lunes, 4 de julio de 2011

Mano de pianista


El virtuosismo por el virtuosismo acaba siendo poco más que un alarde circense de muy escaso interés. Pero en ocasiones, esta idea general contamina los casos particulares de virtuosos que van más allá del mero exhibicionismo y a los que injustamente se desprecia por haber alcanzado la excelencia en una técnica entendiendo equivocadamente que esta no es compatible con la expresividad y el sentimiento.

Quizás como consecuencia de este rechazo, existe una cierta inclinación a admirar cualquier tipo de minimalismo, lo que da lugar a notables esperpentos en los que la vacuidad de algunos artistas es aclamada por un público de pobrísimo espíritu crítico e insaciable de banalidad.

Que se venere a algunos necios es irritante pero menos grave que el desprecio a algunos genios, y si ese desprecio viene dado como consecuencia del recurso fácil de haberlos etiquetado como virtuosos, doblemente desafortunado y cruel.

Hay obras maestras de la música cuya ejecución está al alcance de cualquier lego, y hablo de ejecución (en el sentido de poner dedos) y no de interpretación con toda la intención. He escuchado a tantos alumnos de primeros cursos de piano defenderse con solvencia ejecutando las Gymnopedias de Satie como a pianistas consagrados fracasar estrepitosamente interpretando la sonata en Si menor de Liszt. También abundan las malas interpretaciones de las Gymnopedias entre pianistas profesionales, pero no conozco a ningún principiante que se atreva a ponerle dedos a la Sonata de Liszt más allá del octavo compás. Sé que me sumergiría en terrenos pantanosos si pretendiera comparar estas dos obras sublimes, así que voy a centrarme en lo que pasa en ese octavo compás, y lo voy a hacer de la mano del pianista que a mi entender mejor ha interpretado esta sonata.

Me resulta muy fácil encontrar el CD de Krystian Zimerman en la estantería. Fue el primer disco compacto que me regaló mi padre y tiene el lomo descolorido. Después de tantos años ha perdido el amarillo intenso característico de Deutsche Grammophon palideciendo hacia un blanco parduzco que destaca entre los demás: el de Ivo Pogorelich también de Deutsche Grammophon con su amarillo original; el de Jorge Bolet; el de Leslie Howard; el de Martha Argerich; el de Sviatolsav Richter; el de Vladimir Horowitz. Mi preferido es el de Krystian Zimerman, grabado a comienzos de 1990, cuando el pianista polaco contaba con treinta y tres años de edad. Este es para mí el mejor disco para piano que se ha grabado nunca.

Subo el volumen todo lo que la convivencia vecinal permite y suena piano sotto voce el Sol más grave del teclado en la mano izquierda que apenas deja oír las mismas notas que hace la derecha una y dos octavas por encima. Silencio. Se repite el acorde y la pausa callada posterior y un frío siniestro hiela la sangre. Una sencilla secuencia descendente viene desde arriba lento assai para buscar de nuevo ese Sol profundísimo. Se repite todo de nuevo y llegamos al octavo compás en el más sobrecogedor de los silencios. El display del reproductor marca 53" cuando la espalda de Krystian Zimerman se arquea elevando hombros y brazos para iniciar el frenético ataque. Se puede oír claramente el crepitar de la banqueta al recibir el esfuerzo producido por ese movimiento crispado, decidido y poderoso.

La grabación respeta todo lo orgánico que hay en la toma de sonido (armónicos inconcebibles, fricciones, reverberaciones, chasquidos, respiraciones, incluso jadeos, pero sin caer en ningún caso en las payasadas que se concedía Glenn Gould en sus discos) y eso hace que se perciba sin merma toda la intensidad de la interpretación. A partir de este octavo compás: el delirio. Una auténtica sinfonía en un movimiento para piano solo que alterna pasajes de fuerza demoledora con otros de meditación nostálgica, de excepcional lirismo todos ellos. Una exhibición de destreza técnica tan prodigiosa como la profundidad del pensamiento musical que en ella subyace. Poesía melancólica y oscura armonía romántica como nunca antes de Liszt se había imaginado, y como muy pocas veces después se alcanzará, si es que alguna vez se ha alzanzado.

La primera vez que se escucha la sonata en si menor puede parecer que se trata de un pastiche producto del choque de pasajes de gran pericia técnica con otros más desmayados de íntima reflexión, pero en audiciones sucesivas, la constante mutación de los diferentes motivos nos hace ir descubriendo las conexiones existentes entre las partes. Cuando estas relaciones y vínculos se van revelando, la música se nos ofrece en toda su tensión emocional y peso intelectual, y esto sucede en esta sonata como en ninguna otra obra jamás escrita por alma de músico para mano de pianista.

5 comentarios:

Carlos dijo...

Yo también pienso que para ser un gran artista primero tienes que dominar el instrumento (no es necesario llegar a ser un virtuoso). Y esto es aplicable a cualquier expresión artística.
No me interesan mucho los virtuosos, pero mucho menos los que se escudan en conceptos vacuos para esconder su total falta de calidad.
Lo único que me queda claro es que tu escucha es de virtuoso del pabellón auditivo. El yunque y el martillo de tu oido deben trabajar con más dulzura que en la fragua de vulcano porque recogen los matices que los demás mortales ni llegamos a percibir. Pero tengo confianza en que todo se educa y con tal maestro me siento más seguro en el camino.
Un abrazo con nota.

Jesús Cánovas dijo...

Yo pienso como Carlos bendita oreja tienes.

Bueno, lo cierto es que cuando me subo al coche (Brasil a lo grande) me acuerdo de ti.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Tengo, de fondo, la sonata, por supuesto domesticado el piano por Zimerman. ¡Es impresionante!
Un abrazo en la coincidencia.

Daniel Domínguez dijo...

Me has dejado sin palabras y lamentando no ser músico y, aun peor, no tener, ya no oído, sino tu oído. Pero intentaré encontrar y escuchar grabación de Zimerman e imaginarme que soy tu -oído-, a ver si...
A falta de las mías, gracias por tus palabras.
Un abrazo.

Jose Lorente dijo...

Carlos, no escucho más matices que tú. Quizás en esta ocasión es que he subido más el volumen del amplificador.
Paradójico que se llamen yunque y martillo también para hablar de música. Yo reservaría esa nomenclatura sólo en lo referente a política y similares.
Se echa de menos al Buscador de Tusitalas, aunque supongo que en estas fechas a todos nos resulta difícil encontrar tiempo para estos menesteres.

Jesús, me alegro mucho de que estés disfrutando de esas músicas brasileiras. No podía ser de otro modo en alguien con tu sensibilidad. Esta sonata también te hará gozar.

Isabel, era inevitable coincidir en esto. Esta sonata abrió las puertas a lo que hoy se conoce como música moderna, y la versión de Zimerman es absolutamente apoteósica.

Daniel, la disfrutarás, con tus oídos, estoy seguro de ello.