viernes, 21 de septiembre de 2012

No hicimos nada por leerlo


Todo estaba escrito, especialmente sobre gustos, pero no hicimos nada por leerlo.
Incluso habiéndolo leído, no hicimos nada por entenderlo.
Incluso habiéndolo entendido, no hicimos nada.

Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras.

Quizás Adriano no pudo presagiar entonces que la alienación del individuo actual no se produciría sobre el trabajo, sino sobre el ocio, carente este ya por completo de placer para el ser humano (esa capacidad plena de goce y disfrute) porque el exceso lo insensibilizaría.

Esclavos del trabajo o esclavos del ocio. ¡Qué más da!
Máquinas estúpidas y satisfechas en cualquier caso.

Así lo escribió Marguerite Yourcenar en 1951.
Así lo leímos en la traducción de Cortázar de 1954.
Así lo entendimos... ¿y otra vez nada?

Sirva al menos para alguna que otra tertulia entre simpatizantes de la resistencia.


viernes, 14 de septiembre de 2012

Tenía que oírse & ¿Por qué Lohengrin?


Tenía que oírse

"El gran dictador" fue la primera película hablada (que no sonora) de Chaplin. Comenzó a escribirla en 1937, cuando aún no había comenzado la segunda guerra mundial y, por supuesto, mucho antes de que se tuviera noticia de las intenciones genocidas del nazismo (los campos de exterminio no empezaron a funcionar de forma sistemática hasta 1941). Pero ya había dictadores en Europa que contaban con un enorme respaldo popular, y a esos regímenes totalitarios quería dirigirse con voz alta y clara, por si acaso no comprendían las sutilezas gestuales del payaso mudo. Recibió muchas presiones para que abandonara su proyecto, pero él siguió adelante financiándola íntegramente de su bolsillo y, a pesar de las dificultades, la película se estrenó el 15 de octubre de 1940 en Nueva York y el 16 de diciembre en Londres. En Italia lo hizo en 1946, más de un año después de la muerte de Benzino Napolini (perdón, Benito Mussolini). En Alemania no lo haría hasta 1958, aunque formaba parte de la filmoteca particular de Hitler que reconoció haberla visto en más de una ocasión. Y en España ("Ma in Ispagna..." que cantaría Leporello) hasta 1976 tras la muerte de Francisco Franco.

La película está llena de escenas inolvidables, muchas de las cuales no dejan de ser nuevos gags de Charlot: la bomba giratoria que persigue al torpe soldado; el vuelo invertido en avioneta con el reloj y el agua de la cantimplora desafiando la gravedad; el barbero afeitando al ritmo de la danza húngara; los sartenazos a las fuerzas de asalto; el baile del dictador con el globo terráqueo; el sorteo con las monedas en los puddings, sin duda mi favorita. Pero el vagabundo tenía mucho que decir y Chaplin quiso que se le oyera en el alegato final de la película. Supongo que fue esta escena la que lo impulsó a decidirse por el formato hablado. Lástima que no se le hiciera demasiado caso, y digo "hiciera" cuando podría haber dicho perfectamente "haya hecho", pues me da la impresión de que muy pocos desde entonces y hasta ahora han escuchado con la debida atención.

El discurso puede encontrarse en innumerables páginas de la red en todos los formatos, pero lo transcribo a continuación por el placer de releerlo al escribirlo y porque sigue vigente en el contexto actual, sometidos como estamos al totalitarismo de los mercados; ahora que el ejercicio de la violencia ya no es exclusividad de los ejércitos sino de las estructuras económicas de una sociedad de consumo que ha optado por un tipo de asfixia que no deja rastro de sangre; cuando seguimos subrayando con tinta indeleble y punta afilada los límites territoriales y nacionales; y aunque ya conozcamos las dos caras del progreso y lo confundamos demasiado a menudo con el crecimiento, confiando aún ciegamente en él como la máxima, si no única, manifestación de la inteligencia humana y de su avance hacia alguna meta aún por definir.

Pero ya puestos, permitidme cambiar a San Lucas por Nietzsche y al reino de Dios por la voluntad de poder, manías de agnóstico que me concedo digamos que por ser yo el que suscribe. Y el último párrafo lo dejo sólo por fidelidad al texto original, pues no tengo tan claro que las nubes fueran a desaparecer ni entonces ni ahora, ni que estemos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz ni ahora ni entonces, ni que el mundo al que nos dirigimos sea más amable. Tampoco lo fue para Chaplin después de su película, pero había que lanzar un mensaje de esperanza, ya fuera por poner un digno colofón al intenso humanismo que destila cada palabra o por tratar de recuperar en taquilla el dinero invertido.


Lo siento, pero no quiero ser emperador. Eso no me va. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos y gentiles; a negros y blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.

El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido ese camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.

El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No desesperéis”.

La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.

¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; diciéndoos qué hacer, qué pensar o qué sentir! Que os obligan ha hacer la instrucción, que os mal alimentan, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!

¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad!

En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad.

Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder. Pero mienten No han cumplido esa promesa. ¡Ni la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos!

Hannah, ¿puedes oírme? Dondequiera que estés, alza los ojos. ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! El sol se está abriendo paso a través de ellas. Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz. ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos! 

¿Por qué Lohengrin?

Chaplin escribió la música de la mayoría de sus grandes películas, en origen o más tarde para los reestrenos, y hay que reconocer que algunas de esas composiciones son memorables: La quimera del oro, El circo, Luces de ciudad, Tiempos modernos, Candilejas, todas ellas de un lirismo conmovedor. Sin embargo, en la escena del baile del dictador con el globo terráqueo suena el preludio del primer acto de Lohengrin de Richard Wagner. La controversia está servida para que entren en acción opinadores tendenciosos y malintencionados: Wagner el antisemita, ídolo de los nazis, y Chaplin que quiso hacer referencia a este aspecto citándolo en su caricatura de Hitler en pleno arrebato de megalomanía. Pero fijémonos en que el mismo preludio vuelve a sonar al final del discurso, cuando Hannah escucha las palabras esperanzadoras del barbero judío. Se trata de una escena completamente distinta, pero la música es la misma y funciona. Y si funciona es porque nos encontramos ante una melodía sublime, aunque mera música que, como tal, es absolutamente imparcial. El arte tan excelso ni toma partido ni es instrumento, son los perversos los que lo utilizan maléficamente haciendo asociaciones que nada tienen que ver con la creación de esas obras ni la motivación de sus autores. Así que, tratando de responder a la pregunta de por qué Lohengrin, me atrevería a decir que simplemente porque es una melodía hermosísima y a Chaplin le gustaba y creyó que acompañaba perfectamente las imágenes de ambas escenas. Las afinidades estéticas no emparientan necesariamente a quienes las profesan. Genio y genocida pueden compartir idolatrías y no por ello convergen sus personalidades, ni los ídolos son más geniales o más monstruosos en función de quien los admire.

Termino con una curiosidad: la partitura original de Lohengrin, perteneciente a Hitler, ardió con él en el búnker de la Cancillería de Berlín en 1945, pero por más que algún avispado detractor de Wagner se empeñe en demostrármelo, nunca llegaré a creer que Chaplin montó la escena en 1940 augurando semejante desenlace.

lunes, 10 de septiembre de 2012

A simple vista


Hay gente que pretende encontrar la felicidad en las pequeñas cosas. Me los imagino escudriñando con sus lupas, apartando lo esencial para hurgar en lo accesorio. Pobres necios. Se darán de bruces contra ella y pasarán de largo sin haberse percatado ni tan siquiera de su existencia.

Porque aquello que puede hacernos felices es siempre gigantesco, fácilmente reconocible y accesible. Normalmente basta con alargar un brazo para asirlo con nuestras propias manos, incluso la mayoría de las veces no tenemos más que dejarnos abrazar sin oponer resistencia.

Pero no quisiera aguarles la fiesta a esos infelices: que sigan ocupados en la minuciosa búsqueda de lo minúsculo, gozando de sus exploraciones al infinito microscópico, deleitándose en la expectativa de capturar miniaturas. Ya nos encargaremos nosotros de lo grandioso, de proclamar su vastedad y de reivindicar la enormidad de todo lo mayúsculo que tenemos al alcance, justo a nuestro lado y apreciable a simple vista.