argumentaciones. Se trata de porfías como las que genera el fútbol, la política o la religión. Basta con ponerse la bufanda que más guste y expresar a voz en grito las inclinaciones propias, que la audiencia se entere bien de qué parte se está, y cuáles son las virtudes del equipo o afiliación al que se pertenezca y los defectos del bando contrario. Lo habitual en este tipo de circos es que se dialogue poco y se vocee mucho.

Pero existen otros debates (estos sí propiamente diálogos) en los que uno necesita argüir, aunque sea someramente, su parcialidad, lo cual puede ser muy peligroso en función del perfil de los interlocutores. La cerveza se hace por tanto del todo imprescindible, como combustible para unos y como analgésico para otros.

Viene aquí muy al caso la disputa que desde el inicio de la filosofía ha enfrentado a empiristas e idealistas. Estos desprecian el conocimiento sensible negando la realidad del mundo exterior tal como nos lo muestran nuestros sentidos mientras que aquellos arremeten contra todo lo que no provenga de deducciones lógicas basadas en la propia experiencia.

La conversación transcurre con cierta calma al pasar por el nominalismo y el principio de simplicidad. Acerca del racionalismo y la lógica empírica aún se puede prestar algo de atención. Arribados al concepto de certeza cartesiana hay que dar un trago bien largo. Con los juicios kantianos y los apriorismos se hace necesario pedir otra ronda. En el idealismo y la dialéctica hegeliana un par más. Con las posturas radicales del positivismo lógico se reclama ya de forma urgente ser anestesiado. El empirismo lógico y la filosofía analítica espabilan ligeramente al desmayado, pero con la fenomenología vuelve irremediablemente el desvanecimiento.

La dispersión total se produce cuando alguien saca el argumento escéptico de que toda nuestra experiencia sensible podría deberse a las manipulaciones que un científico loco opera en nuestros cerebros que flotan en una solución acuosa (dicen que de formaldehído) dentro de un tarro.

Llegados a este punto en el que los contertulios comenzamos a liarnos al cuello las bufandas, se hace absolutamente necesario que las jarras sean lo suficientemente grandes como para poder sumergir en ellas las masas encefálicas de todos nosotros, aspirantes a filósofo de pacotilla.

miércoles, 9 de junio de 2010

Prefiero que me mientan


Cuando de engañar se trata, lo de menos es si se miente o si se dice la verdad. Lo habitual es mentir, por supuesto, pero ese es un procedimiento ya caduco por trivial y, hasta me atrevería a decir que, por honesto.

Más sibilinos son los ardides que hacen gala de veracidad. Esos son los más obscenos compinches de la farsa. Porque lo cierto, cuando inconcebible, conmociona y paraliza, y ese es un recurso psicológico que los gurús del engaño saben manejar a la perfección.

Cansados de ser cogidos antes que los cojos, esos mentirosos adoradores de séptimos de caballería dejaron que por una vez ganaran los indios, pero los buenos seguían siendo los mismos y los cojos volvían a llegar primero. Hoy los indios pierden de nuevo, como nos consta que ha sucedido siempre, pero esos virtuosos de la argucia tienen además la desfachatez de poner en nuestro conocimiento, ahora sin tapujos ni vergüenza, que los buenos eran realmente Nube Gris y sus feroces secuaces, mientras que los malos hemos sido y seguimos siendo nosotros.

Esas son las historias que hogaño nos explican con frescura, ciertamente veraces pero demasiado increíbles como para dejar de comer palomitas mientras nos las cuentan. Así nos hacen cómplices y ellos se legitiman y arman de impunidad para seguir aniquilando, envenenando, conquistando, saqueando, explotando, expoliando, arrasando, esquilmando, enriqueciéndonos..., aunque ya sin necesidad de ocultarlo.

Si ha de ser así, prefiero que me mientan, sinceramente.

miércoles, 2 de junio de 2010

El esplendor tras la cortina


Suele decirse que la melancolía es un estado de ánimo propicio para la creatividad, y seguramente Robert Schumann es el gran paradigma de este postulado. Pocos entendieron como él que la música es esa forma de expresión que se diferencia del lenguaje verbal en que revela inmediatamente los sentimientos. A juicio de muchos críticos fue el más romántico de los románticos, si bien él mismo entendía que ese calificativo era sólo aplicable a los músicos que llevaban dentro de sí a un poeta. Pero un poeta que no se manifestaba mediante palabras, ya que cuando el verbo alcanza cierta altura, deja de decir... ¡y canta!

Desde este punto de vista, el dolor queda vinculado estrechamente a la música a partir del momento en que se sumerge en el ámbito de lo que no puede decirse, del silencio, y este es un elemento básico en el romanticismo schumanniano: la estética del dolor (que no del sufrimiento, pues éste da paso al placer cuando se extingue, mientras que aquél persiste sin esperanza). Buscaba el refugio que le ofrecía la música utilizándola como terapia en sus procesos psicóticos, y el principal efecto de ese silencio es la escisión que conduce al despiece, al culto por el fragmento y por el aforismo.

El Schumann más genuino es el de estas pequeñas piezas anteriores a la sinfonía "Primavera", previas al matrimonio con Clara Wieck a partir del cual comenzó a batallar con las grandes formas heredadas de la tradición clásica. Que nadie piense que minusvaloro las obras posteriores al op. 38, pero se trata ya de un compositor sustancialmente distinto: un loco que escribía como un cuerdo; una cordura que, a la postre, le haría enloquecer.

Otros muy cuerdos adoptaron el papel de genios locos, de inspirados talentos elegidos por la generosidad de los dioses, amigos íntimos y confidentes de las musas. Robert Schumann los despreciaba a todos por igual, adoradores de fuegos fatuos, siervos de la pirotecnia, grotescos divos que hubieran perdido todo su encanto presentándose en público ocultos tras una cortina. Aunque es muy probable que ellos, en su necedad, interpretaran ese desprecio como uno más de sus desvaríos.

Y puestos a desvariar de puro deleite, acompañemos este homenaje con el andante del cuarteto para piano en mi bemol mayor, op.47, para que veáis que no me olvido, ni mucho menos, de su producción posterior a 1841, lo cual sí sería, a todas luces y en el sentido más clínico de la palabra, una verdadera locura.

jueves, 27 de mayo de 2010

La creación y los monos escribientes


Me gusta pensar que soy fruto del azar, pero hay gente que prefiere hacer responsable de su génesis a algún tipo de mago omnipotente y ocioso. Supongo que eso les hace sentirse más dignos, pero para mí, el hecho de haber tenido una suerte enorme es algo tan meritorio (o censurable, si lo preferís así) como haber sido creado por una varita mágica.

Infinitos monos con infinitas máquinas de escribir durante infinito tiempo podrán mecanografiar alguna obra de Shakespeare. (Émil Borel, "Mécanique Statistique et Irréversibilité", 1913)

En relación a la existencia de todo lo que conocemos, el tiempo es mucho, pero no infinito. Digamos que la cifra a barajar es la de la edad del universo, así que unos trece mil setecientos millones de años según los científicos de acuerdo con la Teoría del Big Bang. Lo dicho: muchísimo tiempo, pero no infinito.

La probabilidad de que un mono escriba a máquina "To be or not to be" simplificando el teclado a 26 letras, más la barra de espacio, sin mayúsculas, es de una partido entre 27 elevado a 18. Si tenemos en cuenta que Hamlet consta de unas ciento treinta mil letras, las probabilidades descienden drásticamente a una entre 27 elevado a 130.000. No ha habido suficientes instantes (asimilando instantes a las fracciones de tiempo necesarias para pulsar una tecla) desde el origen del universo para que algo así pueda darse, y perdón por el baile de números y por la imprecisión de esos instantes.

No mejora mucho el argumento del matemático cuando pretende aumentar el número de probabilidades aludiendo a que hay muchos monos (aunque no infinitos) y muchas máquinas de escribir. Seguimos en déficit de tiempo. Pero sí lo hace cuando plantea que, de algún modo, al pulsar un simio la letra "T", el resto del proceso continúa a partir de aquí, como si alguien o algo decidiera que esa letra era la adecuada. Lo mismo después para la "O" y así sucesivamente. De este modo sí que se ajustan las probabilidades al tiempo disponible.

¡Por supuesto!, dice el creyente creacionista: Ese alguien o algo es El Creador; la Inteligencia Suprema que no podría dejar nada en manos del azar; el Ser Omnipotente que nos ha diseñado de la mejor forma posible para que habitemos La Tierra, nos multipliquemos y marquemos la casilla de La Iglesia en la declaración del IRPF.

¡Por supuesto que no!, dice el evolucionista agnóstico amante de la razón: Ese alguien o algo es la naturaleza y el factor de necesidad que lleva implícita. Cualquier tecla pulsada de forma inadecuada se elimina a sí misma por su propia inutilidad. No tiene que intervenir para ello ninguna inteligencia superior más que las leyes naturales.

Y para que conste a los efectos oportunos, este escribiente da por triunfadora a la razón en esta contienda, que para eso soy yo el que teclea, confiando en que os creáis que he necesitado en tal quehacer menos pulsaciones que esos primates.

De todos modos, quedémonos con la metáfora, ya que cuando alguna vez se ha intentado preparar el experimento con simios y máquinas de escribir reales dentro de una jaula, lo más que se ha conseguido es una larga repetición de la letra "S" y numerosas deposiciones (antropoides, parece ser) sobre el teclado.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Pensamientos sobre una Vespa


Gran parte de los pensamientos más profundos que tengo suceden cuando me muevo por Barcelona en Vespa. Ves a la gente pasar en los semáforos, los escaparates, los lemas publicitarios en fachadas y quioscos, el pulso de la ciudad en sus aceras; la urbe a escala humana y tangible, en definitiva.

Algunas de esas reflexiones ya han ido apareciendo aquí sin reconocimiento de origen. Otras se volatilizaron inmediatamente como el humo del tráfico a mi alrededor. Pero la de hace un rato me ha parecido apropiado compartirla con vosotros con partida de nacimiento incluida, enseguida entenderéis por qué.

El caso es que iba detrás de un autobús, sin demasiada prisa, pensando en las tareas de la mañana, cuando mi mirada se ha posado distraídamente sobre el reclamo propagandístico impreso en su carrocería: "Segueixo creient (...)" ["Sigo creyendo (...)"].
Me ha parecido que no estaría nada mal aceptar como verdad algo de esa manera en que se hace necesario anunciarlo tan notoriamente, así que me he fijado con un poco más de atención en cómo seguía la frase: "(...) en política." ¿Cómo? ¡Por fin un sabio! ¡Alguien que se da cuenta definitivamente de que la política es una cuestión de fe! ¡Una elucubración irracional como pueda serlo la religión o el fútbol! ¡¡Oh visionario a idolatrar!!

Alguna otra mente privilegiada (a parte de la mía, claro) se ha percatado de la enjundia de la misiva y ha considerado necesario datarla y localizarla: Pinós, 10-04-2010, e incluso quien quiera puede leer el discurso completo publicado íntegramente en internet (a mí me falta estómago, sinceramente). Por supuesto también han identificado al autor, pero yo prefiero no nombrarlo aquí por no dejar mácula. Diré simplemente, en relación con la entrada anterior, que muy probablemente no fue el chico más brillante de su clase.

lunes, 10 de mayo de 2010

A esos me refiero, en tono menor


Recuerdo que mi clase del colegio estaba formada por un variado repertorio de chavales en el que no faltaba ningún año el empollón, el gordinflón, el malote, el nenazas, el as del fútbol, el tímido, el líder, el enfermizo, el guapo, el grandullón, el chistoso, el rebelde, el pelota, el geniecillo, el patoso, el poeta, el extranjero, el bajito, el bruto, el listo, el lunático, el repetidor...

Pero hoy quiero referirme concretamente a esos tres o cuatro gilipollas con los que todos hemos tenido que compartir aula y patio de escuela durante tantos años de formación, a esos zoquetes acomplejados de mediocridad ofensiva gris plomiza, resabiados y repelentes hijos de papá, no imbéciles técnicamente, pero sí coloquialmente subnormales y con una más que aparente oscura sombra de hijoputismo.

Hubiera preferido no hacer nunca mención de esos y sí de los otros (de los brillantes, de los capaces, de los carismáticos, de los emprendedores, de los creativos, de los generosos, de los artistas), y si lo hago ahora es sólo porque sospecho que son ellos (junto con otros tantos, más antiguos) los que se han posicionado y deciden sobre el rumbo que toma esta entelequia llamada sociedad que a todos nos engloba.

Hagamos lo posible por que las consecuencias sean leves y, ya puestos, en tono menor.

viernes, 30 de abril de 2010

El paraíso era esto


Sería tristísimo finalizar nuestro tránsito terrenal (único del que tengo evidencia suficiente hasta la fecha) lanzando como despedida esta frase a modo de lamento: "El paraíso era esto". Porque, tal y como nos hemos planteado la existencia, no cabe otra inflexión posible para este enunciado. Si alguien lo entona interrogativamente a estas alturas es que es un pobre necio, simple y llanamente, y no he conocido aún a nadie en disposición de aullarlo interjectivamente, ni siquiera yo mismo aunque ganas no me falten.

Estas reflexiones juguetean en mi mente cuando exprimo unas naranjas (normalmente tres) para el zumo del desayuno. La relación entre ambos pensamientos es inmediata, puesto que estoy convencido de que en el paraíso, sea éste lo que sea, ha de haber al menos un naranjo, ya que me cuesta hallar un placer superior al de saborear cada mañana ese jugo recién exprimido.

También suelo pensar, mientras realizo esta tarea de exprimir el fruto, que con poquísimo esfuerzo se obtiene casi todo el zumo, pero aún así, seguimos estrujando denodadamente para obtener las pocas gotas que aún quedan aferrándose a esas últimas fibras aplastadas y que en muy poco aumentarán la cantidad obtenida inicialmente de forma tan fácil.

Menos mal que son sólo tres...


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Nuestro naranjo ha sobrevivido a uno de los inviernos más duros que se recuerdan en Torre del Compte.

El paraíso será eso, contigo, siempre.

jueves, 22 de abril de 2010

Haciendo cuentas


Sabemos que el riesgo cero no existe o, si quisiéramos teorizar sobre él, tendría para los humanos civilizados un coste infinito que, siendo pragmáticos, es como no existir.

Puede darse el caso de que, habiendo un evidente peligro, no haya víctimas, y eso puede deberse al azar (mejor no dejar estas cuestiones en sus manos) o a una buena gestión de las medidas de prevención para minimizar los riesgos.

Hoy escuchaba en la radio que, ahora que parece que quedan dos días apenas para restablecer la normalidad en el tráfico aéreo como consecuencia de la nube de cenizas volcánicas provenientes de la erupción del Eyjafjallajökull en Islandia, habrá que hacer cuentas, en alusión al coste (estimado en cientos de millones de euros diarios) que el parón ha supuesto para la economía no sólo europea, sino intercontinental, y no sólo de las compañías aéreas, sino también del resto de sectores afectados, y lamentándose por estas pérdidas meramente pecuniarias.

Quizás Carlos Herrera, el locutor en cuestión, preferiría haber hecho cuentas de las víctimas de los aviones que hubieran podido caer sobre nuestras cabezas por no poner en peligro la salud de la economía global, algo perjudicadilla ya a estas alturas, todo hay que decirlo. ¡Venga hombre! ¡Por una vez que parece que hemos hecho bien las cosas! Pues sepa usted, señor periodista, que para mí hay una única cuenta verdaderamente importante a hacer, y su resultado es cero pérdidas humanas.

Y que conste que yo estoy siendo un afectado directo, pues los de Amazon.com ya me han avisado de que mis compras de este mes van a llegar con retraso. ¡Habrase visto qué desfachatez! ¡Por no correr riesgos con la vida de unos cuantos pilotos de nada, se atreven a jugar con el buen orden del consumismo mundial!

Y un último apunte ahora en el ámbito de lo doméstico: no sé cómo habrá ido a parar a la frecuencia de Onda Cero la ruedecita del dial de mi radio-despertador, pero tengo que acordarme de moverla de ahí antes de que me amargue otro hermoso desadormecer.

Bueno, y otro más ahora en el ámbito de lo cósmico: me encanta cuando la naturaleza ruge y nosotros no podemos hacer nada más que quedarnos observando, admirando, empequeñecidos y mudos, pero sin contar víctimas, por supuesto.

jueves, 15 de abril de 2010

La montera de Chopin


En cualquier proceso creativo, tan importante como la propia creación es la destrucción, aunque a veces ésta sea mal entendida. El creador ha de saber discernir cuál de sus obras es digna de sí mismo, y desechar las que no lo sean antes de que éstas vean la luz. Esto puede ocurrir en etapas embrionarias de la realización o en meras pruebas y bocetos, lo que acaba suponiendo un ahorro importante de tiempo (o no, que de todo se aprende). Pero en otras circunstancias, no es hasta haber completado el producto cuando el autor se da cuenta de que el resultado no es óptimo o, al menos, del nivel suficiente según las expectativas que él mismo se había planteado. Es entonces cuando hay que saber destruir, sin contemplaciones, y coincidiréis conmigo en que esta destrucción es absolutamente constructiva porque mantiene intacto, e incluso reafirma, el nivel de exigencia en el creador, que en caso contrario iría menguando irremisiblemente con cada concesión al conformismo. De acuerdo con que a veces hay que darse un tiempo, madurarlo, reposarlo, contrastarlo... Pero después de este periodo prudencial y si persiste la duda: ¡destruir! O asegurarse muy bien de que nunca se dará a conocer, que, para el caso, es lo mismo.

En ocasiones, no nos damos a entender porque no usamos las palabras adecuadas, o porque no expresamos correctamente nuestras ideas, o porque los mensajes que lanzamos son confusos, o poco claros, o difíciles de comprender, o incluso a veces, indescifrables. Pero si un tipo nos dice: "Destruid toda la obra que no he querido publicar hasta la fecha" me parece que el contenido intencional es accesible incluso para el más lerdo de los interlocutores, y más si el interesado está apelando a la estima en la que supuestamente se le tiene: "En nombre del amor que me profesáis, por favor, quemadlas todas".

Pues parece ser que los de Chopin, en el momento de expresar el compositor sus últimas voluntades sobre el lecho de muerte, lo eran tanto como para no comprender su deseo manifestado de forma tan inteligible y rotunda. O quizás sí lo entendieron pero decidieron ponerse la misiva por montera y sacarle buen provecho a todas esas obras que hoy conocemos como "Op. posthumous". En la actualidad, a ese grupo de desconsiderados se les tiene unánimemente por héroes, al haber rescatado para la humanidad del afán piromaníaco de su autor, entre otras composiciones, un buen número de Mazurkas, el Preludio en La bemol, el Vals en Mi menor, otras tantas Polonesas, y los Nocturnos en Do sostenido menor y en Do menor.

No me atrevería a decir que éstas sean obras menores, sobre todo si las consideramos respecto al nivel medio de la literatura para piano conocida hasta la fecha, pero sí que están por debajo del nivel de exigencia que Chopin se puso a sí mismo, sin duda altísimo, pero fue por voluntad suya ("tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas las piezas que no sean dignas de él, anden circulando por mi culpa y bajo mi nombre") y eso hay que respetarlo.

Y así lo hicieron Arthur Rubinstein o Samson François, dos de los más grandes intérpretes de Chopin. Quiero recomendar especialmente sus versiones de los Nocturnos, de los diecinueve que Chopin sí quiso que se conocieran porque, respecto a los otros dos Op. Posth. que acostumbran a completar la integral, ambos quisieron acatar la voluntad del compositor y se negaron siempre a grabarlos o a interpretarlos en público. El conjunto de los diecinueve Nocturnos con número de opus representan a la perfección el postulado estético del músico polaco en este género, y ni sobra ni falta ninguno. El que tenga curiosidad por conocer los otros dos puede escuchar las muy meritorias versiones de Arrau, o de Barenboim, o de Maria Joäo Pires, pero yo me quedo con los diecinueve de Rubinstein de 1965 (el Op. 55, nº2 de 1967) gabados cuando el pianista se acercaba a los ochenta años (registró otras dos series en el 36 y en el 49, igualmente recomendables), no sólo por la calidad de la interpretación, absolutamente excepcional, sino también porque aprecio a los que respetan las voluntades de los demás, ya sean éstas últimas o primeras.

El caso es que el genio de Chopin, después de todos estos años de versiones sobre sus partituras autorizadas y desautorizadas, no se ha visto empequeñecido lo más mínimo por las obras que no fueron destruidas según su deseo y se siguen interpretando y grabando hasta la saciedad. Al contrario: aumenta día a día con cada celebración y en cada homenaje, y hoy es él el que se los pone a todos por montera.