En cualquier proceso creativo, tan importante como la propia creación es la destrucción, aunque a veces ésta sea mal entendida. El creador ha de saber discernir cuál de sus obras es digna de sí mismo, y desechar las que no lo sean antes de que éstas vean la luz. Esto puede ocurrir en etapas embrionarias de la realización o en meras pruebas y bocetos, lo que acaba suponiendo un ahorro importante de tiempo (o no, que de todo se aprende). Pero en otras circunstancias, no es hasta haber completado el producto cuando el autor se da cuenta de que el resultado no es óptimo o, al menos, del nivel suficiente según las expectativas que él mismo se había planteado. Es entonces cuando hay que saber destruir, sin contemplaciones, y coincidiréis conmigo en que esta destrucción es absolutamente constructiva porque mantiene intacto, e incluso reafirma, el nivel de exigencia en el creador, que en caso contrario iría menguando irremisiblemente con cada concesión al conformismo. De acuerdo con que a veces hay que darse un tiempo, madurarlo, reposarlo, contrastarlo... Pero después de este periodo prudencial y si persiste la duda: ¡destruir! O asegurarse muy bien de que nunca se dará a conocer, que, para el caso, es lo mismo.
En ocasiones, no nos damos a entender porque no usamos las palabras adecuadas, o porque no expresamos correctamente nuestras ideas, o porque los mensajes que lanzamos son confusos, o poco claros, o difíciles de comprender, o incluso a veces, indescifrables. Pero si un tipo nos dice: "Destruid toda la obra que no he querido publicar hasta la fecha" me parece que el contenido intencional es accesible incluso para el más lerdo de los interlocutores, y más si el interesado está apelando a la estima en la que supuestamente se le tiene: "En nombre del amor que me profesáis, por favor, quemadlas todas".
Pues parece ser que los de Chopin, en el momento de expresar el compositor sus últimas voluntades sobre el lecho de muerte, lo eran tanto como para no comprender su deseo manifestado de forma tan inteligible y rotunda. O quizás sí lo entendieron pero decidieron ponerse la misiva por montera y sacarle buen provecho a todas esas obras que hoy conocemos como "Op. posthumous". En la actualidad, a ese grupo de desconsiderados se les tiene unánimemente por héroes, al haber rescatado para la humanidad del afán piromaníaco de su autor, entre otras composiciones, un buen número de Mazurkas, el Preludio en La bemol, el Vals en Mi menor, otras tantas Polonesas, y los Nocturnos en Do sostenido menor y en Do menor.
No me atrevería a decir que éstas sean obras menores, sobre todo si las consideramos respecto al nivel medio de la literatura para piano conocida hasta la fecha, pero sí que están por debajo del nivel de exigencia que Chopin se puso a sí mismo, sin duda altísimo, pero fue por voluntad suya ("tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas las piezas que no sean dignas de él, anden circulando por mi culpa y bajo mi nombre") y eso hay que respetarlo.
Y así lo hicieron Arthur Rubinstein o Samson François, dos de los más grandes intérpretes de Chopin. Quiero recomendar especialmente sus versiones de los Nocturnos, de los diecinueve que Chopin sí quiso que se conocieran porque, respecto a los otros dos Op. Posth. que acostumbran a completar la integral, ambos quisieron acatar la voluntad del compositor y se negaron siempre a grabarlos o a interpretarlos en público. El conjunto de los diecinueve Nocturnos con número de opus representan a la perfección el postulado estético del músico polaco en este género, y ni sobra ni falta ninguno. El que tenga curiosidad por conocer los otros dos puede escuchar las muy meritorias versiones de Arrau, o de Barenboim, o de Maria Joäo Pires, pero yo me quedo con los diecinueve de Rubinstein de 1965 (el Op. 55, nº2 de 1967) gabados cuando el pianista se acercaba a los ochenta años (registró otras dos series en el 36 y en el 49, igualmente recomendables), no sólo por la calidad de la interpretación, absolutamente excepcional, sino también porque aprecio a los que respetan las voluntades de los demás, ya sean éstas últimas o primeras.
El caso es que el genio de Chopin, después de todos estos años de versiones sobre sus partituras autorizadas y desautorizadas, no se ha visto empequeñecido lo más mínimo por las obras que no fueron destruidas según su deseo y se siguen interpretando y grabando hasta la saciedad. Al contrario: aumenta día a día con cada celebración y en cada homenaje, y hoy es él el que se los pone a todos por montera.
6 comentarios:
Gracias por estas entradas. Mis limitados conocimientos se ven gratamente enriquecidos.
Jose, abres un debate muy interesante y donde seguro que habrá dos bandos opuestos, Por un lado está el respeto a una última voluntad que es una cosa muy seria. Pero de todos es conocida la petición de Kafka a su amigo Max Brod de que destruyera toda su obra. Los lectores de “El Proceso” nunca agradeceremos lo suficiente a ese desobediente amigo.
Recientemente se ha autorizado la publicación de la inacabada novela de Nabokov, “El original de Laura”. El autor de Lolita le pidió a su esposa que la destruyera y ésta, como todas las esposas, hizo lo que le dio la gana y la indultó.
Con el caso que abres el debate, personalmente besaría donde pisaran los desaprensivos herederos. He disfrutado de esas obras y aún no entiendo ese nivel de exigencia.
Como luego se me olvida, quiero expresar ya mismo la calidad de tu escrito. Por cierto no me había dado cuenta hasta hoy, eres muy pedagógico, es otro adorno más para tu hoja de servicios.
Las versiones que recomiendas son las que recomendaría yo también. Si acaso, que la interpretación de los Nocturnos de Pires la sitúo a la altura de la de Rubinstein, siendo tan distintos.
Un abrazo.
Una entrada excelente. No sabía la historia que nos cuentas pero en cierta medida me ha recordado la de Kafka.
Respecto a lo de quemar no estoy de acuerdo. Por un lado desconfío de quien pide que quemen tal o cual cuando haya muerto. ¿Por qué no lo quemó el interesado? Y por otro lado esa cosa de quemar tal o cual obra porque no está a la misma altura me parece enormemente pretenciosa. Además que tú sabes que cada época siente de una forma y recupera una cosa u otra.
Creo que el arte desde el romanticismo tiene este punto de constante búsqueda de la genialidad que le perjudica. Rossini sabes que no tuvo empacho en utilizar arias de una ópera a otra, en reutilizar música entera de una ópera para otra de cinco años después, tuvo en definitiva esa frescura que le hacía tomarse menos en serio y no ser por ello menos bueno. También Handel y Vivaldi en el tardobarroco.
El arte que se contempla demasiado me parece pretencioso y aburrido. El arte es menos sacro que todo eso. Muchas veces no es otra cosa que mero divertimento genial. Yo apuesto claramente por los autores que se han tomado menos en serio, que han tomado menos en serio su obra e incluso a su público, porque para empezar me parece más humano y con menos presión han creado grandes obras más fácilmente. (Esto ya es el colmo en el siglo XX. ¿Quién escribe algo sin la intención de que sea inmortal? ¿Cuántas obras se han perdido por ese afán desmedido de sus creadores?) Un gran abrazo.
Tema espinoso si señor y las opiniones de Thornton y Ramon muy acertadas junto a tu acertadísimo escrito. Como buen amante del arte, valoro que todo lo nuevo que se vaya descubriendo puede traernos gratas sorpresas, pues como bien apunta Ramon esa exigencia autocrítica de que todo lo escrito debe estar a un nivel supremo no se aguanta. Por otro lado, a veces se abusa de las publicaciones con un afán meramente mercantilista, es decir, para vivir del autor muerto como ocurre con el hijo de Tolkien que parece que publica hasta lo escrito en la servilleta de un restaurante.El caso Kafka es el más paradigmático y probablemente huele a "publicalo tu que yo tengo dudas y si no pasa el listón no es culpa mía que yo no quería". A mi me pasa que cuando me gusta un autor me gustaría leer, escuchar o ver más cosas suyas para ver si hay algo de interés.Hay obras inéditas de Twain, Cortázar, Murnau y tantos y tantos otros todavía por descubrir que ¡uf!.
P.D. No mandes quemar tus canciones que son fruto de una época.
Es buena la información que nos das en tu entrada. Algo nuevo que aprendo.
Gracias por compartirla.
Saludos.
Estrella:
Gracias a ti por pasarte por aquí y dejar tus comentarios.
Thornton:
Los Nocturnos de Chopin, junto con los Impromtus de Schubert, son mis discos favoritos de Pires, y si me apuras, de todo el repertorio pianístico.
Las aportaciones que haces con tus comentarios son enormemente enriquecedoras. A ti sí que se te ve el pedagogo que llevas dentro. Yo lo que tengo son muchas ganas de aprender y por eso mis puertas están siempre abiertas a amigos como tú.
Ramon:
Igualmente pienso que tus reflexiones son acertadísimas. Lo importante es saber discernir cuando nos la quieren dar con queso. Supongo que cada artista tiene su método y se siente cómodo con una forma determinada de creación (o producción, aunque preferiría no usar este término en este contexto) y tan válido es uno como otro siempre que se dé por bueno el resultado. ¿Y quién es el que lo juzga? Este sería otro debate.
Carlos:
Tu comentario es un resumen muy sensato de todo lo que estamos diciendo aquí. Yo acabo llevándome enormes decepciones con los escritos de servilleta, pero también con las supuestas obras geniales de inspiración ultradivina filtradas por escrupulosidades perfeccionistas. Aunque también se pueden sacar buenas cosas tanto de una servilleta como de un altar, o de un urinario...
Y respecto a mis canciones (que yo casi me atrevería a decir que están más cerca de las servilletas que de los altares), nunca he tenido intención de mandarlas quemar; ya se encargó de ello la crítica en su época y el olvido en todos estos años. Pero ahí siguen y yo me lo paso en grande tocándolas de vez en cuando.
Salvador:
Me alegra que encuentres interesante lo que aquí se escribe. Habrás comprobado ya que el verdadero interés de este blog no está tanto en las entradas sino en los comentarios que hacéis.
Un abrazo muy fuerte para todos, gracias por dejar vuestras opiniones que tan útiles me resultan y hasta pronto.
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