jueves, 4 de agosto de 2016

Paradojas de reemplazo


Podría hablaros del barco de Teseo o del río de Heráclito o de la Viena reconstruida, paradojas de identidad (o de reemplazo) que aplicadas al cuerpo humano nos recuerdan que nuestras células ya no son las mismas. Se estima que el promedio de edad de las de un cuerpo adulto es de diez años, por tanto, no hay nada corpóreo en mí que estuviera también en mi yo adolescente, o incluso en mi yo de treinta años. Pero carece de interés a estas alturas considerar que nos cambia la piel y crecen el pelo y las uñas. No me importan los tableros de cubierta: ¡me importan las velas!

Así, ¿qué queda de las primeras ilusiones? ¿Dónde han ido esos objetivos? ¿Qué fue de aquellos sueños? Ya no tengo veinte años y aunque aún tengo fuerza, el alma viva y siento que me bulle la sangre, qué distintos los deseos, las aspiraciones y los anhelos que hoy me impulsan. Tanto que a veces pienso que YA NO SOY EL MISMO, lo cual tampoco parece así, a bote pronto, una conclusión demasiado brillante.

Pero cuando pienso en lo que fui que ya no soy y en lo que soy que nunca fui, me enternece advertir algo que no ha cambiado en todo este tiempo: sigo soñando con ser una estrella del rock'n'roll.

1 comentario:

Raúl dijo...

Puesto que no eres el mismo que antaño, sabiendo que el anterior tú no llegó a ser un famoso rockero, quizás por no ser lo suficientemente... El nuevo tú seguro que es el que te lleva a vivir el sueño que nunca murió.