miércoles, 21 de septiembre de 2011

Reflexiones sobre Rita Malú


Si la literatura permite al soñador convertirse en su sueño, el escritor podría diseñar para sí mismo una biografía conducida por sus propios escritos. En cualquier caso no parece deseable que la vida acabe convirtiéndose en un borrador de lo que ha de escribirse (o de los sueños), y sin embargo qué hermoso resulta expresado literariamente.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

2.016 caracteres con espacios


Al salir del cine estaba lloviendo y me dejé vencer por el impulso de correr bajo la lluvia. No era exactamente deseo de correr sino más bien la necesidad urgente de hacerlo. Di unos primeros pasos aún inseguros tropezando entre la gente hasta que alcancé una parte de la acera más despejada. Las zancadas se hicieron entonces más largas a lo cual favorecía seguramente también la ligera pendiente hacia abajo de la calle en ese tramo. A medida que avanzaba veloz en medio de la multitud me sentía fuerte y poderoso y así mantuve la aceleración de mi carrera. Dejé de escuchar nada más que el ritmo de mi respiración acompasada a la cadencia rápida de mi marcha. Al ver mi imagen reflejada en un escaparate me dio la impresión de haber perdido definitivamente el contacto con el suelo y de fluir en absoluta ingravidez. Gocé infinitamente de ese instante, y del mismo modo que había arrancado a correr algunos minutos antes, me fui deteniendo poco a poco hasta quedar inmóvil bajo el aguacero en medio de la muchedumbre que pasaba a mi lado completamente ajena. El agua fue empapando mi cabellera y formando pequeños riachuelos que me acariciaban el rostro. Pensé en la sudoración de los nadadores, tan parecida a las lágrimas de los corredores bajo la lluvia. Imagino que ese pensamiento estaba íntimamente relacionado con la película que acababa de ver, aunque ahora sea incapaz de recordarla. Podría tratarse de aquel cortometraje de Jean Vigo, pero entiendo que ese detalle es meramente anecdótico. Sin embargo me acuerdo perfectamente de la gabardina que llevaba puesta y de cómo su cola ondeó majestuosa mientras duró el impetuoso avance para colgar plebeya y lúgubre después de detenerme. La lluvia persistente que me empapaba comenzó a hacerse molesta. Sólo entonces abotoné el impermeable sobre mi pecho, arrugué el cuello y caminé hacia casa como un autómata con la mirada perdida en el suelo percibiendo la gravedad de mis pies a cada paso pero sin reparar en los charcos que pisaba o que dejaba de pisar.

Para Albert