jueves, 3 de julio de 2014

Schoenberg: música de la emoción pura


Quien busque al culpable de la música contemporánea aquí lo tiene: Arnold Schoenberg (1874-1951), austriaco que huyendo de los nazis se nacionalizó estadounidense; experimentador incansable, inquieto, insatisfecho, obsesionado por expresar en sonido la emoción pura, convencido de que para conseguir la verdad en el arte había que dejar que la mente inconsciente se expresara libremente. En esta búsqueda, a principios del siglo XX, sustituyó las tonalidades y escalas ordinarias por una textura continuamente cambiante. Sus admiradores, en su mayor parte músicos profesionales, llamaron a esta técnica "atonalidad", mientras que el resto del público se tapaba los oídos. Después la iría perfeccionando hacia el sistema dodecafónico y para el oyente ordinario continuaba la pesadilla. Pero desde entonces casi todos los compositores serios han seguido su camino.

Ahora, el que se atreva, que trate de definir lo que es un oyente ordinario o un compositor serio. Yo no me considero parte de un auditorio extraordinario, pero su obra me parece enormemente seductora, no porque comparta sus obsesiones (eso se lo dejo a los entendidos, serios o no), sino porque en audiciones repetidas (y atentas), lo que en principio parece desordenado y caótico como los sueños, se va haciendo evidente en su lógica y se aprecia el impacto emocional de una música que se ofrece poderosa y cambiante.

Música que gusta cuando se escucha, pero quizás no tanto cuando se oye, aunque eso sí: siempre resulta difícil silbar sus melodías. Por eso algunos la consideran aleatoria o casual, pero en ella todo es inapelable, exacto e incluso obligado, como en el tercer cuarteto para cuerdas, op. 30 (1927), una de las obras más brillantes de todo el dodecafonismo, o el Pierrot Lunaire, op.21 (1912), veintiún poemas expresionistas para voz y cinco instrumentistas acerca de un payaso lunático y enfermo de amor, la más parecida a un sueño de todas sus composiciones, de fácil comprensión para oyentes de todo tipo gracias a la brevedad de los poemas y al cambio constante de estado de ánimo. Una buena forma de introducirse en el universo de este compositor, para lo cual se recomienda seguir a Pierrot de la mano del texto.

No faltan los que se consideran admiradores suyos habiendo escuchado sólo Noche transfigurada, op. 4 (1899), pero aunque sin duda contiene alguna de las texturas más logradas que jamás se haya escrito para orquesta de cuerda (originariamente para sexteto), el estilo es demasiado cercano al Wagner de Tristan e Isolda, con evidentísimos anclajes en el postromanticismo germánico del XIX. Y Schoenberg comprendió perfectamente lo que significaba cambiar de siglo. Schoenberg es siglo XX, como Munch, como Kandinski; puro siglo XX, rabioso siglo XX, todo un clásico para nuestros oídos del siglo XXI que ya deberían estar preparados para esta música de la emoción pura.