martes, 31 de enero de 2012

El poder de la música


Tocaba reinventarse. La ópera de gimnasia vocal había entrado en decadencia a partir del segundo tercio del XVIII, veinticinco años después de que Haendel llegara a Londres desde Hannover, en su Alemania natal,  con pasaporte de gran estrella y rodeado de castrati para triunfar con sus creaciones de estilo italiano ante el elegante público inglés. Y Georg Friedrich lo hizo como sólo los grandes genios saben hacerlo: sacándose de la manga una obra inclasificable de subtítulo tan concluyente como el que da nombre a esta entrada.

"El festín de Alejandro: o el Poder de la Música" es una obra a medio camino entre el oratorio y la ópera, que es poco más que decir que en terreno de nadie. Basada en una oda del poeta John Dryden para el día de Santa Cecilia, patrona de la música, se estrenó en 1736 con enorme éxito porque supuso la transición entre sus óperas espectaculares en estilo italiano y sus obras corales inglesas de mayor peso intelectual y religioso, especialmente los oratorios El Mesías (1742), Judas Macabeo (1746), Josué (1747) o Jefté (1751).

Yo tendría unos doce años cuando cayeron en mis manos dos cassettes BASF de 60 min. con una grabación que me cautivó ya desde la primera escucha. Enseguida me aprendí las canciones. En inglés resultaba muy fácil memorizarlas: "Happy, happy, happy pair!", un coro de jovialidad exultante que levantaba el ánimo a cotas insospechadas, "Bacchus, ever fair and young", himno a la fiesta y a la borrachera tan adecuado para el registro grave de bajo como inapropiado para un preadolescente en ciernes (...drinking is the soldier's pleasure), "He sung Darius, great and good", un aria hermosísima para soprano, pero de una tristeza tan honda y sobrecogedora que aún me persigue en los momentos melancólicos (...on the bare earth exposed he lies, with not a friend to close his eyes), "Revenge, revenge Timotheus cries", de nuevo el bajo nos rescata de la melancolía, seguramente aún espoleado por el tintorro...

Ese par de cintas me acompañaron incansablemente durante toda la adolescencia. Ahora me parece increíble que siguieran sonando después de tanto uso como les di. En segundo de BUP se las presté a una chica muy mona que había entrado nueva en nuestra clase y que aspiraba a hacerse cantante de ópera. Después de verano había engordado tanto (no sé si imitando a las sopranos de moda en aquel momento) que perdí el interés por ella y, lamentablemente, también por las cintas, así que ya nunca las recuperé.

Unos pocos años después, ya en la universidad, un día sentí la necesidad de volver a escuchar el Alexander's Feast. Era finales de los ochenta y en música clásica se empezaba a editar todo el catálogo en CD. Compré en Discos Castelló la versión de Gardiner con English Baroque Soloist y el Coro Monteverdi de 1988 que acababa de publicar Philips en tecnología DDD, pero al escuchar el primer acorde de la obertura me sonó un poco raro por no poder reconocer ni el timbre, ni la intensidad, ni el ritmo de la interpretación que yo había memorizado en decenas y decenas de escuchas en mi viejo reproductor de cassette. Aún así, era un buen disco y era El Festín de Alejandro de Haendel (seguramente entonces no se le diera tanta importancia a las distintas interpretaciones como la melomanía enfermiza -y consumista- actual le pueda dar), por lo que, a pesar de esa extrañeza inicial, lo he escuchado con placer hasta ahora.

Hace unos meses fui a una charla de ópera que organizaba una compañera en su estudio. Resulta que la conferenciante era la chica mona aspirante a soprano que conocí durante el bachillerato. No estaba tan mona como la primera vez que os he hablado de ella, pero tampoco tan gorda como la segunda. Nos reconocimos enseguida y comenzamos a hablar de las banalidades habituales en este tipo de reencuentros. Sin hacer mención (cortesía obliga) me acordé del par de cassettes BASF. Al llegar a casa busqué en internet otras versiones existentes de El festín de Alejandro. ¡Sólo dos disponibles en CD después de treinta años! (Lo dicho: una obra en terreno de nadie). La citada de Gardiner y otra de Harnoncourt de 1978 con el Concentus musicus Wien recientemente reeditada por Warner Classics del catálogo de Teldec publicado anteriormente sólo en vinilo. Las fechas cuadraban... ¡Tenía que ser esta!

Me llegó hace unos días por correo y desenvolví el paquete con cierto nerviosismo. No podía haber nada en la tapa o en los créditos que yo reconociera, pues sólo había tenido una grabación en cinta y no conocía el original. Había que hacerlo sonar y... ¡Sí! Ahí estaba el Poder de la Música transportándome al salón del piso de mi tío Ramón en Madrid donde escuché por primera vez esa obertura magnífica con el timbre, la intensidad y el ritmo que yo había hecho míos en las viejas cintas BASF que él me había dado sin ser del todo consciente del enorme aprecio que yo iba a hacer a ese regalo; al Peugeot 504 de mi padre donde tantas veces las habíamos puesto para cantar sus arias y coros; a nuestro piso en Barcelona y a la biblioteca con la pletina JVC que no consiguió desmagnetizar las cintas a pesar de todas las veces que las leyeron sus cabezales, esas y todas las otras que grababa de la discoteca para ir formando mi propia colección.

Por ahí deben andar esos cassettes, desmagnetizándose ahora sí en algún cajón por la falta de uso, pero aquí sigue el Poder de la Música latiendo en mi interior, el mayor de los regalos, el mejor de los legados, tal como lo experimenté con doce años, frescura que no se pierde, que no marchita con el tiempo, que nos hace más fuertes y valientes en cada evocación, que nos ofrece lo verdaderamente justo y valioso al rememorarla.

¡Cantad conmigo!

Non but the brave,
Non but the brave,
Non but the brave deserve the fair!

Quería escribir sobre Haendel y me parece que el texto ha ido derivando hacia el "panfleto de autoayuda - CD incluido" (me suele pasar, trato de enmendarme). Bueno, si aún os interesa ahí están sus cuarenta y seis óperas, la Música acuática, la Música para los reales fuegos artificiales, los veinticinco concerti grossi para orquesta, dieciocho conciertos para órgano, las varias docenas de sonatas y sonatas en forma de trío, las dieciséis suites, las seis fugas y otras piezas para clave, las ciento cincuenta cantatas de cámara, los duetos y canciones para una voz, los treinta oratorios y otras obras dramáticas de gran envergadura como Sansón, Saül y El Mesías, claro..., ¡El Mesías!, pero sobre todo El Festín de Alejandro, o sea: El Poder de la Música.

¡Otra vez!

Non but the brave,
Non but the brave,
Non but the brave deserve the fair!

5 comentarios:

Daniel Domínguez dijo...

Qué bien suena la música -o mejor, la experiencia de la música- cuando la cuentas, exprimiendo el poso del tiempo vivido, de la memoria de la primera vez. Cuánto nos gusta Haëndel. Qué bien lo cuentas. Qué bien que nos lo cuentes.
Un abrazo.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Haendel me gusta, me apasiona en ocasiones, me fascina o me aleja en otras, según los meandros suyos y los míos temporales.
Le he escuchado muchas obras, pero, ay, no El poder de la Música, y ya tengo el prurito con tu entrada.

Me has encandilado con tus anécdotas, con tu forma de contarnos lo que vale para ti esta obra. Eso es elevarla, personalizarla, hacerla entrañable, transmitirla... Es que me gustas mucho cuando nos cuentas cosas tuyas, cuando noto tu pasión, tu entrega...

Un abrazo agradecido y voy a ver si colmo la laguna con Haendel, que bien sabes que el barroco me lleva de cabeza.

Eastriver dijo...

Haendel es una debilidad mía. Hombre, tiene tanta obra que no todo está al mismo nivel, es lógico. Pero en general me parece un genio. Y su música me apasiona, me atrapa, me conmueve. Todos tenemos un compositor de cabecera (o de familia, como los médicos, debería decir ahora): el mío probablemente sería Haendel, con permiso de Mozart y Rossini. Mira Bach me gusta, pero donde Bach mira al cielo Haendel vuela a ras de suelo, y sus caminos son enormemente humanos. (Lo mismo pasa con Mozart y Rossini, en cierta medida: el primero es el que vuela, el segundo le canta a la vida, al mundo).

Los oratorios me gustan mucho aunque no los diferencio para nada de las óperas, sinceramente: salvo esos detallitos de que los oratorios tienen coro pero las óperas no, o que unas están en italiano y los otros en inglés, es decir, salvo esas cosas formales, servidor no les ve la más mínima diferencia. Semele es un oratorio, me dicen, y yo respondo, ah, vale...

Como sabes aprovechó arias de los oratorios para las óperas (o quizá era al revés... en eso se parece también a Rossini, otro gran aficionado al autoplagio, jeje). Sin embargo no conozco el oratorio que citas, y mira que conozco algunos, como El triunfo del amor, creo que se llama, y Susana, y algún otro de tema mitológico (¿Orfeo era?).

Bueno, aquí me quedo, descubriendo mientras te escribo el He sung Darius.. Una hermosura capaz de transformarme... Pienso que una de las cosas que más me gusta de Haendel, y que él usa tan bien, hasta conmoverme, es el mezza voce, que como sabes es diferente al messa di voce. El mezza voce me provoca un estado de suspensión que me recuerda a lo que decía Fray Luis: parece que la voz se va a quebrar de un momento a otro. De Haendel siempre recomiendo el Oh sleep como ejemplo de la mezza voce, y más cantada por Annick Massis. (http://www.youtube.com/watch?v=hgaEw_GEN28)

Bueno, sólo una última cosa: no te enmiendes, tío, no fotem...

Carlos dijo...

Jose creo que has encontrado la mejor manera de hablar de lo que quieras, trufando con tus experiencias las historias que tan sabiamente nos narras.
Como los otros, yo también me siento bien con Haendel aunque esta obra sólo la conozco en fragmentos.
Mucha gente se asustaría al saber que disfruta con Haendel cuando ve un partido de la Champions.
Un abrazo.

Jose Lorente dijo...

Muchísimas gracias a todos por pasar por aquí y comentar.

A vosotros, Daniel, Isabel, Ramon y Carlos, me atrevo a deciros que corráis cuanto antes a escuchar con atención esta obra cumbre. Es de justicia y me consta que sois de esos valientes.

Un abrazo fuerte y hasta pronto.