viernes, 18 de febrero de 2011

Entre la vigilia y el sueño


El despertador sonó con un timbre distinto. Me sorprendió comprobar la hora, pues no se me suelen pegar tantísimo las sábanas, pero mucho más la fecha: 22 de diciembre de 1808. Miré a mi alrededor y todo tenía un aspecto antiguo. Si en verdad había retrocedido más de doscientos años en el tiempo, debía apresurarme, pues esa misma tarde iba a suceder el mayor acontecimiento musical de la historia. Siendo las doce del mediodía, disponía de siete horas para llegar al Theater an der Wien de Viena, lo cual no sería fácil si había de viajar desde Barcelona en los precarios medios de transporte de la época.

Me levanté deprisa y, aturdido aún, miré por la ventana. Dudo que la Calle de Joan Torras tuviera hace dos siglos el aspecto que se me ofreció esa mañana debajo de la balconera, así que miré a lo lejos buscando una perspectiva más amplia. Reconocí inmediatamente el Hofburg al otro lado de la Michaeler Platz. ¡Estaba en Viena! Eso facilitaba muchísimo las cosas, pero no había tiempo que perder. Busqué en aquella extraña alcoba alguna ropa con la que vestirme, y tardé en entender que lo que encontraba en esos viejos armarios no eran disfraces, sino los ropajes habituales de un individuo de clase media a comienzos del XIX en una ciudad imperial centroeuropea. De esa guisa y sintiéndome bastante ridículo, bajé precipitadamente a la calle y corrí por Kohlmarkt hacia Michaeler Plazt. Se me hizo extraño no ver la Loos Haus a la derecha, pero todo lo demás estaba, más o menos, igual que lo iba a ver doscientos años después en mi primer viaje a la capital austríaca.

Ahora se trataba de hacerme entender para que alguien me indicara la manera de llegar al Theater an der Wien. Mi dirigí a los centinelas del Palacio Imperial, pero la barrera idomática fue insalvable. No quiero ni pensar lo que entendían al oír los fonemas que forman el nombre de Beethoven en mi acento tan genuinamente español. Me desgreñaba el pelo, hacía como si dirigiera una orquesta, ponía cara de gruñón, gestualizaba como tocando el piano, ...pero nada. Fui hacia la Oficina de la Escuela de Equitación Española, a ver si encontraba a alguien que hablara mi lengua. Me atendió una especie de sargento al que evité relatarle al detalle lo singular de mi situación, pero con el que me entendí prefectamente, en pulcro castellano, respecto a mi urgente necesidad de encontrar el teatro en el que aquella tarde Beethoven había organizado un concierto. Tuve la oportunidad entonces de comprobar hasta qué punto pueden estar alejados el mundo de lo ecuestre militar y el de la música y el arte en general. De nuevo esa sensación de estar hablando idiomas distintos.

Pensé que lo mejor sería establecer contacto con cualquier vienés de a pie y canturrearle alguna de las melodías más conocidas del gran maestro. Así agarré a un tipo del brazo y empecé a entonar la Oda a la Alegría. Me miró como si yo estuviera completamente loco y comprendí enseguida que esa música no estaba escrita aún. Se iban acercando algunos cotillas y canté entonces a pleno pulmón el primer movimiento de la Quinta, pero era normal que nadie la reconociera pues esa obra iba a ser interpretada por primera vez justamente esa noche. De acuerdo, han de ser obras estrenadas con anterioridad a 1808... ¡el Concierto para Violín!, ¡la Heroica!, ¡el Septimino!, ¡la Sonata Claro de Luna!

El grupo de curiosos se fue dispersando poco a poco dejándome definitivamente por chiflado y asumí que debería cambiar de estrategia. ¡El edificio! El Theater an der Wien ha de ser una de las construcciones más recientes de la ciudad. El nombre hace referencia al río de Viena, así que no debe resultar difícil encontrarlo junto al Danubio. Hacia allá me dirigí velozmente, pues quedaban apenas tres horas para que diera comienzo la función.

Recorrí el Danubio arriba y abajo sin encontrar ningún edificio de las características que buscaba. Al cruzarme con algún paseante interpretaba de nuevo mi actuación de gestos y canto pero se apartaban de mí incluso antes de acercarme. Sólo quedaba una hora y me sentía totalmente agotado, exhauhsto. Entonces llegó a mis oídos la melodía de Für Elise silbada por un hombrecillo que amarraba su bote en un embarcadero del Danubio. Me acerqué a él a toda prisa gritando "¡Beethoven!". "¡Fitjofan!", pronunció él. Con gestos traté de decirle que ...dónde, hoy, teatro, río. Entendí que además del Danubio hay otro río en Viena que se llama Río Viena. ¡Claro! ¡Lo había traducido mal hasta entoces! El nombre del edificio se refiere al "Teatro del Río Viena". Hacia allí corrí siguiendo las indicaciones del barquero.

En lo que debían de ser ya las inmediaciones del teatro reconocí a dos compositores de la época, Ferdinand Ries y Johann Friedrich Reichardt, quien fuera Hofkapellmeister de la corte de Federico el Grande, que charlaban animadamente y especulaban sobre las expectativas que había generado el concierto al que se dirigían. Voy bien. ¡Este es el camino! Un poco más adelante en esa misma calle, exactamente en el número 6 de Linke Wienzeile, se detiene una elegante carroza de la que desciende el príncipe Lobkowitz. Alguien en la entrada del teatro le hace una reverencia mientras lo ve pasar sin esperar que le devuelva el saludo. Se trata del mismísimo Ludwig van Beethoven que está en la puerta vendiendo él mismo los pases para la función de la que es promotor, intérprete y compositor.

Al comprar mi entrada le digo: "Ludwig, vengo del futuro a presenciar este concierto. En el siglo XXI se te sigue considerando el músico más genial de todos los tiempos". Él se hace el sordo y cuenta las monedas asegurándose de haber percibido el importe correcto.



Al apagar definitivamente el despertador ha dejado de sonar hace ya unos minutos el coro de la Fantasía en Do Mayor. Entre el sueño y la vigilia, creo reconocer ahora en el transistor la voz de la ministra de cultura argumentando a favor de la ley conocida por su nombre. Es 18 de febrero de 2010 a las 7:30 horas. Por debajo de mi ventana pasa un camión de reparto de congelados.

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22 de diciembre de 1808, 19:00 horas.
Theater an der Wien, Viena.
Gran Concierto Académico a cargo de Ludwig van Beethoven.

Primera Parte:
I. Sinfonía Pastoral No. 5.
II. Aria con orquesta, cantada por miss Killitzky.
III. Himno en latín, escrito en modo eclesiástico para coros y orquesta.
IV. Concierto para Piano No. 4.

Receso

Segunda Parte:
I. Gran Sinfonía en C menor No. 6.
II. Sanctus en latín, en modo eclesiástico para coros y orquesta.
III. Fantasía para piano solo, que concluye con la entrada gradual de la orquesta y la introducción del coro al final.

Un error en la impresión confundió las dos sinfonías, pero evidentemente, nadie excepto el propio Beethoven se percató entonces de ese detalle.
El concierto duró alrededor de cuatro horas.
El edificio no reunía entonces las condiciones de confort, sobre todo climáticas, habituales hoy en día, pero aún así el público aguantó hasta el último momento y estalló en una grandiosa ovación al finalizar la última pieza.
Beethoven nunca volvió a actuar o a dirigir en público a causa de la sordera.

El programa, tal como se conocen esas obras en la actualidad, sería el siguiente:

Primera Parte
- Sinfonía No. 6 en Fa Mayor, Op. 68 “Pastoral”
- ¡Ah! Pérfido, escena y aria para soprano y orquesta, Op. 65
- Gloria de la Misa en Do Mayor, Op. 86
- Concierto para piano y orquesta No. 4 en Sol Mayor, Op. 58

Segunda Parte
- Sinfonía No. 5 en Do menor, Op. 67
- Sanctus de la Misa en Do Mayor, Op. 86
- Fantasía para piano, orquesta y coro en Do Mayor, Op. 80

10 comentarios:

alma dijo...

¡Dios!Siempre he querido ir a Viena, no sabía que había que tener despertador. Le pondré remedio.

El detalle de Fitjofan o como se diga haciéndose el sordo y contando monedas es especialmente delicioso. Que maravilla :-)

David dijo...

Genial! un relato delicioso.
Lástima de ese despertador.

Un saludo.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Cómo he disfrutado el relato, Jose. Es auténticamente delicioso. Te metes de lleno desde el principio. Las descripciones, el ambiente... Estupendo.

Conociéndote, creo que hasta estuviste en Viena y viste al genio. Los sueños son libres y no conocen las coordenadas temporales. Y tu amor a la música y conocimiento profundo de la misma es un pasaporte seguro para trasladarte a la época del compositor que quieras.

Un besazo y gracias por el disfrute.

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu historia por el tema y su originalidad. Yo personalmente prefiero a Bach, pero claro, hablamos de gentes tan grandes. Saludos.

Carlos dijo...

Con tu historia me he sentido tan cerca de don Ludwig como tú. La pasión musical que te define se engarza aquí de maravilla con ese viaje temporal, porque creo que poca gente escogería un estreno musical si pudiera tener la ocasión de viajar en el tiempo y tú no sólo lo haces sino que nos lo presentas con unos detalles que me hacen dudar si realmente estuviste allí. Ya sabes que me encantan la fantasía y el humor en la literatura y como este relato aúna ambas con tu destreza literaria, te confieso sinceramente que tu historia me parece muy buena. Sigue con ello Jose.
Un abrazo grande.
P.D. Menudo programa. La 5ª y la 6ª (mis preferidas)

Alba 3,1416 dijo...

Eso es lo que tiene de bueno poder estar y recordar "entre la vigilia y el sueño".
Afortunadamente el despertador nos hace el toque de : "ep, xaval, hoy toca vivir en el presente". Antes de 24 horas podemos encontrarnos en... Viena, Versalles, 100, 200, 300 años atras.
Lo jodido es encontrate en el circo romano y que el león venga hacia tí.
Un abrazo

Jesús Cánovas dijo...

Jose, verdaderamente lo he disfrutado.

¡Ah! y a la puñeta el despertador.

Si algún día vuelvo a Viena, de la manera que sea, lo primero que haré, río arriba, río abajo, será buscarte a ti. (ya se como vas vestido)

Un abrazo

Mariano dijo...

¡Enhorabuena por tu magnífico relato! Me ha gustado todo; la idea muy original, la "ambientación" excelente y el estilo, el habitual en tí: muy bueno.
En mi modesta opinión es lo mejor que te he leído. Mi sincera felicitación. Un abrazo.

P.D. Manrique reabre el Thornton club a las 0 horas de mañana.

Thornton dijo...

Jose, esta es la entrada que muchos quisiéramos escribir. Te felicito.

Pa, pa, pa, pan... el tema "fatídico". Decía Beethoven que "De este modo el destino llama a la puerta".

Berlioz, en sus memorias, cuenta que llevó a su profesor Lesueur, al que no gustaba Beethoven, a una ejecución de la 5ª. Salió totalmente emocionado, alterado: "¡Es maravilloso, no se debería hacer música como ésta!". Berlioz le contestó: "Quedaos tranquilo, querido maestro, no se hará demasiada".

Debería escribir sobre tu estupendo texto y lamentablemente me voy por las ramas. La falta de costumbre.

Un abrazo.
P.S. Qué ganas tenía de volver por aquí.

Jose Lorente dijo...

Muchísimas gracias a todos por pasar por aquí y comentar.

Adoro ese breve intervalo entre la vigilia y el sueño en que la imaginación vuela con la libertad de la casi inconsciencia y los sentidos se crispan con la frescura del casi despertar.

¡Qué gran concierto!
Un abrazo.