martes, 29 de abril de 2014

Quién es quién


Que haya sabios es necesario: ellos saben diferenciar lo verdadero de lo falso y su consejo sirve para avanzar a los que vivimos perdidos en la duda constante. ¿Quién si no da por potable el agua, o por nutritivo el alimento, o por eficaz el fármaco, o por bueno el oro frente a la imitación?

La experiencia bien gestionada y el entendimiento nos van sacando poco a poco de la ignorancia dotándonos de un relativo conocimiento, pero hace falta mucho de eso para poder considerarnos a nosotros mismos sabios, o simplemente entendidos.

Mejor que sean otros los que nos asignen ese mérito cuando corresponda, si es que alguna vez llegara a corresponder, aunque reconozco que yo no tengo semejante pretensión. Es más, estaría dispuesto a dejar sin réplica las palabras de un necio que me dijera lo contrario.

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Y ahora la observación inevitable: ¿Cómo saber si es un necio el que nos increpa? Muy sencillo: no se conformará con nuestro silencio por respuesta. ¿Y si la necedad está en nosotros? También lo sabremos fácilmente, pues ningún sabio perdería su tiempo hablando con quien no quiere escuchar más que sus propias opiniones.

¿Y si son dos necios los que rivalizan? Se trata de enfrentamientos apasionados, tanto como los que puedan darse entre sabios. En apariencia, unos y otros son difícilmente diferenciables, a no ser que se disponga de una cierta intuición y sagacidad en el análisis de la dialéctica. Careciendo de tal perspicacia (merma que también puede corregirse con la experiencia y el entendimiento a los que aludía al principio), para saber quién es quién habrá que preguntar después, a cada uno de ellos por separado, si ha aprendido algo en la confrontación; choque de trenes (o de carretas) para unos, intercambio de bienes (o de argumentos) para otros.