martes, 18 de enero de 2011

El silencio como valor musical


Un tipo algo peculiar me dijo un día que había decidido convertirse en un experto en la obra de Anton Webern. Su argumento parecía convincente: 31 números de opus y poco más de media docena de composiciones no catalogadas, la más larga de las cuales apenas alcanza los quince minutos de duración, y que todas juntas no llegan a las cuatro horas de audición. Se trata de música compleja, sin duda, me explicaba vehemente, pero por más difícil que sea, en total resultan sólo tres CD's, y a base de escucharlos una y orta vez...

¿Y qué hay de Schoenberg, Mahler, Debussy, Wagner, Bruckner, Brahms, Beethoven, Schubert, Haydn o Bach?, le dije. Por supuesto..., Bach, me respondió: la orquestación de la fuga a seis voces de La Ofrenda Musical; el Cuarteto op. 28 con la serie de notas que forman el nombre de B-A-C-H en la notación alemana; sin olvidar a Schubert y la transcripción de 1931 para orquesta de sus Danzas Alemanas para piano.

Me acordé enseguida de un ruso, también muy peculiar, que contaba cómo había pretendido aprender español memorizando un diccionario traductor: "¡Sí, lo tengo todo metido aquí, - decía con marcado acento eslavo señalándose impetuosamente la cabeza con el dedo índice - en el culo!"

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Al anochecer del 15 de septiembre de 1945, Anton Webern, empedernido fumador, salió de casa de sus hijas en Mittersill, donde había tenido que refugirse con su mujer de los bombardeos que las tropas aliadas lanzaron pocos días antes sobre Viena, su ciudad natal y de residencia en aquella época durante el nazismo, para disfrutar antes de acostarse de un espléndido puro que le había regalado su yerno, primer ejemplar semejante que veía desde el estallido de la guerra, sin molestar de esa forma a sus nietos con el humo del cigarro. Un inexperto soldado estadounidense, dicen que confundido y nervioso por el toque de queda y la nocturnidad, disparó tres veces sobre aquella enflaquecida y borrosa figura humana, acabando con la vida del compositor.

Con este episodio absurdo y estúpido (me gustaría pensar que nadie hará de él metáfora siniestra contra la ley antitabaco, y perdón por el guiño a la actualidad) se cierra la biografía de uno de los grandes creadores del siglo XX, singular ejemplo de fidelidad a un credo estético que defendió durante toda su vida, manteniéndose firme ante la incomprensión de la mayoría de sus contemporáneos y de un entorno cultural, social y político ferozmente hostil con los innovadores.

"(...) De una mirada puede hacerse un poema; de un suspiro una narración. Pero expresar toda una novela con un solo gesto, una inmensa alegría con un leve soplo, es algo que únicamente se puede lograr cuando se ha olvidado toda compasión hacia uno mismo (...)".

Arnold Schoenberg, Prólogo a la edición de las Seis Bagatelas para cuarteto de cuerda op.9 de Anton Webern, 1913.

Nunca en música se había llegado a tales extremos de condensación y sobriedad. Nos encontramos ante un cuarteto de cuerda de seis movimientos que en la versión del Juilliard String Quartet de 1970 no llega ni siquiera a los cinco minutos de duración, pero que expresa tanto o más que horas y horas de otros compositores. La utilización del silencio como valor musical, la condensación de células motívicas, la ausencia de tema como tal y la singular importancia concedida al giro interválico, llevan a Webern a reducir la densidad sonora de su música al mínimo. De este modo la textura se hace efímera, insinuada levemente con refinada sutileza, y entre gesto y gesto se hace necesario el silencio como recurso genuinamente expresivo. Este trabajo meticuloso y preciso con las pausas, y la emoción que se otorga a la distancia entre notas, son valores que, habiendo sido secundarios hasta entonces, reclaman ahora todo el protagonismo. Después de esta obra sublime, máximo exponente del pensamiento weberniano, algo cambiará ya definitivamente en la forma de hacer y de escuchar música.

6 comentarios:

Eastriver dijo...

Leerte es pasear la mirada por un traje en que no se perciben las costuras. Escribes muy bien, pero ese no es el único mérito. El silencio es ya, a estas alturas de nuestras películas, un aliado. Y además, siempre conviene estar atento a las propuestas culturales si la fuente es solvente.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Tu manera de sentir la música no se limita ya al flechazo o al idilio más o menos público, sino que alcanza la fusión total, el sentimiento emocionado e instranferible.
Poco más puedo comentarte, pues no he escuchado a Webern, pero te aseguro que apuntado queda tras tus hermosas palabras.
Un abrazo fuerte.

Jesús Cánovas dijo...

Jose, yo con la música me pierdo. Con el nombre de Anton Webern me he ido al you tube he estado escuchando-Symphonie op.21- (aparece una partitura huérfana de notas). Tu a la música le pones palabras, sentimientos, mundo, y me la haces más cercana.
Te digo lo primero que me pasa por la cabeza: -esta música yo se la pondría a la novela de Hesse “El lobo estepario”

No me prestes mucho caso, me he dejado llevar.

Un abrazo fuerte.

Carlos dijo...

Reconozco que musicalmente ando trampeando el siglo XX y la escuela vienenesa sigue siendo un muro muy alto. Tu descripción musical de la pieza me deja anonadado pero me llega.
¡Que riqueza la tuya!. Realmente, como dice Ramon, expresas muy bien con palabras lo que sientes. Además adornas maravillosamente la historia con la anécdota (y el chiste bien traído). Si, como dice tu perfil, tienes vocación literaria, debes aprovecharla.
Gracias por contagiarnos con tus paisajes musicales.
Un abrazo.

Unknown dijo...

El método de Castagnino es arbitrario. Aspectos sin mayor importancia son examinados con insoportable minuciosidad. Y hay -por el contrario- puntos fundamentales que apenas se rozan. El sencillo concepto del silencio le demanda al autor noventa y dos carillas, asoladas de salvedades, arrepentimientos y contradicciones. En cambio, no es posible encontrar sobre el arte de la fuga otra cosa que una llamada en la página 15 que nos remite a la página 69. Desde allí se nos envía a la página 806, donde encontramos la indicación de regresar a la página 15.

Alejandro Dolina.
De El libro del fantasma, © Editorial Colihue, 1999.

A su vez, recogido de Arte Arjo. artearjo.blogspot.com

Abrazo.

Jose Lorente dijo...

Ramon, esta es una propuesta difícil, ya que invita más a la reflexión teórica que al goce estético. Confío en tu indulgencia, y más después de haber gozado tanto yo con tu comentario.

Isabel, Webern no es un músico que se deje escuchar fácilmente, y no ha de entenderse en ningún caso esta escucha como semejante a la de los viejos maestros. Por eso digo que hay que acercarse a él con una actitud muy diferente y, por supuesto, sin pretender tararear ninguna de sus composiciones al acabar la audición.

Jesús, sí hay algo de lobo estepario en Webern y sus seguidores. Fueron tipos que necesitaron apartarse de los demás para llevar a cabo sus postulados estéticos, aislándose del entorno hostil que tan duramente los juzgaba. Te hago caso siempre.

Carlos, las propuestas artísticas del siglo XX acostumbran a ser altamente conceptuales, tanto en música como en pintura, escultura, etc. Cuesta entender lo que el artista trata de transmitir, y esa dificultad hace que en ocasiones la obra nos resulte lejana. Pero el visitante de un museo puede retirar la vista de la obra en cuanto le plazca, mientras que el asistente a la sala de conciertos no puede abandonar la sala hasta que termina la interpretación. Quizás por eso la música del siglo XX se entiende menos aún que el resto de disciplinas artísticas, no siendo necesariamente estas más cercanas.

Blanco, me ha parecido un texto humorístico buenísimo, y que conste que yo el humor me lo tomo muy en serio.

Muchas gracias a todos por pasar por aquí y comentar.